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Las manos juntas de María

Nos recuerdan que el oficio más importante de Ella en el Cielo: es interceder por nosotros

En la mayoría de las imágenes de María,la encontramos con las manos juntas.

Por así decirlo, se refuerza esa esperanza, esa certeza en la protección materna de la Virgen. Esas manos juntas de la Virgen nos recuerdan permanentemente que el oficio más importante de Ella en lo más alto de los Cielos es interceder, es rezar. ¿A quién se acercan los hombres y mujeres? ¡A aquellos que saben que rezan por ellos! Como se dice en el Oficio de Pastores, en el responsorio: "¡Éste es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo!".

Esas manos juntas de la Virgen nos recuerdan que Ella sigue cumpliendo en el Cielo ese oficio principal, que fue su oficio principal también aquí en la tierra, porque entre los muchos privilegios que tiene la Santísima Virgen hay un privilegio que hace que Ella sea el refugio de los pecadores; hace que Ella sea el imán que atrae a las multitudes, hace que Ella sea llamada bienaventurada por todas las generaciones, y a medida en que nos vayamos acercando al fin de los tiempos, más aún; de alguna manera, como vemos en la actualidad, los Santuarios que mayor número de peregrinos tienen son santuarios de la Virgen: Guadalupe, Lourdes, Fátima, Luján, etc.

Esas manos juntas nos recuerdan que un día en Caná de Galilea Jesús le dijo: "no ha llegado mi hora", porque se habían quedado sin vino. Sin embargo, la Santísima Virgen, con plena conciencia de que Ella es Madre del Hijo de Dios, va a imperarles a los servidores: «¡Haced lo que Él os diga!». El Hijo Único de Dios, Aquel que es consustancial al Padre y al Espíritu Santo, no pudo decir que no a esa intercesión, a ese pedido de la Santísima Virgen, y por así decirlo se vio obligado a realizar ese primer milagro, porque la Santísima Virgen es la "Omnipotencia suplicante". No es omnipotente como Dios es omnipotente. Como Dios es omnipotente, sólo Dios es omnipotente. La Virgen no tiene la omnipotencia por su naturaleza, que es una naturaleza humana, pero sí tiene una forma muy particular de omnipotencia: es la "Omnipotencia suplicante", es la omnipotencia de aquella que siempre alcanza lo que pide, porque así como su Hijo la escuchó en Caná de Galilea, así su Hijo en este mismo instante sigue escuchando todos y cada uno de los pedidos de la Santísima Virgen.

Por eso, por muy difíciles que sean los momentos para nosotros, Aquella que ha comenzado en nosotros la obra buena, Ella misma la llevará a feliz término.

Por eso hoy, con renovado fervor, nos encomendamos a María; le pedimos por nuestra familia, por nuestros trabajos, necesidades y enfermedades. Y le pedimos a Ella la gracia de poder aportar nuestro pequeño granito de arena para la construcción del Reino de Dios.

Esas manos juntas de María, nos invitan a la oración, las manos juntas de la Inmaculada de Lourdes, y las manos juntas de la Inmaculada de Fátima: "Rezad, rezad mucho, dijo con aire de tristeza, y haced sacrificios por los pecadores, pues van muchas almas al infierno, por no tener quien se sacrifique y pida por ellas".

Por: P. Carlos M. Buela | Fuente: Catholic.net 

Pasos de la confesión (3)


4. PROPÓSITO DE ENMIENDA

Antes de explicar el cuarto paso, quisiera resumir, de la Institución Pastoral del Episcopado español del 15 de abril de 1989, los síntomas y raíces de la disminución de la práctica de la confesión en algunas partes:

1. Por el ateísmo e indiferencia religiosa de nuestros tiempos.
2. La pérdida del sentido del pecado.
3. Las interpretaciones inadecuadas del pecado. Hoy se nos quiere hacer creer que el pecado es      algo superado, es un vago sentimiento de culpabilidad, es como una fuerza oscura del inconsciente, es como expresión y reflejo de las condicionantes ambientales, se les identifican con el pecado social y estructural. Algunos ya no ven pecado en casi nada, salvo en lo social, estructural.
4. Crisis generalizada de la conciencia moral y su oscurecimiento en algunos hombres. Esto debido a la amoralidad sistemática, cuando no inmoralidad.
5. Otra causa que ven los obispos españoles es ésta: indecisión de predicadores y confesores en materia moral, económica y sexual. Algunos fieles se desconciertan al oír diversas opiniones de confesores sobre el mismo tema moral. Y claro, muchos optan por hacer caso al más laxo y fácil. Y al final optan por dejar sus conciencias al juicio de Dios y abandonan la confesión.

