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Se termina el año...

Han pasado ya las penas y las alegrías. De ellas sólo quedan el mérito de haber sufrido con espíritu sobrenatural, y de haber agradecido a Dios. 

El tiempo pasa volando. Han pasado ya las penas y las alegrías. De ellas sólo quedan el mérito de haber sufrido con espíritu sobrenatural, y de haber agradecido a Dios las satisfacciones. El pasado deja huella en la biografía que Dios tiene de mí.

El día de hoy podríamos considerar tres cosas:
a) El tiempo pasa.
b) La muerte se acerca.
c) La eternidad nos espera.

La muerte se acerca. Cada día que pasa estoy más cerca de ella. Es necio no querer pensar esto. Muchos de los que murieron el año pasado se creían que iban a seguir vivos en éste, pero se equivocaron. Puede que este año sea el último de nuestra vida. No es probable, pero sí posible. Debo tenerlo en cuenta. En ese momento trascendental, ¿qué querré haber hecho? ¿Qué NO querré haber hecho? Conviene hacer ahora lo que entonces me alegraré de haber hecho, y no lo que me pesará haber hecho.

La eternidad nos espera. Nos preocupamos mucho de lo terrenal que va durar muy poco. Nos preocupamos de la salud, del dinero, del éxito, de nuestra imagen, etc. Todo esto es transitorio. Lo único que va a perdurar es lo espiritual. El cuerpo se lo van a comer los gusanos. Lo único que va a quedar de nosotros es el alma espiritual e inmortal.

Con la muerte no termina la vida del hombre: se transforma, como dice el Prefacio de Difuntos. Palabras de Santo Tomás Moro sobre la morada en el cambio de destino.

Los que niegan la vida eterna es porque no les conviene. Pero negarla no es destruirla. La verdad es lo que Dios nos ha revelado.

Hoy es el momento de hacer balance. No sólo económico, sino también espiritual y moral.

Hagamos examen del año que termina.

Sin duda que habrá páginas maravillosas, que besaremos con alegría.

Pero también puede haber páginas negras que desearíamos arrancar. Pero eso ya no es posible. Lo escrito, escrito está.

Hoy abrimos un libro nuevo que tiene todas las páginas en blanco. ¿Qué vamos a escribir en él?

Que al finalizar este año, podamos besar con alegría cada una de sus páginas.

Que no haya páginas negras que deseemos arrancar.

Puede que en ese libro haya cosas desagradables que no dependen de nosotros.

Lo importante es que todo lo que dependa de nosotros sea bueno.

Pidamos a Dios que dirija nuestra mano para que a fin de año podamos besar con alegría todo lo que hemos escrito.

También es el momento de examinar todas las ocasiones perdidas de hacer el bien.

Ocasiones irrecuperables. Pueden venir otras; pero las perdidas, no se recuperarán.

Finalmente, demos gracias a Dios de todo lo bueno recibido en el año que termina.

De la paciencia que Dios a tenido con nosotros.

Y de su gran misericordia.

Por: P. Jorge Loring SJ | Fuente: Catholic.net 


María, la Virgen humilde y obediente


¡Medita en la humildad de María desde su infancia! 

A veces imaginamos y concebimos algunas páginas del evangelio, demasiado teñidas de azul celeste o excesivamente bañadas en un marcado tinte poético. Sin duda en cierta casa de Nazaret se respiraría un penetrante perfume de paraíso, pero a la vez la vida allí discurriría dentro de una gran normalidad. Y debió desenvolverse con todos los colores. Los colores de todos los días. Grises también.

La vida de la Santísima Virgen se vio salpicada de eventos extraordinarios. Es verdad. pero la mayor parte transcurrió de un modo muy ordinario y sencillo. A blanco y negro. Incluso esos episodios sublimes y grandiosos, María los debió vivir con la humildad y sencillez habituales en Ella.

María tenía motivos más que suficientes para crecerse, engreírse, reconocerse superior a sus semejantes. Se vio adornada de dones y gracias que excedían con mucho a los de las demás personas. Recibió privilegios que la situaban muy por encima de los más privilegiados de este mundo. Sin embargo, Ella vivió siempre y en todo momento con una humildad y simplicidad que nos llenan de asombro.

“Su humildad -dirá San Juis M. Grignion de Montfort- fue tan profunda que no tuvo en esta tierra otro deseo más fuerte y más continuo que el de esconderse a sí misma y a todos, para ser conocida únicamente por Dios”.

Basta contemplarla en algunos de los momentos que conocemos de su vida para percatarnos de ello.

Humildad en su infancia.

Humildes fueron sus padres. Según una antigua tradición, de la que hay constancia ya desde el siglo II, fue hija de Joaquín y Ana. Dos personajes que, de no haber sido los padres de María, hubieran pasado desapercibidos para todo el mundo. Eran originarios de Nazaret, pequeña aldea de Galilea a unos 170 kilómetros de Jerusalén.

A decir verdad, no conocemos más que esos escasísimos datos de la humilde niñez e infancia de María. Es de suponer que vivió esos años preciosos en la más absoluta normalidad. Una niña más de un pueblo desconocido. Pero que debió llenar de gozo a todos cuantos la trataron por su sencillez y alegría contagiosas.

