Después
de eventos como la Jornada Mundial de la Juventud, o de alguna canonización de
un santo joven, (como la que viene dentro de poco de José Sánchez del Río)
surgen en la Iglesia vocaciones a la vida consagrada como
hongos después de una tormenta. Es lógico.
Estos eventos son realmente
conmovedores y despiertan en muchos jóvenes las ganas de hacer algo por Jesús,
por la Iglesia o por imitar a los santos de su edad. Muchos jóvenes le plantean
a sus padres su inquietud de ser sacerdotes o religiosos y los padres
no saben qué hacer frente a esta manifestación repentina de fe, que muchas
veces confunden con un entusiasmo pasajero.
Mis hijos
son chicos todavía y ninguno de ellos se ha planteado una vocación a la vida consagrada, así que no estoy calificado
para escribir este artículo. Pero de los 65 nietos de mis padres, 9 son
religiosos, y de la familia de mi mujer y mía tenemos una buena cantidad de
primos y sobrinos segundos consagrados. Así que me volqué a mi faceta de
periodista y pregunté a madres y padres cuáles fueron sus principales
inquietudes y temores y cuál fue el resultado del paso de los años en la
vocación de sus hijos.
Acá lo que ellos me dijeron:
1. ¡Alégrense, llenos de Gracia!
Aunque al
principio pueda causar estupor, la vocación de un hijo es algo profundamente
maravilloso. ¡Dios
los considera dignos de ser padres de otros Cristos, de esposas de Cristo o de
consagrados! De la generosidad de la respuesta de ustedes Dios tiene previsto
muchísimas gracias, tanto para el hijo como para ustedes. ¿Ustedes lo habían
soñado dándole nietos? ¡Ahora van a tener infinitos nietos para la eternidad!
Manifiéstenle a sus hijos su alegría, recen y ofrezcan una misa en acción de
gracias. Que sus hijos sepan que sus padres son tan generosos como ellos.
2. ¡No tengan miedo!
Esta
frase se repite cientos de veces en las Sagradas Escrituras. ¿Por qué habrían
de tener miedo ? ¡Si Dios pide algo, siempre nos da las gracias
necesarias para cumplirlo! Mientras seamos dóciles a la Gracia de
Dios, nada hay que temer. «El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar […]
Aunque atraviese por oscuras quebradas, ningún mal temeré»(Sal. 23) Los padres
nos asustamos cuando los hijos tienen sueños grandes, pero es porque nosotros
dejamos de soñar en grande. ¡Ellos tienen grandes aspiraciones y el Señor está
deseando darles toda la fuerza y las gracias necesarias para alcanzar esos
grandes sueños! Cuando los apóstoles no habían podido pescar, Nuestro Señor les
dice: ¡Duc in altum! (Naveguen mar adentro). A nosotros nos
pueden parecer sueños utópicos o inalcanzables, pero… ¡Para Dios nada es
imposible!
3. Indaguen (sin ser inquisitivos)
Apenas
recibe el anuncio del ángel de que Dios tenía otros planes para Ella, Nuestra
Señora indagó: ¿cómo era eso posible? No era que dudara de que los planes del
Señor son siempre mejores que los nuestros, solamente necesitaba saber los
pormenores. En esta etapa de la vocación incipiente de sus hijos, tienen
derecho a saber cómo y dónde los llama el Señor. Tal vez los jóvenes no lo
tengan claro del todo y unos ejercicios espirituales los pueden ayudar a
discernir en oración profunda los detalles específicos de su vocación:
¿Contemplativo o activo?, ¿sacerdote o laico consagrado?, ¿religiosa o
consagrada? ¿En qué congregación? De este discernimiento inicial va a depender
mucho la perseverancia, así que hay que ayudarlos, dejando que sean
ellos los que tomen las decisiones.