Expliquemos ahora sí el propósito de enmienda, que brota espontáneamente del dolor.

¿Qué es el propósito de enmienda?

Es una firme resolución de nunca más ofender a Dios. Y hay que hacerlo ya antes de confesarse. Jesús a la pecadora le dijo: “Vete y no peques más” (Jn. 8,11). Esto es lo que se propone el pecador al hacer el propósito de enmienda: “no quiero pecar más, con la ayuda de Dios”. Si no hay verdadero propósito, la confesión es inválida.

No significa que el pecador ya no volverá a pecar, pero sí quiere decir que está resuelto a hacer lo que le sea posible para evitar sus pecados que tanto ofenden a Dios. No se trata de la certeza absoluta de no volver a cometer pecado, sino de la voluntad de no volver a caer, con la gracia de Dios. Basta estar ciertos de que ahora no quiere volver a caer. Lo mismo que al salir de casa no sabes si tropezarás, pero sí sabes que no quieres tropezar.

Estos propósitos no deben ser solamente negativos: no hacer esto, no decir aquello… También hay que hacer propósitos positivos: rezaré con más atención, seré más amable con todos, hablaré bien de los demás, haré un pequeño sacrificio en la mesa o en el fútbol, callaré cuando esté con ira, seré agradecido, veré solo buenos programas en la televisión, hablaré con aquella persona que tanto me cuesta, etc.

¿Y si volvemos a caer?

Pues, nos levantamos con humildad. La conversión y renovación es progresiva, lenta. Por eso es necesaria la confesión frecuente, no sólo cuando hemos caído, sino para no caer. Allí Dios nos robustece la voluntad, no sólo para no caer, sino también para lograr las virtudes.

¿Por qué algunos se confiesan siempre de las mismas faltas?

Es muy sencillo: porque no evitan las ocasiones de pecado. Por eso, el propósito de enmienda implica dos cosas: evitar el pecado y las ocasiones que llevan a él.
Debemos pedir siempre lo que San Ignacio de Loyola pide en los Ejercicios Espirituales cuando habla de las meditaciones sobre el pecado: “Dame vergüenza y confusión, dolor y lágrimas, aborrecimiento del pecado y del desorden que lleva al pecado”.

Debemos apartarnos seriamente de las ocasiones de pecar, porque “quien ama el peligro perecerá en él” (Eclesiástico 3, 27). Si te metes en malas ocasiones, serás malo.

Hay batallas que el modo de ganarlas es evitándolas. Combatir siempre que sea necesario es de valientes; pero combatir sin necesidad es de estúpidos fanfarrones.

Si no quieres quemarte, no te acerques demasiado al fuego. Si no quieres cortarte, no juegues con una navaja bien afilada. Sobre todo esto vale para la concupiscencia de la carne o impureza. La impureza es una fiera insaciable. Aunque se le dé lo que pide, siempre quiere más. Y cuanto más le des, más te pedirá y con más fuerza. La fiera de la concupiscencia hay que matarla de hambre. Si la tienes castigada, te será más fácil dominarla.

Por tanto, si el propósito no se extendiese también a poner todos los medios necesarios para evitar las ocasiones próximas de pecar, la confesión no sería eficaz; mostraría una voluntad apegada al pecado, y, por lo tanto, indigna de perdón.

Quién, pudiendo, no quiere dejar una ocasión próxima de pecado grave, no puede recibir la absolución. Y si la recibe, esta absolución es inválida.

Ocasión de pecado es toda persona, cosa, circunstancia, lugar, que nos da oportunidad de pecar, que nos facilita el pecado, que nos atrae hacía él y constituye un peligro de pecar.
Jesucristo tiene palabras muy duras sobre la obligación de huir de las ocasiones de pecar: “Si tu ojo es ocasión de pecado, arráncalo… si tu mano es ocasión de pecado, córtala… más te vale entrar en el Reino de los cielos, manco o tuerto, que ser arrojado con las dos manos, los dos ojos, en el fuego del infierno” (Mt 18, 8ss).