Humildad en el momento de la Anunciación

Es admirable ir comparando cada frase del anuncio del ángel del Señor y la reacción de María. Él la llama “Llena de gracia...” y Ella se turba, se sonroja. Él le asegura: “has hallado gracia delante de Dios”; es decir, le has encantado a Dios... Y Ella agacha su cabeza más ruborizada aún.

El mensajero celeste continúa anunciando grandezas sublimes: “Tu Hijo será grande; será llamado Hijo del Altísimo... Reinará sobre el trono de David, y su reino no tendrá fin..”. Y a Ella no se le ocurrió contestar: “he aquí la Vara de Jesé, he aquí la Flor de Cades, he aquí la Turris eburnea”; ni tampoco “he aquí la Reina de Israel” o “la Madre del Altísimo...” No se le ocurrió despedir al ángel diciéndole con ese típico aire de altivez: “Gabriel, puedes retirarte de mi presencia. Comunicaré mi decisión directamente al Altísimo, cuando lo juzgue oportuno, después de pensarlo mejor”. No. María dijo sencillamente: “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

Y a partir de ese momento, a eso se dedicó. A comportarse como esclava, siendo Reina. Se puso a reinar sirviendo. De hecho lo primero que hizo fue irse de prisa a servir y ayudar a su prima Isabel que estaba en cinta.

Humildad en la visita a su prima Isabel

Antes de nada sería interesante prestar atención al viaje hacia la región montañosa. No viajó como una Reina. No dispuso de carroza y ni estuvo rodeada de pajes que la atendían... Claro que no. La mayor parte del trayecto lo hizo, sin duda, a pie (y era más bien largo: varios días de camino). Además, iba -dice el evangelio- “con presteza”, con prisa. Prisa por servir. No iba de excursión, ni aprovechó para hacer turismo...

Tras el duro viaje -que se hizo más llevadero al saber a quién llevaba en su seno-, por fin llegó María a casa de Isabel. Cuando se saludaron, de nuevo se puso a prueba su humildad ante las palabras de su prima: “de dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a verme”. Aquello fue como para recordarle a María quién era Ella... Pero, por lo visto, se le olvidó de inmediato. Su corazón no conoció ni el más leve orgullo. Pemán lo ilustra con esta acertada comparación: “Si tuviera lengua la fuente cuando la embellece el sol de una clara mañana, ¿qué orgullo habría en que la fuente dijera, con aire de canción, que magnificaba al sol porque la había llenado de luz?... María magnificó al Señor”. Devolvió a Dios con su Magnificat los honores y glorias salidos de la boca de Isabel y se puso a servir.

Sí, la Madre de Dios, la Madre del Señor, de sirvienta. Y no lo hizo girando órdenes al personal de servicio. No lo hizo dando instrucciones con guantes de seda blancos. No, no. A mano limpia. Barriendo, fregando, cosiendo, yendo por agua a la fuente del pueblo, o llevando la basura a tirar al barranco... Quitando a su prima de las manos los platos sucios para lavarlos Ella, la ropa sucia para tallarla en el lavadero junto al río, las prendas rotas para zurcirlas...

E Isabel, que sabía quién era María, mortificada... Pero María a lo que iba... a servir... y no a ser tratada como la Madre del Señor de cielos y tierra. No. Nunca aprendió María a distinguir bien cuáles son esas cosas que no pueden hacer las señoras y esas cosas que sólo pueden hacer las sirvientas.

En María descubrimos que el prójimo (su prima o quien sea) es más importante que Ella, hasta el punto de dedicarle su tiempo y su vida, incluso estando como estaba en el centro de la historia porque llevaba en sí al Señor de la misma.

¡Qué sencilla y humilde, la Virgen, nuestra Madre! Su dignidad y grandeza las manifestó en un amor hecho servicio sencillo y alegre.

Por: P. Marcelino de Andrés | Fuente: www.catholic.net




El nacimiento (Belén), una tradición muy católica y muy nuestra


Es una hermosa costumbre -muy auténticamente nuestra- que debemos conservar, o en algunos casos adquirir. Tiene un gran significado para preparar nuestros corazones para el nacimiento del Dios Niño. Deja, además, una huella imborrable en los infantes y es una catequesis visual para el espíritu muy clara de lo que celebramos los católicos en estas fechas.
San Francisco ante el primer pesebre de Navidad

"Unos quince días antes de Navidad, Francisco dijo: “Quiero evocar el recuerdo del Niño nacido en Belén y de todas las penurias que tuvo que soportar desde su infancia. Lo quiero ver con mis propios ojos, tal como era, acostado en un pesebre y durmiendo sobre heno, entre el buey y la mula...”

"Llegó el día de alegría:..Convocaron a los hermanos de varios conventos de los alrededores. Con ánimo festivo la gente del país, hombres y mujeres, prepararon, cada cual según sus posibilidades, antorchas y cirios para iluminar esta noche que vería levantarse la Estrella fulgurante que ilumina a todos los tiempos. En llegando, el santo vio que todo estaba preparado y se llenó de alegría. Se había dispuesto un pesebre con heno; había un buey y una mula. La simplicidad dominaba todo, la pobreza triunfaba en el ambiente, toda una lección de humildad. Greccio se había convertido en un nuevo Belén. La noche se hizo clara como el día y deliciosa tanto para los animales como para los hombres. La gente acudía y se llenaba de gozo al ver renovarse el misterio. Los bosques saltaban de gozo, las montañas enviaban el eco. Los hermanos cantaban las alabanzas al Señor y toda la noche transcurría en una gran alegría. El santo pasaba la noche de pie ante el pesebre, sobrecogido de compasión, transido de un gozo inefable. Al final, se celebró la misa con el pesebre como altar y el sacerdote quedó embargado de una devoción jamás experimentado antes.


