PUNTO
PRIMERO. Sube con la consideración al
monte Tabor en compañía de Cristo y de sus tres amados discípulos, y contempla
lo que allí pasa. Mira cómo en la soledad de la noche se ponen todos, los
cuatro en oración en sumo silencio, y que el rostro de Cristo resplandece como
el sol, y los vestidos parecen más blancos que la nieve, la música que se oye
del cielo, la nube de resplandor que los cubre, a Moisés y Elías que aparecen
allí con majestad, la voz que se oye del Padre, los corazones de los discípulos
bañados de inmenso gozo. Aplica los sentidos a todo lo que allí pasa, mira la
Gloria de Cristo y oye lo que hablan Moisés y Elías, lo que dice San Pedro que
pide se queden allí y sobretodo la voz del Padre que dice: este es mi hijo
querido, en quien mucho me he agradado y gózate de su gozo y dale mil
parabienes de su gloria.
PUNTO II. Considera el premio que Dios tiene preparado para
lo que le sirven, y cuánta es su grandeza, pues San Pedro con una sola gota que
le paladeó el Señor se disgustó de cuanto tiene el mundo y lo quiso dejar todo
y no volver más a él, porque todo es nada y sus gustos son acíbar en su
comparación. ¡Oh Señor, y que engañado vivo, anhelando por las migajas de este
mundo! Dadme que os conozca y aprecie los premios de vuestros escogidos para
que lo deje y desprecie todo por vos.
PUNTO III. Considera la plática que tuvieron en aquel
monte y en medio de aquella gloria, que fue de su pasión y de la muerte que
había de padecer en Jerusalén. Pondera que no hay plato para el Salvador más
gustoso que el de su muerte y pasión, pues le gustó en su mayor gloria. Pídele
gracia para meditarla y no perderla de memoria, y que te dé gusto en padecer
por su amor como Él le tuvo en padecer por ti.
PUNTO IV. Considera como dice el Evangelista, que los
discípulos temieron oyendo la voz del Padre y cayeron en el suelo temblando y
aterrados de pavor, que tal efecto causa en la flaqueza de los hombres la voz
del Sumo Señor. Piensa pues, ahora que si una voz tan blanda y amorosa les
causó tal temor, ¿cuál le causará la terrible y espantosa del juicio a los
malos, cuando los condene a los tormentos eternos? Ponte en medio del Tabor y
del valle de Josafat, y coteja lo que pasa en el uno y en el otro, y esta
gloria con aquellos tormentos de los malos, y mira por ti para que no seas
digno de oír aquella terrible vos, sino la que te llame a gozar de la gloria
del Señor.
Para el mismo día: De la institución del Santísimo
Sacramento
Acabado
el lavatorio, se sentó Cristo a cenar segunda vez y dando gracias a su Padre
tomó el pan en las manos y le dio a sus discípulos diciendo: tomad que este es
mi cuerpo que ha de ser entregado por vosotros; y el cáliz de la misma manera,
diciendo: tomad y bebed que esta es mi sangre que será derramada por vosotros,
y por todos.
PUNTO
PRIMERO. Considera cómo primero lavó
Cristo los pies a sus discípulos y después les dio su santísimo cuerpo
sacramentado, porque primero nos debemos lavar y purificar de todas las culpas
antes de llegar a recibir este divino manjar. Contempla su bondad y tu
indignidad, y cómo te debes preparar para recibirle dignamente. Pide al Señor
que te disponga purificando tu alma cómo lavó los pies de sus discípulos y los
purificó de toda mancha.
PUNTO II. Entra en el pecho de Cristo y contempla
las llamas de amor que ardían en su corazón. Por una parte sentía en el alma
apartarse de los suyos, por otra no podía dejar de obedecer a su Padre y a
partir de redimirlos, el amor le tiraba, la obediencia le llevaba y fue tal la
fineza de su caridad, que dio traza como irse y quedarse; obedecer, partiéndose
a morir por los hombres; y quedarse con ellos, uniéndose íntimamente con
sus almas, sacramentado en este divino manjar. ¡Oh Redentor del mundo! ¿Cómo os
daré yo gracias por tan inmenso amor? ¿Quién me dará que nunca me aparte de
vos, y que siempre os ame sobre todo cuánto se puede amar?
PUNTO
III. Considera cómo instituyó este
divino Sacramento, memorial de su pasión para que la tuviésemos siempre
presente, y el sentimiento que causaría en los corazones de los apóstoles, al
verle sacrificado y muerto místicamente antes de haber padecido; y cómo se
ofrecería el Salvador en aquella mesa al Eterno Padre por la salvación del
mundo. Mucho tienes, alma mía, que contemplar en este punto. Entra en el
corazón de Cristo y mira lo que allí pasa, y luego entra en los de los
discípulos y mira la admiración y estupor que les causaría tan alto y nunca
imaginado misterio y mira cómo le partiría y repartiría Cristo, cómo comulgaría
Él y daría la comunión a los demás, armándoles para la batalla tan próxima que
les esperaba; y no dejes de llegar tú también, aunque tan indigno de aquella
mesa, a que te dé algunas de las migajas que caen de ella. Ponte allí presente,
clava los ojos en el Redentor, clama y suspira, contempla y espera con
perseverancia, que sin duda tendrá piedad de ti y no te dejará ayuno dando a
todos de comer.
PUNTO IV. Considera cómo entre los demás en
aquella última cena, uno de los que comulgó fue Judas, a quien Cristo dio su
Sagrado Cuerpo como a los demás, a la sazón de que estaba maquinando en su
corazón la entrega de su persona a los Escribas. ¡Oh Señor, qué lengua podrá
decir vuestra bondad, y quién podrá conocer y predicar lo que vos sois! ¡Quién
vio jamás tal paciencia ni tal fineza de amor! Bendito, alabado y glorificado
seáis por todos los siglos de los siglos. Amen. Mira la dureza de aquel traidor
que tan inaudito beneficio no hizo mella en él, y cómo recibiendo el manjar de
vida, entró en su corazón la muerte por su mala disposición. Teme y tiembla de
caer en tal pecado. Mira cómo llegas a esta mesa y cuántas veces has vendido al
Hijo de Dios por menos precio que Judas. Pide al Señor que te perdone y te
tenga de su mano para que no llegues a su mesa indignamente ni caigas en tan
enorme pecado.
Padre Alonso
de Andrade, S.J / www.adelantelafe.com
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