Una persona que tiene una pierna gangrenada, se la corta para salvar su vida humana, y tú ¿no eres capaz de cortar esa cosa… para salvar tu alma?

Evitar un pecado cuesta menos que desarraigar un vicio. Es mucho más fácil no plantar una bellota que arrancar una encina.

Para apartarse con energía de las ocasiones de pecar, es necesario rezar y orar: pedirlo mucho al Señor y a la Virgen, y fortificar nuestra alma comulgando a menudo.

5- CUMPLIR LA PENITENCIA

Expliquemos el último paso para hacer una buena confesión: cumplir la penitencia.

Pero antes recuerda esto:
1. La confesión es el medio ordinario que ha puesto Dios para perdonar los pecados cometidos después del bautismo en el día a día. Es un medio maravilloso que renueva, santifica, forma conciencia y, sobre todo, da mucha paz al alma.
2. Cuesta, o puede costar, porque a la confesión no vamos a decir hazañas, sino pecados y miserias. Y esto nos cuesta a todos. Es curioso que algunos que ponen dificultades en decir los pecados al sacerdote confesor los propagan entre sus amigos con risotadas y chascarrillos, y con frecuencia exagerando fanfarronamente. Lo que pasa es que esas cosas ante sus amigos son hazañas, pero ante el confesor son pecados, y esto es humillante. Y lo que no tienen tus amigos, secreto, lo tiene el confesor: él no puede contar ni un pecado tuyo a nadie. A esto se le llama el sigilo sacramental; ha habido sacerdotes que han dado su vida antes que faltar a este secreto de la confesión.
3. Para confesarse hay que ser muy sincero. Los que no son sinceros, no se confiesan bien. El que calla voluntariamente en la confesión un pecado grave, hace una mala confesión, no se le perdona ningún pecado, y, además, añade otro pecado terrible que se llama sacrilegio.
4. Si tienes un pecado que te da vergüenza confesarlo, te aconsejo que lo digas el primero. Este acto de vencimiento te ayudará a hacer una buena confesión.
5. El confesor será siempre tu mejor amigo. A él puedes acudir siempre que lo necesites, que con toda seguridad encontrarás cariño y aprecio y much comprensión. Además de perdonarte los pecados, el confesor puede consolarte, orientarte, aconsejarte. Pregúntale las dudas morales que tengas. Pídele los consejos que necesites. Él guardará el secreto más riguroso.

¿Qué es cumplir la penitencia?

Es rezar o hace lo que el confesor me diga. Esta penitencia, ya sea una oración, una obra de caridad, un sacrificio, un servicio, la aceptación de la cruz, una lectura bíblica, es para expiar, reparar el daño que hemos hecho a Dios al pecar. Es expresión de nuestra voluntad de conversión cristiana.

El pecado, sobre todo si es grave, es ofensa grave a Dios. Mereceríamos las penas eternas del infierno. Esta penitencia que me da el sacerdote en parte desagravia la ofensa a Dios y expía las penas merecidas.

La confesión perdona las penas eternas, pero no perdona la pena temporal. Esta penitencia que hago va satisfaciendo, en parte, o disminuyendo la pena temporal debida por los pecados.

Dado que siempre será pequeña esta penitencia que me da el sacerdote, es aconsejable que luego cada quien elija otras penitencias que están a su alcance: el deber de estado bien cumplido y con amor; la paciencia en las adversidades, sin quejarse; refrenar y encauzar los sentidos corporales y espirituales, la imaginación, los deseos o apetencias caprichosas; poner un orden y horario en la jornada, desde el momento en que está prevista la hora de levantarse; la caridad ejercida por las obras de misericordia corporales o espirituales; el control de los pasatiempos y diversiones inútiles y nocivas; la perseverancia en las cosas pequeñas, con alegría (Consultar el Catecismo 1468-1473).

Todos los viernes del año, que el Derecho Canónico llama penitenciales (Cánones 1250-1253) son ocasión para hacer penitencia, como así también especialmente la Cuaresma, por el ayuno, la abstinencia de carne o la práctica de obras de misericordia, o a privación de algo que nos cueste (cigarrillos, dulces, bebidas alcohólicas u otros gustos).