"Francisco se revistió de la dalmática, ya que era diácono, y cantó el evangelio con voz sonora....Luego predicó al pueblo y encontró palabras dulces como la miel para hablar del nacimiento del pobre Rey y de la pequeña villa de Belén".

Tomás de Celano (hacia 1190-1260) biógrafo de San Francisco y Santa Clara. Vita Prima/ www.catolicidad.com

Bueno es el Señor para con todos


San Juan de la Cruz
Isaías 41, 13-20: “Yo soy tu redentor, el Dios de Israel”
Salmo 144: “Bueno es el Señor para con todos”
San Mateo 11, 11-15: “No ha habido ninguno más grande que Juan el Bautista”

Tiempo de Adviento es tiempo de reconocerse necesitado, hambriento de Dios.
Resuenan como un bálsamo en mi corazón las palabras con las que Isaías busca animar a su pueblo y levantarlo de su postración: “Yo, el Señor, te tengo asido por la diestra y yo mismo soy el que te ayuda. No temas, gusanito de Jacob, oruga de Israel, que soy yo, dice el Señor, el que te ayuda; tu redentor es el Dios de Israel”. Palabras tiernas que intentan alentar y fortalecer a un pueblo que desfallece en el destierro y está a punto de sucumbir a la tentación del desaliento.

Pequeño como un gusanito, insignificante como una oruga, así lo han hecho sentirse las agresiones y el hambre, las humillaciones y los fracasos, pero el profeta lo invita a sentirse asido por la diestra del Señor. Y lo  lanza a una misión que tiene los objetivos claros de destruir toda maldad… Son palabras también para nuestro pueblo, que en medio de sus angustias y debilidades busca nuevos caminos de salvación y se enfrenta a las graves dificultades que otros enemigos, muy distintos de los de aquellos tiempos, le presentan.
Pero por más pequeño que se sienta, por más insignificante que se considere, debe reconocerse en la mano del Señor, debe escuchar las dulces palabras de aliento que le ofrece, debe meditar en su corazón la melodía de amor y de fortaleza que le entona su Dios.

Tiempo de Adviento es tiempo de reconocerse necesitado, hambriento de Dios.Es sentirse acurrucado a su regazo y protegido de todos los males. Es descubrir, como nos dice el salmo, al Señor que es bondadoso con todos y cuyo amor se extiende a todas las creaturas. Pero esta sensación de seguridad y de ayuda, de ninguna manera nos llevará a falsas ilusiones de proteccionismo o pasividad. Todo lo contrario, ya el mismo Señor nos dice que el Reino de los cielos exige esfuerzo y que sólo los esforzados lo alcanzarán, como Juan el Bautista y los profetas que lo anunciaron. Juan Bautista el mayor de los profetas nos acucia con su presencia y con sus palabras para descubrir esa misericordia y grandeza de Dios en el Mesías que está por llegar. ¿Qué siente tu corazón al escuchar las palabras de Isaías? ¿Cómo te acercas a este Dios que es tu protección y tu vida?

Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato | www/catholic.net

Los ojos de la Virgen de Guadalupe


María nos sorprende con todos estos milagros realizados hoy en día frente a nuestros ojos

La aparición de la Virgen de Guadalupe es una maravillosa obra de evangelización de la Madre de Dios, hecha en los primeros años del desembarco de los españoles en América. María se mezcló tempranamente con la llegada de los europeos a México para impulsar el conocimiento de Su Hijo entre indios y futuros habitantes de las Américas.

Muchos milagros se descubren hoy en día en conexión con la imagen de la Virgen de Guadalupe. Pero recordemos primero, en forma resumida, lo que ocurrió allí:

La aparición se inició el 9 de diciembre de 1531 en las cercanías de la Ciudad de México, entonces ciudad capital del imperio Azteca: la Virgen se aparece al indio Juan Diego, y le pide que transmita al obispo del lugar su voluntad de que se construya un templo dedicado a Ella en el cerro Tepeyac. El obispo, al escuchar el relato del indio, le pide una prueba de la Presencia de la Madre de Dios allí. María hace crecer entonces un jardín de rosas en un cerro inhóspito y semidesértico, y se las hace recoger en su tilma (especie de poncho o manta) a Juan Diego. Luego le pide se las presente como prueba de Su Presencia al obispo. Cuando el indio abre su tilma frente al obispo, caen las flores al piso y aparece milagrosamente retratada la imagen de la Virgen María en la rústica tela. El templo dedicado a la Virgen de Guadalupe fue construido en el cerro Tepeyac, lugar de las apariciones, donde se exhibe la tilma original de Juan Diego, impresa con la mundialmente conocida imagen de la Virgen de Guadalupe.

