Octavo día
Sancta Dei
genitrix
Santa Madre
de Dios. Solo a
María, como Madre de Dios, puede aplicarse las palabras del Eclesiástico. Aquél
que me creó descansó en mi tabernáculo. Ahora bien, por manera en
que se cumplió este misterio, no hay nada más maravilloso; porque de la misma
manera en que Dios Engendró a su Hijo desde toda la eternidad, sin madre,
igualmente, María concibió y trajo al mundo al Hijo de Dios sin padre; y de la
misma manera que Dios, con una sola palabra, sacó al universo de la nada, de la
misma manera, María cuando dijo al Arcángel “Hágase en mí según tu palabra”,
concibió en ese mismo instante por obra del Espíritu Santo, y el Verbo divino
de hizo carne.
Sancta
Virgo Virginum
Santa
Virgen de las vírgenes. De todos
los piadosos motivos que nos mueven a llamar a María la Virgen de las vírgenes,
no hay uno más grande que el voto generoso mediante el cual consagró su
virginidad a Dios; porque ella lo hizo en un tiempo en que no existía precepto,
ni ejemplo ni consejo; en el tiempo mismo en que la virginidad era menos
estimada que la esterilidad y era despreciada, vista por los judíos como una
maldición de Dios. Por otro lado, considerando que la belleza de María nunca
fue ocasión del más mínimo pecado, no inspira, por el contrario sino respeto y
piedad a quienes tuvieron la felicidad de verla. Hay que convenir que Dios se
complació creando a María, como un objeto que había elegido para ser la Madre
de su Hijo y para ser la más pura y la más perfecta de las hijas de la tierra.
Ejemplo
El piadoso
Vicente de Beauvais relata: “Había en una de nuestra ciudades, un pintor de
cierto renombre que destacaba, especialmente, en reproducir la dulce y pura
fisonomía de la Virgen. Le causaba placer, sin duda por el contraste, poner a
sus pies a su eterno rival, pero lo dibujaba abatido, desesperad o bajo formas
tan horrendas, que Satanás le guardaba rencor. Si debemos creer en la leyenda,
llego hasta a amenazar a nuestro artista, diciéndole que se arrepentiría. Éste,
no era hombre de dejarse intimidar. Un día que subió a un alto andamiaje,
volvió a trazar sobre el frontispicio de una iglesia su retrato privilegiado,
para Mostar al enemigo de la virgen cuánto lo despreciaba. Después de haber
trazado un admirable esbozo de aquél, hizo de su enemigo un boceto más horrible
que nunca. Mezclaba los colores cuando sintió que el andamiaje se quebraba;
comprendió de inmediato lo que quería el enemigo, y tiende la mano hacia la
imagen que acababa de dibujar. Ésta le tiende la suya y mientras que las
planchas y las vigas colapsaban con estruendo bajo sus pies, permaneció
suspendido sin otro sostén. Toda la ciudad fue testigo del prodigio. Se
reconstruyó el andamiaje, y nuestro pintor, volvió a poner manos a la obra,
haciéndolo con tanta propiedad esta vez, que quitó por siempre a Satanás las
ganas de interrumpir su trabajo.
Roguemos a
la Virgen en momentos de peligros..
Noveno día
Mater
Christi
Madre de
Jesucristo. ¿Hay un
título más glorioso, para María, que ser la Madre de Jesucristo, cuya gloria y
majestad se derraman sobre ella? Porque adorando a Jesucristo como Rey de reyes
y Amo soberano del universo, ¿no se debe honrar a su Santísima Madre como la
Reina gloriosa del cielo y de la tierra? Y si Betsabé, e otro tiempo, obtuvo
tanta gloria por ser la madre de Salomón, ¡qué honor, qué gloria no le
corresponde a María, la Madre de Jesucristo, que es el Hijo de Dios y Dios
mismo!
Mater
divinae gratiae
Madre de la
divina gracia ¿Se podrá
dudar que María fue la Madre de la divina gracia, después de que fue elevada a
la dignidad de Madre de aquél que es el autor de todas las gracias, y después
que el arcángel Gabriel, el enviado del altísimo, la saludó llena de gracia?