Esta satisfacción que hacemos no es ciertamente el precio que se paga por el pecado absuelto y por el perdón recibido, porque ningún precio humano puede equivaler a lo que se ha obtenido, fruto de la preciosísima Sangre de Cristo. Pero quiere significar nuestro compromiso personal de conversión y de amor a Cristo.

Fuente: www.catholic.net

Los pasos de la confesión (2)

3. CONFESAR TODOS LOS PECADOS

El sacramento de la penitencia o confesión está en crisis en algunas partes porque, como dijo el Papa Juan Pablo II, “al hombre contemporáneo parece que le cuesta más que nunca reconocer los propios errores… parece muy reacio a decir ‘me arrepiento’ o ‘lo siento’; parece rechazar instintivamente y con frecuencia irresistiblemente, todo lo que es penitencia, en el sentido del sacrificio aceptado y practicado para la corrección del pecado” (Reconciliación y Penitencia n. 26).
Pío XII manifestó en un radiomensaje del Congreso Catequístico Nacional de los Estados Unidos, en Boston (26 de octubre de 1946): “El pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado”.

El tercer paso para hacer una buena confesión es confesar todos los pecados mortales y graves al confesor.

¿Qué es la confesión de boca? Es manifestar al confesor sin engaño, ni mentira los pecados cometidos, con intención de recibir la absolución. Dice la Biblia: “No te avergüences de confesar tus pecados” (Eclesiástico 4,26)

Para que Dios perdone, por medio del confesor, es necesario decir los pecados. Así lo dispuso el mismo Cristo al instituir el sacramento del la Penitencia. “A quienes se los perdonéis, quedarán perdonados; a quienes se los retuviereis les quedarán retenidos” (Jn. 20, 23).

Los apóstoles, y sus sucesores, los obispos y los colaboradores, los sacerdotes, para poder absolver, necesitan conocer lo que perdonan, es decir, necesitan escuchar los pecados del penitente.

¿Cuáles son las cualidades para una buena confesión de boca?

1. Sincera: no debo ocultar lo que en conciencia es grave.
2. Verdadera: sin ocultar o disimular lo que debo manifestar, ni dar vueltas, tratando de justificarme.
3. Completa: todos los pecados graves, según su especie, número y circunstancias que cambian la especie.
4. Sencilla y humilde: con pocas palabras y sin rodeos.
Omitir voluntariamente la confesión de pecados graves o circunstancias que cambian la especie o callar voluntariamente algún pecado grave hace que la confesión sea inválida y sacrílega.

Gravedad del pecado

El pecado varía en su gravedad según quién lo comete, con quién se comete y dónde se comete.
-Una cosa es robar a un rico y otra a un pobre.
-Una cosa es robar por hambre y otra para vender.
-Una cosa es robar en el supermercado y otra en una iglesia.
-Una cosa es insultar a un compañero de clase y otra, a mamá o a un sacerdote o al Papa.
-Una cosa es cometer un acto impuro con un soltero/a y otra con un casado/a.
-Una cosa es mentir en casa y otra en la confesión.

¿Qué pecados estamos obligados a confesar?

Solamente los pecados mortales, pero es bueno y provechoso confesar también los veniales, así iremos fomentando mejor nuestra conciencia; así también el sacerdote nos podrá guiar con toda seguridad y sabiduría hacia la santidad.

¿Qué hacer cuando sólo tenemos pecados veniales para confesar?

Conviene recordar también algún pecado mortal ya confesado. Así el recuerdo de un pecado grave hace más fuerte el arrepentimiento y más serio el propósito. Esto si lo considera oportuno el confesor, porque hay almas con escrúpulos a quienes no conviene que revuelvan el pasado ya confesado.

¿Qué sucede cuando uno olvida algún pecado grave en la confesión, sin querer?

Obtiene el perdón de los pecados y puede comulgar, pero en la próxima confesión debe confesarse de ese pecado que olvidó sin querer.

Una norma muy útil: cuando uno termina de decirle al sacerdote los pecados conviene añadir: “Pido perdón también de todos los pecados que se me hayan olvidado”. Así queda el alma mucho más tranquila.

¿Cómo es el rito de la confesión?

1. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo.
2. Se lee una frase del evangelio.
3. Padre hace X días que me confesé, aclaro si cumplí la penitencia o no.
4. Mis pecados son éstos… y me acuso de todos aquellos que en este momento no recuerdo, y de los pecados de omisión.
5. Después escucho los consejos.
6. Rezo el pésame u acto de contrición lentamente y con dolor.
7. Recibo la absolución del sacerdote.
8. Le agradezco… y voy a cumplir rápido la penitencia.

Continúa...

Los pasos de la confesión


La Reconciliación o Confesión

Las cinco cosas necesarias para hacer una buena y fructífera confesión. 

Para explicar las cinco cosas necesarias para hacer una buena y fructífera confesión, lo haremos desde la parábola del hijo pródigo, narrada por San Lucas en el capítulo 15 de su Evangelio.

Cinco pasos son necesarios:
  
1. Exámen de conciencia. (El hijo pródigo examina su conciencia).
2. Dolor de los pecados y la contricción del corazón. (Se arrepiente).
3. Confesar todos los pecados. (Hace propósito de volver al padre).
4. Propósito de enmienda. (Vuelve y pide perdón).
5. Cumplir la penitencia. (Paga con buenas obras sus pecados)

Es decir, reflexiona, se arrepiente, se corrige, se acusa y expía.

1.   EXAMEN DE CONCIENCIA

La confesión no tendrá efecto y fruto si entramos en la Iglesia y rápido nos confesamos, sin haber hecho primero un buen examen de conciencia sereno, tranquilo, pausado, y si es por escrito mejor, para que así, no nos olvidemos ni un pecado.

¿Cómo hacer este examen de conciencia?

El examen de conciencia consiste en recordar los pecados que hemos cometido y las causas o razones por las cuales estamos cometiendo esas faltas.
Deberíamos, como buenos cristianos, hacer examen de conciencia todos los días en la noche, antes de acostarnos.
Así iríamos formando bien nuestra conciencia, haciéndola más sensible y recta, más pura y delicada. Los grandes Santos nos han recomendado este medio del examen de conciencia diario

¿Cómo se hace?

1. Pedimos al Espíritu Santo que nos ilumine y nos recuerde cuáles son los pecados nuestros que más le están disgustando a Dios.

2. Vamos repasando:
a) Los diez mandamientos.
b) Los cinco mandamientos de nuestra Santa Madre la Iglesia Católica.
c) Los siete pecados capitales.
d) Las obras de misericordia.
e) Las bienaventuranzas.
f) El mandamiento de la caridad.
g) Los pecados de omisión: el bien que dejamos de hacer: no ayudar, no hacer apostolado, no compartir los bienes, no hacer visitas a Cristo Eucaristía, no dar un buen consejo.

También es bueno confesarse de la siguiente manera:
a) Deberes para con Dios: mi relación con la voluntad de Dios.
b) Deberes para con el prójimo: caridad, respeto.
c) Deberes para conmigo: estudios, trabajo, honestidad, pureza, veracidad.
d) Deberes para con ese Movimiento o Institución eclesial a la que pertenezco: fidelidad a los compromisos, apostolado.

2.   DOLOR DE LOS PECADOS Y LA CONTRICIÓN DEL CORAZÓN

No basta sólo hacer un buen examen de conciencia para una buena confesión: es necesario un segundo paso: dolerme interiormente por haber cometido esos pecados, porque ofendí a Dios, mi Padre. Es lo que llamamos dolor de los pecados o contrición del corazón.

Contrición de corazón o arrepentimiento es sentir tristeza y pesar de haber ofendido a Dios con nuestros pecados.

No es tanto “me siento mal… no me ha gustado lo que he hecho… siento un peso encima…” ¡No! Este dolor de contrición es otra cosa: “Estoy muy apenado porque ofendí a Dios, que es mi Padre, le puse triste”.

El Salmo 50 dice: “Un corazón arrepentido, Dios nunca lo desprecia”.
Jesús cuenta, que un publicano fue a orar, y arrodillado decía: “Misericordia, Señor, que soy un gran pecador” y a Dios le gustó tanto esta oración de arrepentimiento que le perdonó (cfr Lucas 18).

¿Cuántas clases de arrepentimiento hay?