El milagro de Guadalupe perdura hoy en día en la tilma de Juan Diego, la que conserva el testimonio vivo de lo ocurrido: la imagen que María quiso retratar en ella está expuesta actualmente en la iglesia que se construyó en el cerro Tepeyac. Enorme cantidad de milagros se pueden testimoniar al estudiar la tilma con métodos científicos:

En los ojos de María se han descubierto imágenes humanas de tamaño diminuto, que ningún artista podría pintar. Trece figuras humanas se han identificado en un espacio de 8 milímetros de diámetro. Existen dos escenas: la primera contiene al obispo Zumárraga sorprendido frente al indio Juan Diego, que abre su tilma y descubre la imagen de María. Otros testigos complementan la escena del milagro, como el traductor de lengua Náhuatl al español, una mujer de raza negra, etc. La segunda escena, mucho mas pequeña que la anterior, se ubica en el centro de los ojos y contiene una imagen familiar típica de indígenas americanos: un matrimonio con varios hijos alrededor. Las dos escenas se repiten en ambos ojos con una precisión sorprendente, incluida la diferencia de tamaño producida por la mayor cercanía de un ojo respecto del otro, frente a los objetos retratados. Científicos de la NASA (entre otros) han utilizado tecnología digital similar a la usada en las imágenes que se reciben desde los satélites, para analizar las figuras impresas en los ojos de María.

La imagen del obispo Zumárraga (retrato minúsculo hallado en los ojos de María) fue agrandada a su vez mediante tecnología digital, hasta poder observar qué se refleja en su mirada, en los ojos del obispo retratados en los ojos de María. Allí se halló la imagen del indio Juan Diego, abriendo su tilma frente al obispo. ¿El tamaño de ésta imagen?. Una cuarta parte de un millonésimo de milímetro.

Estudios oftalmológicos realizados a los ojos de María han detectado que al acercarles luz, la pupila se contrae, y al retirar la luz, se vuelve a dilatar, tal cual como ocurre en un ojo vivo. ¡Los ojos de María están vivos en la tilma!. También se descubre que los ojos poseen los tres efectos de refracción de la imagen que un ojo humano normalmente posee. Lograr estos efectos a pincel es absolutamente imposible, aún en la actualidad.

Al tomarse la temperatura de la fibra de maguey con que está construida la tilma, se descubre que milagrosamente la misma mantiene una temperatura constante de 36.6 grados, la misma que el cuerpo de una persona viva.

Uno de los médicos que analizó la tilma colocó su estetoscopio debajo de la cinta que María posee (señal de que está encinta) y encontró latidos que rítmicamente se repiten a 115 pulsaciones por minuto, igual que un bebé que está en el vientre materno. Es el Niño Jesús que está en el Santo Vientre de la Madre de Dios.

La fibra de maguey que constituye la tela de la imagen, no puede en condiciones normales perdurar mas que 20 o 30 años. De hecho, hace varios siglos se pintó una réplica de la imagen en una tela de fibra de maguey similar, y la misma se desintegró después de varias décadas. Mientras tanto, a casi quinientos años del milagro, la imagen de María sigue tan firme como el primer día. Se han hecho estudios científicos a este hecho, sin poder descubrirse el origen de la incorruptibilidad de la tela.

No se ha descubierto ningún rastro de pintura en la tela. De hecho, al acercarse uno a menos de 10 centímetros de la imagen, sólo se ve la tela de maguey en crudo. Los colores desaparecen. Estudios científicos de diverso tipo no logran descubrir el origen de la coloración que forma la imagen, ni la forma en que la misma fue pintada. No se detectan rastros de pinceladas ni de otra técnica de pintura conocida. Los científicos de la NASA afirmaron que el material que origina los colores no es ninguno de los elementos conocidos en la tierra.

Se ha hecho pasar un rayo láser en forma lateral sobre la tela, detectándose que la coloración de la misma no está ni en el anverso ni en el reverso, sino que los colores flotan a una distancia de tres décimas de milímetro sobre el tejido, sin tocarlo. Los colores flotan en el aire, sobre la superficie de la tilma.

Varias veces, a lo largo de los siglos, los hombres han pintado agregados a la tela. Milagrosamente estos agregados han desaparecido, quedando nuevamente el diseño original, con sus colores vivos.

En el año 1791 se vuelca accidentalmente ácido muriático en el lado superior derecho de la tela. En un lapso de 30 días, sin tratamiento alguno, se reconstituye milagrosamente el tejido dañado. Actualmente apenas se advierte este hecho como una breve decoloración en ese lugar, que testimonia lo ocurrido.

Las estrellas visibles en el Manto de María responden a la exacta configuración y posición que el cielo de México presentaba en el día en que se produjo el milagro, según revelan estudios astronómicos realizados sobre la imagen.

A inicios del siglo XX, un hombre colocó un arreglo floral a los pies de la tilma, que contenía una bomba de alto poder. La explosión destruyó todo alrededor, menos la tilma, que permaneció en perfecto estado de conservación. Una Cruz de pesado metal que se encontraba en las proximidades fue totalmente doblada por la explosión, y se guarda como testimonio en el templo.

María parece ser la misma niña que a los tres años de edad fue entregada por sus padres Joaquín y Ana a los Sacerdotes del templo, consagrándola así a Dios. Ella nos sorprende con todos estos milagros realizados hoy en día frente a nuestros ojos.

Madre amorosa, Niña Perfecta, nos convocas insistentemente con Tus manifestaciones. Si nuestro pobre entendimiento no puede ver que todos estos portentos Celestiales no son más que un llamado Tuyo a nuestra dormida fe, ¿pues qué tienes que hacer para que nos despertemos y te sigamos?

Por más científicos que pongamos para tratar de ver si es verdad o no, si es un milagro grande, mediano o chico, la verdad es que no tenemos otra escapatoria que creer en Jesús y María vivos hoy, a nuestro alrededor.

