El martirio de la
Virgen queda atestiguado por la profecía de Simeón y por la misma historia de
la pasión del Señor. Éste –dice el santo anciano, refiriéndose al niño Jesús–
está puesto como una bandera discutida; y a ti –añade, dirigiéndose a María–
una espada te traspasará el alma.
En verdad, Madre
santa, una espada traspasó tu alma. Por lo demás, esta espada no hubiera
penetrado en la carne de tu Hijo sin atravesar tu alma. En efecto, después que
aquel Jesús –que es de todos, pero que es tuyo de un modo especialísimo– hubo
expirado, la cruel espada que abrió su costado, sin perdonarlo aun después de
muerto, cuando ya no podía hacerle mal alguno, no llegó a tocar su alma, pero
sí atravesó la tuya. Porque el alma de Jesús ya no estaba allí, en cambio la
tuya no podía ser arrancada de aquel lugar. Por tanto, la punzada del dolor
atravesó tu alma, y, por esto, con toda razón, te llamamos más que mártir, ya
que tus sentimientos de compasión superaron las sensaciones del dolor corporal.
¿Por ventura no
fueron peores que una espada aquellas palabras que atravesaron verdaderamente
tu alma y penetraron hasta la separación del alma y del espíritu: Mujer, ahí
tienes a tu hijo? ¡Vaya cambio! Se te entrega a Juan en sustitución de Jesús,
al siervo en sustitución del Señor, al discípulo en lugar del Maestro, al hijo
de Zebedeo en lugar del Hijo de Dios, a un simple hombre en sustitución del
Dios verdadero. ¿Cómo no habían de atravesar tu alma, tan sensible, estas
palabras, cuando aun nuestro pecho, duro como la piedra o el hierro, se parte
con sólo recordarlas?
No os admiréis,
hermanos, de que María sea llamada mártir en el alma. Que se admire el que no
recuerde haber oído cómo Pablo pone entre las peores culpas de los gentiles el
carecer de piedad. Nada más lejos de las entrañas de María, y nada más lejos
debe estar de sus humildes servidores.
Pero quizá alguien
dirá: «¿Es que María no sabía que su Hijo había de morir?» Sí, y con toda
certeza. «¿Es que no sabía que había de resucitar al cabo de muy poco tiempo?»
Sí, y con toda seguridad. «¿Y, a pesar de ello, sufría por el Crucificado?» Sí,
y con toda vehemencia. Y si no, ¿qué clase de hombre eres tú, hermano, o de
dónde te viene esta sabiduría, que te extrañas más de la compasión de María que
de la pasión del Hijo de María? Este murió en su cuerpo, ¿y ella no pudo morir
en su corazón? Aquélla fue una muerte motivada por un amor superior al que
pueda tener cualquier otro hombre; esta otra tuvo por motivo un amor que,
después de aquél, no tiene semejante.
Oración:
Señor, tú has
querido que la Madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de la cruz; haz
que la Iglesia, asociándose con María a la pasión de Cristo, merezca participar
de su resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo.
Fuente: www.catolicidad.com
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