No, ciertamente; porque es en vista de esta plenitud que la Iglesia le aplica
esas palabras del Eclesiástico: En mí está toda la gracia, y
que los santos Padres la compararon con el mar, por ser el mar el reservorio y
la fuente de todas las aguas de la tierra, lo mismo que María es el tesoro y el
canal de todas las gracias del cielo.
Ejemplo
Un gran
pecador se encontró un día con San Bernardo, lamentando la multitud de sus
pecados. “Es imposible que Dios me conceda su persona y su gracia”. El santo
Doctor le respondió lleno de compasión: “Tranquilícese usted, hijo mío, no
tiene ninguna razón para desesperar”. Tome, lea. El santo le hizo leer el
pasaje de la Escritura en que el Ángel dice a María: “No temas porque has
encontrado gracia delante de Dios (Luc I, 30). ¿Comprende esas palabras?
Preguntó el santo. María encontró gracia. Hijo mío, usted sabe que se puede
encontrar cosas que otros han perdido. Así, no tarde no tema, apúrese en
recurrir a la Madre de Dios y dígale: “He perdido la gracia y tú la has
encontrado, devuélvemela reconciliándome con tu Hijo, y luego que haya
recuperado esta gracia, guárdame por miedo a que la pierda de nuevo”. El pobre
pecador repitió confiado, se prosternó delante de la imagen de la Virgen, rogó
a la Madre de la gracia divina, hizo penitencia y murió bendiciendo el nombre
de su celeste protectora.
Pidamos a
la Santísima virgen una gracia abundante por nuestro progreso en las virtudes
de nuestra condición.
Décimo día
Mater
inviolada
Madre sin
mancha. Las
comparaciones que se emplean para explicar la integridad milagrosa de María, a
la que se compara comúnmente a un espejo, que nos perturbada en lo absoluto por
los rayos del sol que lo penetran, siendo insuficientes y por debajo del
misterio de una Virgen Madre, no se puede sino admirar en un respetuoso
silencio, la manera extraordinaria en la que el Hijo de Dios quiso ser
concebido y nacer. ¿Le fue más difícil salir del seno de su Madre sin violar su
pureza que salir de su tumba sin remover la piedra, sin quebrar el sello?
Mater
intemerata
Madre sin
corrupción. En efecto,
¿no convenía que María, que había estado unida a su divino hijo en los decretos
eternos de la Providencia, fuese impecable por la gracia, como Jesucristo lo
fue por su naturaleza? ¿Y no convenía que la Madre de un Dios no haya debido ni
podido estar un instante bajo el imperio del pecado? Igualmente, San Agustín
quería que no se hiciese mención de María cuando se hablara del pecado. No
podemos hacer nada mejor que compartir los sentimientos de ese gran doctor; y
reconociendo a María como Madre de Dios, reconozcámosla como una Madre que
estuvo exenta de toda corrupción.
Ejemplo
El P. de
Smet, misionero de la compañía de Jesús, en medio de las naciones salvajes de
América del Norte, abordaba, hace algunos años, a la poblada de los
Pottowatomies, que viven sobre las márgenes de los Osages. Como se descargaba
sus efectos, se llevó a bordo a un muchacho que estaba peligrosamente enfermo.
Se hacía tarde ya, y debido al equipaje, el misionero no podía ir a la cabaña
que el gran jefe le había preparado. Seguí, pues, sobre el barco. Ahora bien,
durante la noche, el joven enfermo sufrió mucho. Los suspiros que le arrancaba
el dolor impulsaron al P. de Smet a entrar en su cuarto, con el fin de
aliviarlo o de consolarlo. Esta intención caritativa del misionero conmueve al
muchacho, que le abre su corazón. “Soy católico, dijo, incluso recibí una
educación del todo cristiana de uno de mis tíos, que era un eclesiástico lleno
de celo. Practiqué mucho tiempo la piedad y, en especial, siempre tuve una
especial devoción por la Madre de Dios. Hace seis años que viajo por las
montañas, en medio de una tribu salvaje, sin haber encontrado ningún sacerdote
y, sin embargo, nunca olvidé a María. “Sin duda es ella la que me conduce ante
usted, hijo mío, respondió el venerable misionero; ella quiere verificar en su
persona las palabras de San Bernardo; que nunca se la ha invocado en vano.