Y si no tenemos más remedio que creer, ante las abrumadoras pruebas:

¿Qué hacemos viviendo una vida alejada de Dios, sólo preocupados por las cosas del mundo?

Tú tienes en este instante un llamado a despertar tu fe, frente a ti. ¿No lo oyes?. ¿Qué más tiene Dios que hacer?

El 31 de julio de 2002 Juan Pablo II canoniza al indio Juan Diego. Ahora es San Juan Diego. La vida del indio fue de una enorme santidad, después del milagro. Como una joya que brilla y reluce en el alhajero de María, San Juan Diego es presentado al Trono de Dios con el orgullo de la Madre que le devuelve al Padre, a uno de sus predilectos.

¡Gracias San Juan Diego, ora por nosotros, ora por nuestra conversión!


Por: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org 

Hoy es la hora del balance


Queridos  hermanos en Cristo, el Papa Francisco ha dicho que “Dios nos espera siempre, aun cuando nos hayamos alejado”; quizás algunos ya hemos agradecido a Dios por todas las bendiciones recibidas y por recibir, hemos realizado un  examen de conciencia y obtenido la gracia de la absolución por medio del sacramento de la reconciliación; otros están tomando la decisión de confesarse o disponiéndose a realizar los cambios necesarios para poder recibir los sacramentos.

El tiempo de Adviento y Navidad son bendiciones para  compartir en familia, ¡aprovechemos al máximo!, y es esencial proponernos que los siguientes 365 días  aunque solo nos reunamos dos de los miembros de la familia, oremos juntos, con la plena confianza que en el tiempo de Dios,  aquel familiar regresará a la fe, a la iglesia o mejorará su relación filial con Dios y con la familia. Debemos aprovechar todos los encuentros familiares,  tantos los tristes como los  alegres.

Dar el  primer paso y los que siguen ¿cuántos pasos llevas?,  ¿has acompañado a que otros emprendan el camino de la reconciliación con Dios, con la Iglesia, consigo mismo y la familia?, perdonar, perdonarse o recibir el perdón  de esa persona amada, es liberarse de cadenas que impiden caminar en victoria para la Gloria de Dios, bien nuestro y de la familia. Nuestro Padre celestial se alegrará con este regreso (San Lucas 15).

Desear recibir sacramentalmente a Jesús, es el primer paso para obtener gracia y múltiples bendiciones para el nuevo año, subir a otro nivel y hacer cambios radicales como liberarse de la fornicación o del adulterio, sería lo ideal, por eso sin miedo hay que acercarse al párroco. Mientras tanto, es recomendable examinarse frecuentemente la conciencia, practicar las obras de misericordia (1 Juan 3:17), la comunión espiritual,  la Eucaristía y rezar el rosario.

“Cada uno recoge el fruto de lo que dice y recibe el pago de lo que hace”, quizás durante este año por distracción  no fuimos claros en nuestro actuar o hablar y causó que otros pensaran mal o hablaran mal de nosotros,  cayendo hasta en la calumnia, por lo tanto, no podemos ser indiferentes, debemos aclarar la situación por caridad, para que nuestro hermano no continúe en pecado ni otros más pequen.  ¿Qué tan indiferentes hemos sido ante el  pecado de nuestros hermanos?

Hay que vivir sabiamente a la luz del Espíritu Santo, realizando los correctivos necesarios a los planes que tenemos para este nuevo año y que sean según la voluntad de Dios. ¿Será que hemos planificado un encuentro o reencuentro verdadero con Cristo,  imitándole, viviendo el Evangelio, revistiéndonos de su armadura y saliendo al encuentro de Cristo con nuestros hermanos, ayudando a  que vecinos y amigos también le conozcan, animados con nuestro gozoso testimonio?

Por: Jaynes Hernández Natera, Coordinadora Apostolado María Madre nos reconcilia con Cristo 

El Adviento, tiempo de esperanza

Adviento. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo?

Cada tiempo, en el ciclo litúrgico de la Iglesia, tiene una peculiaridad. Y así como la Pascua habla de la alegría por la victoria de Jesucristo, y la Cuaresma del esfuerzo y de la purificación sacrificada que hay que ir realizando en la propia vida para poder llegar a Cristo, el Adviento se convierte para los cristianos en un tiempo de levantar los ojos de cara a la promesa que Nuestro Señor hace a su Iglesia de estar con nosotros. El Adviento es la preparación de la venida del “Emmanuel”, es el tiempo del cumplimiento de la promesa de Dios.

El Adviento está tocado, de una forma muy particular, por la característica de la esperanza. La esperanza como virtud que sostiene al alma, que consuela al ser humano. Teniendo en cuenta este sentido esperanzador del Adviento, creo que cada uno de nosotros tendría que reflexionar sobre el tema de lo que es la esperanza en su vida.

Cuántos desánimos, cuántas fragilidades, cuántas decepciones, cuántas caídas y cuántos momentos de rendirse a la hora del trabajo espiritual, apostólico y familiar no tienen otra fuente más que la falta de esperanza. La falta de esperanza es fruto de una falta de fortaleza que, al mismo tiempo, es el resultado de la carencia de perspectivas de cara al futuro, que es lo acaba por hundir al alma en sí misma y le impide mirar hacia el futuro, mirar hacia Dios.

