Quisiera
compartir con los que lean estas páginas, la experiencia de la
misericordia de Dios en mi vida.
Conocí a
Jesús cuando tenía 18 años, en mi familia no éramos cristianos practicantes,
creíamos en Dios pero a nuestra manera, dejándolo muchas veces, a un lado.
Mi vida
iba pasando imbuida en todos los afanes de la vida, sólo soñaba con ser
importante, vivir bien y ser yo la dueña de mi vida.
La
verdad, de esta manera, mi vida no tenía mucho sentido, no entendía muchas
cosas y constantemente pensaba que no valía la pena vivir, me encontraba vacía.
Siempre experimentaba una gran insatisfacción, lo cual podía vislumbrarse en mi
exterior.
Pensaba
que la felicidad consistía en ser importante, tener dinero, vivir bien, estar a
la moda y en ser estimada por todos y todas mis fuerzas las gastaba en
conseguir todo aquello, siempre encontrándome muy vacía.
Hasta que
un día, Dios se presentó en mi vida. Me invitaron a participar en el grupo de
confirmación, la verdad no tenía mucho interés pero acepté, quizá por
compromiso o por hacer un día algo distinto, no podía pensar que desde aquel
día mi vida iba a cambiar por completo, fue en ese día en que escuché hablar de
Jesús por primera vez. Cuando me hablaron de su inmenso amor por mí, de que por
mí había muerto en la cruz, realmente quedé impresionada, tuve la experiencia
de que unas vendas caían de mis ojos y que ahora podía ver con claridad, que
finalmente era capaz de ver la realidad y sólo sabía decir y repetir asombrada: ¡No
sabía que había alguien que me amaba tanto, no sabía que nunca había estado
sola!
Fue así
cómo cambió por completo mi vida y desde entonces no me he cansado de decir que
he sido salvada por pura misericordia de Dios.
Después
de 10 años de este encuentro con el Señor, mi experiencia sigue siendo la
misma, lo único que cada día se hace más profunda. Cada día voy descubriendo el
abismo insondable e inmenso de la misericordia de Dios, que va llenando toda mi
vida, voy descubriendo una mayor plenitud en todo mi ser, cómo Él me va
haciendo y desarrollando cada vez más como persona. Puedo decir con una
convicción profunda que desde que me encontré con Dios, he descubierto la
felicidad, una felicidad muy profunda, que no quiere decir que no haya dificultades
en el camino, pero la experiencia de saberse amada verdaderamente por Dios, lo
supera todo, porque no estoy sola.
Sólo
puedo dar gracias a Dios por la obra de misericordia que ha hecho en mí, porque
no sólo me concedió el don de la fe sino que me ha llamado a seguirle más de
cerca en la vida contemplativa, donde puedo alabarle y darle gracias en nombre
de toda la humanidad y repetir con el salmista “cantaré eternamente
las misericordias del Señor.”
Por: Sor Lucía de la Misericordia/ www.unaexperienciavocacional.com
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