Créame, aproveche de esta gracia que le ha concedido. Hace tiempo que no ha
purificado su conciencia, tal vez tenga reproches que hacerse. Comience s
confesión”. El muchacho accedió de buena gana a la invitación del ministro
caritativo; se confesó en medio de grandes sentimientos de piedad y recibió
también la Extremaunción. El P. de Smet supo después que había muerto al día
siguiente de su llegada.
Si nos
encontramos frente a grandes dificultades cuando cumplimos nuestro deber,
recurramos a María
Décimo primer día
Mater
inviolada
Madre sin
mancha. Las
comparaciones que se emplean para explicar la integridad milagrosa de María, a
la que se compara comúnmente a un espejo, que nos perturbada en lo absoluto por
los rayos del sol que lo penetran, siendo insuficientes y por debajo del
misterio de una Virgen Madre, no se puede sino admirar en un respetuoso
silencio, la manera extraordinaria en la que el Hijo de Dios quiso ser
concebido y nacer. ¿Le fue más difícil salir del seno de su Madre sin violar su
pureza que salir de su tumba sin remover la piedra, sin quebrar el sello?
Mater
intemerata
Madre sin
corrupción. En efecto,
¿no convenía que María, que había estado unida a su divino hijo en los decretos
eternos de la Providencia, fuese impecable por la gracia, como Jesucristo lo
fue por su naturaleza? ¿Y no convenía que la Madre de un Dios no haya debido ni
podido estar un instante bajo el imperio del pecado? Igualmente, San Agustín
quería que no se hiciese mención de María cuando se hablara del pecado. No
podemos hacer nada mejor que compartir los sentimientos de ese gran doctor; y
reconociendo a María como Madre de Dios, reconozcámosla como una Madre que
estuvo exenta de toda corrupción.
Ejemplo
El P. de
Smet, misionero de la compañía de Jesús, en medio de las naciones salvajes de
América del Norte, abordaba, hace algunos años, a la poblada de los
Pottowatomies, que viven sobre las márgenes de los Osages. Como se descargaba
sus efectos, se llevó a bordo a un muchacho que estaba peligrosamente enfermo.
Se hacía tarde ya, y debido al equipaje, el misionero no podía ir a la cabaña
que el gran jefe le había preparado. Seguí, pues, sobre el barco. Ahora bien,
durante la noche, el joven enfermo sufrió mucho. Los suspiros que le arrancaba
el dolor impulsaron al P. de Smet a entrar en su cuarto, con el fin de
aliviarlo o de consolarlo. Esta intención caritativa del misionero conmueve al
muchacho, que le abre su corazón. “Soy católico, dijo, incluso recibí una
educación del todo cristiana de uno de mis tíos, que era un eclesiástico lleno
de celo. Practiqué mucho tiempo la piedad y, en especial, siempre tuve una
especial devoción por la Madre de Dios. Hace seis años que viajo por las
montañas, en medio de una tribu salvaje, sin haber encontrado ningún sacerdote
y, sin embargo, nunca olvidé a María. “Sin duda es ella la que me conduce ante
usted, hijo mío, respondió el venerable misionero; ella quiere verificar en su
persona las palabras de San Bernardo; que nunca se la ha invocado en vano.
Créame, aproveche de esta gracia que le ha concedido. Hace tiempo que no ha
purificado su conciencia, tal vez tenga reproches que hacerse. Comience s
confesión”. El muchacho accedió de buena gana a la invitación del ministro caritativo;
se confesó en medio de grandes sentimientos de piedad y recibió también la
Extremaunción. El P. de Smet supo después que había muerto al día siguiente de
su llegada.
Si nos
encontramos frente a grandes dificultades cuando cumplimos nuestro deber,
recurramos a María
Fuente:
Aciprensa