Sexto día
Pater de
coelis Deus
Dios Padre,
que estas en el cielo. Aunque
Dios, por su inmensidad esta en todo lugar y lo colma todo, sin embargo, nos
hace mirar particularmente al cielo como el trono de sus gracias y de su
gloria. Por eso, la Iglesia, invocando la misericordia divina comienza por
pedir a Dios Padre que la haga descender de los alto de los cielos donde
habita, donde oye nuestras plegarias y donde las otorga, según la promesa que
hizo al rey Salomón, en el capítulo VII del Libro de los Paralipómenos.
Filii,
Redemptor mundi, Deus
Dios Hijo
Redentor del mundo, Dios. La Iglesia,
considerando la caridad admirable con la cual el Hijo de Dios se ofrece por
nosotros al Padre, como una oblación y víctima de olor agradable, se ha
convertido en la propiciación del mundo; sobre el madero sagrado de la cruz
implora su misericordia; porque sabe que ese Dios infinitamente bueno, después
de haber dado su vida por nosotros, y después de haber muerto por nuestros
pecados, no puede rehusarnos nada cuando le rezamos con amor y confianza; y que
su justicia cede siempre a su clemencia, a favor de aquellos que buscan, en sus
sagradas llagas, los derechos que les dan en sus misericordias.
Spiritus
Sancte Deus
Espíritu
Santo que eres Dios. Aunque las
tres adorables personas de la Santísima Trinidad concurren unánimemente a la
santificación de nuestras almas, se atribuye, sin embargo, especialmente al
Espíritu Santo, nuestra regeneración espiritual y todas las gracias que
recibimos del cielo, porque esos favores, siendo un efecto del amor de Dios
hacia nosotros, se reconocen que tienen por autor a Aquél que es el Amor del
Padre y del Hijo. Por eso, la Iglesia invoca también al Espíritu Santo con el
Padre y el Hijo y le ruega que tenga piedad de nosotros
Ejemplo
San
Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús, dando a su Orden por divisa: Ad
Majorem Dei Gloriam, no encontró mejor modo de asegurar la práctica de
esta importante máxima, que ponerla bajo la protección de María. También,
eligió para echar los primeros fundamentos de su obra, la Iglesia de
Montmartre, que está dedicada a la Santísima Virgen María, y el día de su
Asunción gloriosa; y quiso que su culto fuese una de las devociones más
queridas a la Compañía. Él mismo, desde los comienzos de su conversión,
experimentó los efectos sensibles de la gracia; y no se puede dudar que el éxito
prodigioso que significaron el nacimiento de su admirable instituto, que el
tiempo no hizo sino afirmarlo y multiplicarlo, no se deban en gran parte, a la
profesión que se hizo siempre de una devoción muy especial a la Santísima
Virgen.
Pidamos a
María el deseo de trabajar siempre para la mayor gloria de Dios y no por el
egoísmo.
Séptimo día
Sancta
Trinitas, unus Deus
Trinidad
santa, un solo Dios. El misterio
de la adorable Trinidad es el sumario de nuestra fe, el fundamento de nuestra
religión, y la fuente de todas las misericordias divinas; esto es tan cierto
que San Agustín asegura que en la religión cristianas no hay gracias, virtudes,
méritos, justificación ni salvación que esperar que en nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo: la Iglesia, después de dirigirse a las tres personas
de la Santísima Trinidad separadamente, las invoca juntas, exclamando:
¡Trinidad Santa, que eres un solo Dios, ten piedad de nosotros!
Sancta
Maria
Santa María. Este
augusto nombre es tan amable y consolador para los verdaderos servidores de
María, cuanto terrible para sus adversarios; y se regocija al cielo hace
temblar al infierno; porque si queremos poner en fugar al demonio, pronunciemos
afectuosamente el nombre de María, y ese santo nombre, como un latigazo, tirará
por tierra al implacable enemigo del género humano. Y como David combatió a
Goliat con los cinco guijarros que había elegido, combatamos de la misma manera
al Goliat infernal pronunciando las cinco letras del nombre de María, con la
confianza y la intrépida seguridad que nos debe inspirar.
Ejemplo
En 1834, en
Angulema, un viejo curtidor, careciendo de valor para soportar ciertas penas,
se envenenó, pero presa de remordimientos, se fue a confesar. Con su
autorización, el confesor llevó a curtidor al hospicio, pide un antídoto, pero
mientras se lo preparan, se toma el pulso al enfermo y no se le encuentra, se
muestra lívido, con los ojos velados. Todo anunciaba una muerte cercana. Ante
este cuadro, con el corazón traspasado por el dolor, pero lleno de confianza en
la divina misericordia, el ferviente ministro del Señor se pone de rodillas y
recita las Letanías de la Santísima Virgen. A la primera invocación, siente
volver el pulso del moribundo y, poco después, le escucha decir algunas
palabras: “Padre, dijo con una voz muy débil: rece, rece más”.
Suspiró y dijo también: “Santa María ruega por mí”, y súbitamente le volvió
completamente la conciencia. No sólo el peligro de muerte había pasado,
sino que la salud se había enteramente restablecido sin que se hubiese empleado
medicina. Se le preguntó al anciano si conservaba alguna práctica piadosa. “No
Padre, desde hace mucho tiempo no digo ninguna oración”. Pero después de haber
reflexionado un instante, descubre su pecho y muestra su escapulario diciendo:
“¡Este es el único signo de piedad que he conservado!” Llegó el médico y
aseguró que solo un poder superior había podido prolongar su vida más de dos
horas después de la ingestión del veneno, uno de los más activos que se conoce,
y cinco horas habían transcurrido desde ese fatal momento.
Llevemos
con devoción el escapulario de la Santísima virgen.
Fuente: Aciprensa
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