En el confesar sus pecados y en el recibir la
certeza del perdón, la persona percibe la infinita misericordia de Dios
Una persona que pasa por
un momento difícil y acude a un consejero o «counselor » para hablar de sus
problemas, puede obtener una cierta paz, particularmente si se trata no sólo de
« desahogarse » (¡lo cual procura una paz poco duradera!) sino de buscar ayuda
y consejo.
Por diversos motivos:
teniendo la posibilidad de hablar, la persona se siente menos sola para
sobrellevar sus problemas, sobre todo si el consejero manifiesta una mirada de
benevolencia hacia ella.
Por otro lado, el hecho
de expresar lo que uno vive con palabras que otro pueda comprender, permite a
la persona que sufre no quedarse sólo al nivel de sus emociones y pensamientos,
sino acceder a un punto de vista más objetivo y racional, redimensionar ciertas
cosas, tomar una cierta distancia de su vivencia subjetiva. Esto es también
fuente de una cierta paz. Asimismo, es posible que durante este diálogo la
persona pueda recibir algunos buenos consejos y comprender mejor cómo encauzar
sus decisiones. Se siente, entonces, menos pérdida.
Esta paz, incluso aunque
permanezca en un nivel humano, no ha de despreciarse; tiene su valor. Lo que
acabamos de decir forma parte de la experiencia de un acompañamiento espiritual
y en una cierta medida del encuentro con un sacerdote en la confesión.
En el campo del
acompañamiento espiritual, la paz recibida puede ser más profunda y sólida. Se
da una gracia particular en el encontrar a la guía espiritual con el sincero
deseo de hacer la voluntad de Dios. « Cuando dos o tres se reúnen en mi nombre,
ahí estoy yo en medio de ellos » dice Jesús. El fin de un momento de
acompañamiento espiritual es el de ayudar a una persona, en un momento
particular de su vida a percibir mejor la voluntad de Dios. Una luz en este
sentido es donada habitualmente, al menos la suficiente para hoy. Cada vez que
una persona entiende mejor qué es lo que el Señor espera de ella, y se
compromete en este sentido, recibe una paz. El comprender y el decidirse a
cumplir la Voluntad del Padre viene siempre acompañado por la paz.
Una gracia y un don de
paz más profunda todavía pueden derivar de la confesión y de la absolución
recibida, si este sacramento ha sido vivido con sinceridad y verdad, y con un
verdadero deseo de progresar hacia una vida más conforme al Evangelio y un amor
de Dios más auténtico.
En el
confesar sus pecados y en el recibir la certeza del perdón, la persona percibe
la infinita misericordia de Dios, se siente liberada del peso de sus culpas, se da
cuenta de que a pesar de su fragilidad y debilidad, es acogida por Dios y que
la bendición de Dios reposa sobre su vida.Esto puede ser un gran consuelo y
fuente de una profunda paz.
Esta paz deberá después
conservarse mediante la fidelidad a la oración y la búsqueda de Dios. Haber
recibido esta paz no significa que la persona no tendrá más altos y bajos,
combates y luchas, porque son cosas que forman parte de la vida cristiana, pero
ha sido de todas maneras un don precioso de Dios.
Una señal de que una
cierta paz ha sido verdaderamente don de Dios y fruto de su gracia (y no sólo
un tranquilizarse humanamente) es que esta paz impulsa a la gratitud y dilata
el corazón hacia un amor más intenso a Dios y más generoso hacia los hermanos.
Por: P. Jacques Philippe | Fuente:
http://www.la-oracion.com
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