Hay tres:

1. La contrición perfecta: es una tristeza o pesar por haber ofendido a Dios, por ser Él quien es, esto es, por ser infinitamente bueno y digno de ser amado, teniendo al mismo tiempo el propósito de confesarse y de evitar el pecado. Es el ejemplo del rey David, o de Pedro.

2. Contrición imperfecta o atrición: es una tristeza o pesar de haber ofendido a Dios, pero sólo por la fealdad y repugnancia del pecado, o por temor de los castigos que Dios puede enviarnos por haberlo ofendido. Para que esta atrición obtenga el perdón de los pecados necesita ir acompañada de propósito de enmendarse y obtener la absolución del sacerdote en la confesión.

3. El arrepentimiento o remordimiento: (morder doblemente) es una rabia o disgusto por haber hecho algo malo que no quisiéramos haber hecho. Es la conciencia la que nos muerde. No nos da tristeza por haber ofendido a Dios, sino porque hicimos algo que no nos gusta haber hecho. Ejemplo de Judas. El remordimiento no borra el pecado.
¿Cuándo debemos tener este dolor de contrición y arrepentimiento de los pecados?
Sobre todo cuando nos vamos a confesar, pues si no estamos arrepentidos, no quedamos perdonados. Pero es bueno también arrepentirnos de nuestras faltas cada noche antes de acostarnos. A Dios le gusta un corazón arrepentido.

¿Qué cualidades debe tener nuestro arrepentimiento?

Tres son las cualidades:

1. Arrepentirse de todo los pecados sin excluir ninguno (a no ser por olvido).
2. Que el arrepentimiento no sea sólo exterior sino que se sienta en el alma.
3. Que sea sobrenatural, o sea no sólo por los males materiales que nos trae el pecado, sino porque con él causamos un disgusto a Dios y nos vienen males para el alma y para la eternidad.

¿Qué ayuda para conseguir el dolor de contrición o arrepentimiento perfecto?

1. Recordar el Calvario y todo lo que Jesús sufrió por nosotros en su Pasión.
2. Recordar el Cielo y pensar en las alegrías y felicidades que allá nos esperan.
3. ¡Todo esto lo perderé, si peco! Ir con la imaginación a los castigos eternos y pensar que allá podemos ir también nosotros si no abandonamos nuestros pecados y malas
costumbres.

¡A cuantos les ha salvado esto, y les ha alejado de sus pecados!

Una poesía resume este arrepentimiento sincero:
“No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por ello de ofenderte. Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en esa cruz y escarnecido; muéveme ver tu cuerpo tan herido; muévenme tus afectas y tu muerte. Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara y aunque no hubiera infierno te temiera. No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera” (Anónimo). 

Continúa...

Por: P Antono Rivero LC | Fuente: Catholic.net 

Para encontrarnos con Jesús en la oración, debemos dejarnos encontrar por Dios



Dios Padre es paciente, siempre quiere nuestra conversión y comunión con el amor de su Hijo, que nos transforma en luz y sal del Evangelio. Él sale al encuentro de los que aún no le llaman Padre y cuando nos disponemos a su encuentro o reencuentro, el cielo se alegra. Estemos atentos a lo que nos tiene el Plan Pastoral para este año.

A través de la historia todos hemos sido dotados del espíritu y de la mente para percibir y conocer a Dios, sin embargo, los cristianos tenemos la bendición de conocerle a través de su Hijo Jesús, quien nos enseñó a llamarle Padre (Mateo 6, 9), a confiar en su misericordia y de compartirla. Él nos conoce por nuestro nombre y nuestro corazón (2 Corintios 2, 19), nos llama a participar y practicar su misericordia (Juan 6, 65) y dar buen testimonio. 

Nos encontramos con Jesús cuando oramos, escuchamos y vivimos su Palabra, hacemos la voluntad del Padre en los sacramentos, practicamos el bien y evitamos el mal, corregimos los errores, perdonamos y pedimos perdón. Algunas veces el encuentro es a través del santo testimonio de un hermano.  ¿Para quién seremos instrumento del encuentro con Jesús este año? 