Ahora bien, la esperanza tiene dos facetas que debemos considerar de cara al Adviento. Hay una primera, que es una faceta de dinamismo. La esperanza empuja, porque es como quien ve la meta y ya no se preocupa de si está cansado o no, de si las piernas le duelen o no, ni de la distancia a la que viene el otro detrás. Sabe hacia dónde se dirige, tiene una meta presente y corre hacia ella.

La esperanza es algo semejante a cuando uno está perdido en el campo, y de pronto ve en la lejanía un punto que reconoce: un árbol, una casa, una parte del camino; entonces, ya no le importa por dónde tiene que ir atravesando, lo único que le interesa es llegar al lugar que reconoce. La esperanza es algo que te sostiene y te permite seguir adelante sin preocuparte de las dificultades que hay en el camino.

La segunda faceta de la esperanza es la purificación, que produce un efecto correctivo y transformador en la persona. La esperanza, al mostrarme el objeto al cual tiendo, me muestra también lo que me falta para lograr alcanzarlo. Por eso la esperanza se convierte no en una especie de resignación o de ganas de hacer algo, sino en un fermento dentro del alma.

Si Cristo es mi esperanza, ¿qué me falta para alcanzarlo? Si la armonía de mi familia es mi esperanza, ¿qué me falta para conseguirla? Si mi hijo necesita que yo le dé este o aquel testimonio, ¿qué me falta para podérselo dar? La esperanza se convierte en aguijón, en resorte dentro del alma para que uno pueda llegar a obtener lo que espera.

Es necesario que en nuestras vidas existan estas dos dimensiones de la esperanza: la dimensión dinámica y la dimensión de la purificación. Si nada más te quedas en el sostenerte, nunca te vas a transformar, nunca vas a llegar. Y si nada más te quedas en el transformarte, al ver lo duro, lo difícil y lo áspero de esta transformación, puedes caer en la desesperanza.

Aprendamos, entonces, a vivir en este tiempo de Adviento con la mirada dirigida hacia Cristo, que es el objeto de nuestra fe. Pidámosle al Señor que nos permita encontrarlo y recibirlo, y que nos otorgue la gracia de sostener nuestro corazón en el arduo trabajo diario de santificación.

Les invito a que con la esperanza como virtud central en este tiempo de Adviento, podamos repetir lo que dice el salmo 26: "El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo? El Señor es la defensa de mi vida

Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net 

Historia de La Virgen De La Medalla Milagrosa

La historia nace en Francia en la capilla del convento de las hermanas de la Caridad, en 1830.
Catalina Labouré fue elegida por la Virgen María para que difundiera la Medalla Milagrosa.
Era una joven novicia de la Compañía de las Hijas de la Caridad. Siendo las virtudes de la Congregación: sencillez, humildad y caridad.
Las apariciones de la Virgen María a sor Catalina fueron 3:
La primera: la noche del 18 al 19 de julio de 1830.
La segunda: en la tarde del 27 de noviembre de 1830.
La tercera: en una tarde de diciembre de 1830
Estas apariciones sucedieron en la capilla del convento en París, Francia, en 1830.

Primera aparición.
El ángel custodio, despertó y guió a sor Catalina hacia la capilla, donde se encontró con la Virgen María, quien la nombró su embajadora para Gloria de Dios. La Virgen le habló de los males del mundo, de la renovación de las Hijas de la Caridad y de la Eucaristía, como fuente de todas las gracias. “Venid al pie del altar. Aquí se os darán todas las gracias si lo pedís con confianza”.

Segunda aparición.
Fue en la capilla de las hijas de la Caridad a las 17:30 horas mientras hacía meditación, juntamente con sus hermanas de la comunidad. La misma sor Catalina cuenta esta aparición: “En medio de un gran silencio, me pareció oír como el roce de un vestido de seda. Miré hacia el altar y vi a la Santísima Virgen, estaba parada y apoyaba sus pies sobre una esfera y aplastar la cabeza de una serpiente”. María triunfa sobre las fuerzas del mal. Aparecía vestida de blanco aurora y resplandeciente. Un velo blanco descendía desde la cabeza a los pies. El rostro aparecía descubierto y era de tal belleza que me sería imposible describirlo. En sus manos sostenía una esfera, coronada con una pequeña cruz. Catalina oyó: “este globo representa al mundo entero y a cada persona en particular”. En los dedos de la mano vi unos anillos revestidos de piedras preciosas, que despedían destellos de luz. Sus ojos estaban dirigidos a lo alto, en actitud de oración. El globo de las manos se desvaneció, y éstas se inclinaron hacia la tierra, en actitud maternal. Ella bajó sus ojos y quedó mirándome. Oí su voz que me decía: “os rayos de luz, simbolizan las gracias que derramo sobre las personas que me las piden con confianza”. La Virgen me hizo comprender con cuánta generosidad derrama sus gracias sobre los que oran; qué alegría siente concediéndoselas. Los rayos sin luz representan las almas que no rezan a la Virgen. Se formó un cuadro ovalado y rodeando a la santísima Virgen, vi escritas estas palabras con letras de oro: “¡OH MARÍA SIN PECADO CONCEBIDA, RUEGA POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A VOS!”. Un momento después, el cuadro dio media vuelta y vi la letra “M” y encima, apoyada en la letra M, la Cruz. Al pie de la letra M el corazón de Jesús coronado de espinas y el corazón de María, traspasado por una espada; y todo el contorno rodeado de doce estrellas. Son figura de los doce apóstoles y representan a la Iglesia, luz para el mundo. Pensaba en mi interior, si había que escribir también algo. Se me respondió: “bastante dicen la letra M y los dos corazones”. Oí una voz que me decía: “Haz acuñar una medalla según este modelo. Cuantas personas la lleven con confianza recibirán grandes gracias”.

