Christe
audi nos
¡Jesucristo
óyenos! Como la
oración es el canal mediante el cual Dios comunica a nuestra alma sus luces y
sus gracias, y es el incienso más dulce que podemos presentar para merecer sus
bendiciones, la Iglesia pide a Jesús que escuche su oración, y debemos pedir
junto a ella, no sólo que escuche las nuestras, sino que las ofrezca al padre;
porque habiendo sido constituido nuestro abogado delante de Él, intercede sin
cesar por nosotros, según san Juan, en el capítulo II de su primera Epístola, y
según San Pablo en el capítulo VII de la Epístola que dirige a los hebreos.
Christe
exaudi nos
¡Cristo
escúchanos! Hay que
continuar la oración con mayor confianza, ya que sabemos que Jesucristo sólo
concede los pedidos de los perseverantes. La importunidad molesta a los hombres
y los fatiga; pero el señor no dejará de escucharnos si no dejamos de pedirle.
Eso es lo que nos da a entender, en el capítulo XI de San Lucas, por medio de
la palabra del padre de familia, cansado de la insistencia de un amigo que le
pedía en medio de la noche que le prestara tres panes, y que no se levantó
tanto por prestarle sino por poner fin a su visita. Si esto es suficiente para
volvernos perseverantes en nuestras oraciones, cuánto más lo serán las palabras
que Jesucristo nos dio por prensa en el capítulo antes citado, donde dice:
“Pidan y se les dará, busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá”.
Ejemplo
Un niño
pequeño, elevado sobre las rodillas de una madre cristiana, aprendía de ella ha
hacer sobre su cuerpo, por primera vez, la señal de la Cruz. Como terminaba
invocando a las tres personas divinas: “En el nombre del Padre, etc…” se volvió
hacia la madre, y levantando los ojos sobre ella dijo: ¡“Mamá, no hay Madre! La
naturaleza humana había hablado por boca de ese niño. El autor de esta
naturaleza debió haberle alcanzado una respuesta: esta respuesta ¡Es María!
María es
nuestra Madre, conjurémosla para que presente nuestras oraciones a Jesús.
Fuente: Aciprensa
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