4. No se crean los jueces de la vocación de su hijo
No estás
llamado a poner a prueba la vocación de tu hijo. Tu hijo no te pertenece, Dios
te lo dió y si Dios lo llama a unos destinos altísimos, impedírselo o
prohibírselo no traerá nada bueno. Aquí
cabe la profecía de Gamaliel:
«(…)si
esto que hacen es de carácter humano, se desvanecerá; pero si es de Dios,
no lo podrán destruir. ¡No vaya a ser que ustedes se encuentren luchando contra
Dios!» (Hch 5, 38-39)
Si el
llamado proviene de Dios, Él le dará las gracias necesarias a su hijo o hija, y
de estas gracias surgirán grandes bienes para todos. Y si no proviene de Dios,
sino de una ilusión o entusiasmo pasajero, ellos se darán cuenta.
5. No intenten forzar nada…
Del mismo
modo que en el punto anterior: si es de Dios, es de Dios, pero si no lo es, no
hay nada que puedas hacer para forzar a tu hijo a seguir una vocación que no es
la suya, y tal vez le causes mucho daño. Muchos padres se desilusionan si sus hijos que entraron en religión
salen luego porque descubren que no es su vocación. Si fue un entusiasmo
pasajero y estuvo uno o dos años en una casa de formación. ¡Seguramente que
esos años eran los que necesitaba para madurar aspectos de su personalidad y su
fe! ¡Dios es sabio y no se deja ganar en generosidad! De ese par de años
(supuestamente perdidos) Dios sabrá sacar una enormidad de gracias.
6. … pero recen para que Dios suscite la vocación en sus hijos
En Lu
Monferrato, un pueblito de Italia, en el año 1881, por iniciativa de las
madres de familia, y bajo la dirección del P. Alessandro Canora, comenzaron a
rezar para que Dios suscitara entre sus hijos muchas vocaciones religiosas y
sacerdotales. El resultado fue monumental: en un pueblo de algunos miles de
habitantes, ¡surgieron 323 vocaciones sacerdotales y religiosas! Cuando Nuestro
Señor dijo: «muchos son los llamados, pero pocos los escogidos» (Mt 22, 14),
tal vez se refería a esto. ¿Cómo va a suscitar vocaciones Dios si no
las pedimos? Roguemos pues, al dueño de la mies, para que envíe
obreros a su mies… ¡En nuestra familia!
7. Prepárense para verlo feliz. Muy feliz
Una de
mis hermanas me dijo: «Los papás queremos la felicidad de nuestros hijos.
Verlos felices me da la tranquilidad de que han sido llamados por Dios
realmente y de que han respondido con toda el alma a ese llamado». Tiene dos
hijas religiosas que brillan por su piedad y alegría. Tanto que sus nombres de
religiosa son «María del milagro de Ámsterdam» y «María Madre de la alegría».
Los hijos parten hacia destinos lejanísimos, hacia misiones dificultosas, ¡y no
hay forma humana de sacarles la sonrisa de la cara! ¡La alegría es
siempre la confirmación de esa vocación genuina!
8. ¡Y prepárense para ser también, muy, muy felices!
Ya lo
dije: ¡Dios no se deja ganar en generosidad! De la respuesta generosa a la
gracia de la vocación, Dios tiene preparado un rosario de gracias para los
padres generosos. Una tía de mi esposa tiene tres hijos, y los tres son
religiosos, uno de ellos, misionero en Tanzania. ¡Sus hijos en lugares tan
lejanos y ella solita! La vida de tus hijos religiosos no va a estar exenta de
cruces, para ellos y para sus padres, pero las alegrías y satisfacciones son
inmensamente más grandes que las penas y cruces. ¡Tendrán un hijo
rezando todos los días de su vida por ustedes!
Siempre
nos quejamos de la falta de vocaciones. Si tuviéramos la fe del tamaño de un
grano de mostaza y fuéramos generosos como quieren ser generosos nuestros
hijos, ¿qué duda cabe que abundarían las vocaciones religiosas y
sacerdotales? Sepamos corresponder a la gracia con alegría y sin
temores, que «nadie vio ni oyó, y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios
preparó para los que lo aman» (1 Co 2,9).
Fuente: www.catholic-link.com
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