Jesús sale a nuestro encuentro, como en el camino a Emaús, en los momentos tristes, de soledad, de aridez, de pereza, de tentación, igual en las alegrías como en las bodas de Caná, etc.  ¿Cuál es tu experiencia?  Es importante que nos esforcemos en cuidar nuestro templo interior donde hace presencia Cristo, quedándose en nosotros para irradiar su presencia. Tengamos en cuenta:

1. Silenciar el corazón y los oídos del alma: en la vida diaria escojamos pequeños momentos, ejemplo mientras nos transportamos, subimos escaleras o entramos en nuestra habitación, como dice en Mateo 6, 6, para nuestro encuentro con Dios.
2.  Ser consciente de la Omnipresencia de Dios:  Jesús está en todas partes, ¿estará de acuerdo o no, con lo que estoy haciendo ahora?
3. Tener fe: El Señor nos da fe plena, libre, fuerte, alegre y activa para tener confianza de hijo.
4.  Invocar al Espíritu Santo para que nos dé la gracia diaria y continua.
5. Pedir al Señor que nos enseñe a orar (Lucas 11, 1).  Jesús es Maestro de oración. Tengamos una oración interior continua, rezando jaculatorias, actos de fe (Efesios 6,18).
6.   Querer estar en presencia de Dios, en las alegrías y en las pruebas.
7.   Dar gracias por todo.
8.  Pedir la intercesión de la Virgen María, Llena de Gracia, de San José, maestro de oración, y de los Santos Ángeles, para que nos mantengamos fieles y perseveremos en este propósito.

Por: Jaynes Hernández Natera, Coordinadora Apostolado María Madre nos reconcilia con Cristo

Cantaré eternamente la misericordia del Señor


Quisiera compartir con los que lean estas páginas, la experiencia de la misericordia de Dios en mi vida.

Conocí a Jesús cuando tenía 18 años, en mi familia no éramos cristianos practicantes, creíamos en Dios pero a nuestra manera, dejándolo muchas veces, a un lado.

Mi vida iba pasando imbuida en todos los afanes de la vida, sólo soñaba con ser importante, vivir bien y ser yo la dueña de mi vida.

La verdad, de esta manera, mi vida no tenía mucho sentido, no entendía muchas cosas y constantemente pensaba que no valía la pena vivir, me encontraba vacía. Siempre experimentaba una gran insatisfacción, lo cual podía vislumbrarse en mi exterior.

Pensaba que la felicidad consistía en ser importante, tener dinero, vivir bien, estar a la moda y en ser estimada por todos y todas mis fuerzas las gastaba en conseguir todo aquello, siempre encontrándome muy vacía.

Hasta que un día, Dios se presentó en mi vida. Me invitaron a participar en el grupo de confirmación, la verdad no tenía mucho interés pero acepté, quizá por compromiso o por hacer un día algo distinto, no podía pensar que desde aquel día mi vida iba a cambiar por completo, fue en ese día en que escuché hablar de Jesús por primera vez. Cuando me hablaron de su inmenso amor por mí, de que por mí había muerto en la cruz, realmente quedé impresionada, tuve la experiencia de que unas vendas caían de mis ojos y que ahora podía ver con claridad, que finalmente era capaz de ver la realidad y sólo sabía decir y repetir asombrada: ¡No sabía que había alguien que me amaba tanto, no sabía que nunca había estado sola!

Fue así cómo cambió por completo mi vida y desde entonces no me he cansado de decir que he sido salvada por pura misericordia de Dios.

Después de 10 años de este encuentro con el Señor, mi experiencia sigue siendo la misma, lo único que cada día se hace más profunda. Cada día voy descubriendo el abismo insondable e inmenso de la misericordia de Dios, que va llenando toda mi vida, voy descubriendo una mayor plenitud en todo mi ser, cómo Él me va haciendo y desarrollando cada vez más como persona. Puedo decir con una convicción profunda que desde que me encontré con Dios, he descubierto la felicidad, una felicidad muy profunda, que no quiere decir que no haya dificultades en el camino, pero la experiencia de saberse amada verdaderamente por Dios, lo supera todo, porque no estoy sola.

Sólo puedo dar gracias a Dios por la obra de misericordia que ha hecho en mí, porque no sólo me concedió el don de la fe sino que me ha llamado a seguirle más de cerca en la vida contemplativa, donde puedo alabarle y darle gracias en nombre de toda la humanidad y repetir con el salmista cantaré eternamente las misericordias del Señor.”

Por: Sor Lucía de la Misericordia/ www.unaexperienciavocacional.com