Tercera aparición
En diciembre de 1830, durante la oración en la capilla a las 17:30 de la tarde, Catalina escuchó el suave roce de un vestido de seda. La santísima Virgen se presentó en el altar. Ella le dijo: “Ya no me verás más”. Fue la última aparición.

Catalina confió todo al Padre Aladel que era su confesor y guía espiritual. Y pasó el resto de su vida, 46 años más, al servicio humilde y silencioso de los pobres: ancianos del hospicio, miserables de barrios, heridos de las revoluciones y las guerras.

La Virgen María quiso entregar a sus hijos el escudo de la fe en la Medalla de la Inmaculada, que el pueblo ha bautizado con el nombre de “Medalla Milagrosa”, por los muchos milagros y conversiones que ha realizado.

“Propagad la Medalla”. Es la consigna de Santa Catalina mientras vivió.

En junio de 1832 empieza la distribución de las primeras medallas en París, autorizado por el Arzobispo de París Monseñor De Quelen.
Antes de terminar el siglo XIX se habían distribuido más de mil millones de medallas. La medalla de la Virgen se ha extendido en todos los continentes.
Esta es la única Medalla en el mundo, diseñada por la santísima Virgen María.

La Medalla Milagrosa llamada el “Evangelio de María”, contiene los dogmas de fe. 
Inmaculada Concepción: “Oh María sin pecado concebida rogad por nosotros que recurrimos a vos.”
Virginidad perpetua: por el velo blanco que vestía María desde la cabeza a los pies, recuerda el velo con que cubrían su cabeza, las mujeres vírgenes de la primera Iglesia.
Maternidad divina: la Cruz signo de Cristo y de su obra redentora, nace y se apoya en la letra M, primera letra del nombre de María, Madre, Mujer.
Asunción gloriosa: María sobre la esfera, aparece llena de belleza resplandeciente y Reina del Universo.
En la Medalla encontramos una invitación a la devoción del Corazón de Jesús y al Corazón de María. La Cruz es un punto fundamental en la Medalla.
Cruz: síntesis del evangelio de Jesús
Cruz: signo del misterio pascual, muerte y resurrección de Cristo.
Desde la cruz, Jesús nos da por madre a María.

Fuente: http://www.medallamilagrosacrl.com.ar

Los Talentos

¿Qué hacemos con nuestros dones?


No creo que la parábola de los talentos, (Mateo 25, 14-30; Lucas 19,11-28), se relacione con el mundo financiero. Ni creo que se preste a una utilización pedagógico-moral, en el sentido de que hay que negociar con los talentos, las capacidades, la inteligencia y la voluntad. Porque pienso que aquí no se trata de dones naturales y mucho menos de dones materiales. Mas bien me parece que Cristo se refiere a aquellas riquezas sobrenaturales que Él mismo nos ha dejado al irse. El oro, las riquezas son sus dones, sus gracias.

Con esto no queremos decir que un artista no deba desarrollar su genio y que cada uno de nosotros no deba hacer funcionar la fantasía y poner a trabajar las capacidades naturales de las que está dotado. Pero no es necesario referirse a la parábola para llegar a estas conclusiones de sentido común.

Aquí se trata del hombre nuevo, del hombre redimido en Cristo. Se trata de su capacidad de aprovechar y hacer trabajar los dones recibidos: su fe, su esperanza, su caridad, su apertura a la palabra de Dios, su vida de oración, su disponibilidad al Espíritu, su amor mismo que caracteriza nuestra relación con Cristo.

Y la pregunta es, entonces: ¿Qué hemos hecho? ¿Y qué estamos haciendo? ¿Dónde hemos sembrado la palabra, a quién hemos contagiado con nuestra fe, a que personas hemos puesto en pie con nuestra esperanza, cuánto amor y amistad hemos dado, de qué actos de coraje nos hemos hecho protagonistas bajo la fuerza del Espíritu?

Cualquier ambiente puede convertirse en lugar donde “se negocie” este oro, estos dones. Hasta los bancos - en la parábola se dice preci-samente que hay que dirigirse a los banqueros. Sí, un cristiano puede y debe entrar también en un banco. Para difundir la palabra, para dar testimonio, naturalmente. No para depositar lingotes de oro. No existen situaciones y lugares cerrados a la presencia cristiana.

El espectáculo más deprimente es el que ofrece un cristiano que esconde su talento, que enmascara su fe, disimula su pertenencia a Cristo, sepulta la palabra sofocándola bajo un montón de palabrería, no la deja convertirse en vida, en amor, en grito de justicia y de verdad.

No se trata de guardar, sino de sembrar. La rendición de cuentas ha de hacerse sobre los frutos. No es cuestión de una simple restitución. El dinero guardado intacto se convierte en motivo de condenación, no en elemento de salvación.

Ningún cristiano puede presentarse ante su Señor y decir, como el siervo negligente y holgazán: “Aquí tienes lo tuyo. No lo he tocado para nada. No lo he malversado”. El discípulo fiel tiene que anunciar: “Ha cambiado todo gracias a tu don. Lo tuyo se ha hecho mío, se ha hecho nuestro, se ha hecho de todos”.

Y el “y escondí en tierra tu talento”” ¿acaso no es el miedo al riesgo, el riesgo de creer, el riesgo de luchar, el riesgo de trabajar por el Reino y, sobre todo, el riesgo de amar? Quien ama tiene derecho a exigir mucho. Dios tiene derecho a pedir riesgo, coraje, responsabilidad.

La relación con Dios no es una relación servil, reducida a una miserable contabilidad de números. Siendo una relación de amor, la contabilidad puede ser solamente desproporcionada y ajena a los cálculos razonables.

Queridos hermanos, el Evangelio de hoy nos pide no esperar la vuelta del Señor cruzados de brazos, sino nos invita a trabajar fielmente con los dones recibidos, para que produzcan frutos abundantes, maravillosos. Cuidémonos, por eso, de no ser descalificados al final de nuestra vida por el Juez Divino como siervos flojos, inútiles, cobardes o indiferentes.

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Por: Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt

Faltar a Misa un domingo es pecado mortal (y casi nadie lo recuerda)



La frase que intitula este artículo puede sonar a “sorpresa” para muchos bautizados ya que, en realidad, en muy pocos púlpitos y catequesis se recuerda. Pero es verdad que se comete un pecado mortal (no venial) si se falta a Misa un domingo o día de precepto siempre que no haya enfermedad, imposibilidad física real o cuidado de un enfermo, tal como enseña en catecismo en su punto 2181. Pero ha de recordarse también, en estos tiempos de confusión y relativismo, que este punto de nuestro catecismo está avalado en la ley de la Iglesia Católica cuyo mandato primero dice “Oír Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar” que a su vez se avala por la misma ley Divina ya que el tercer mandato de dicha ley es “Santificarás las fiestas”. Y, aún más, este precepto eclesial se justifica sobre todo en el primer mandamiento de la ley de Dios “Amarás a Dios sobre todas las cosas”, ya que quien sea capaz de faltar a Misa por no restar un poco de tiempo a su ocio o, sencillamente, por no contrariar a otras personas, demuestra con creces que está a años luz de amar a Dios sobre todas las cosas.

Pero en este artículo yo deseo tocar una cuestión muy concreta: el masivo abandono de la Misa dominical se debe, sobre todo, a que desde un principio (catequesis de primera comunión), la inmensa mayoría de los niños/as NO saben que faltar a Misa en domingo es pecado mortal. De hecho la terrible realidad es más amplia: la mayoría de los niños no saben ni siquiera que es pecado. Luego cuando son adolescentes, y van a recibir la confirmación, la inmensa mayoría tras recibirla no vienen a Misa el domingo siguiente porque siguen sin saber que faltar a Misa es pecado mortal. Y hay efectos todavía peores: ya es muy extendida la costumbre sacrílega de faltar a Misa los domingos y luego, cuando hay ocasión extraordinaria de ir a Misa (en funeral, boda, primera comunión…) se asiste y se comulga sin haberse confesado, y sin propósito alguno de volver a la práctica dominical regular. Esto es así: un hecho indiscutible y a la vez tremendo.

Y la causa, vuelvo a repetirlo, es que no se predica de forma concreta este aspecto. Si: la doctrina está ahí, escrita, en el catecismo (punto 2181), pero, ¿de que sirve que la doctrina no se toque si casi nadie la conoce porque casi nadie en la Iglesia la predica o enseña?; y, lo que es aún peor: en realidad en muchas comunidades SI se predica sobre esto pero para decir lo contrario: que faltar a Misa en domingo NO es pecado mortal. Esta barbaridad se enseña en no pocos colegios “religiosos”, parroquias, facultades de teología y lugares similares de “formación”. Y, mientras tanto, generaciones y más generaciones de bautizados crecen en la ignorancia y la indiferencia. Si algún lector cree que exagero, ¿por qué no preguntan?…..si, pregunten a niños de su barrio, de su colegio, de su parroquia…..niños que ya han hecho la primera comunión y que, una vez celebrada la fiesta, sus padres ya no los traen más a Misa los domingos. Es una terrible realidad que abarca a las conciencias de una arrolladora mayoría.

Y, ante esto, los sacerdotes y catequistas que tocamos las conciencias de los fieles para recordarles que es pecado mortal faltar a Misa, ciertamente, nos sentimos muy poco apoyados por nuestros superiores. Pienso que ¡cuánto bien harían cartas pastorales CLARAS en este punto por parte de los Obispos, y hasta por parte del Papa!…….nos servirían para no parecer “guerreros del antifaz” que luchamos contra todos los elementos contrarios (tanto externos como internos de la Iglesia). Desde estas líneas, si algún Obispo me leyera, hago un ruego muy especial en esta dirección: una carta, sólo una carta firmada por un Prelado donde se recuerde a los fieles que es pecado mortal faltar a Misa un domingo o día de precepto. Dicho con claridad, concreción y sin ambigüedades. Todos estamos acostumbrados, si, a mensajes del tipo:

  • El domingo es el día del Señor
  • La familia unida en oración en domingos
  • La necesidad de orar en tiempo de descanso
  • El bien grande que recibimos al ir a Misa………..etc

Pues se hace URGENTE leer, firmado por un Obispo: “Faltar a Misa es Pecado Mortal”. Y punto.

Fuente: Catholic.net