¡Alaben
al Señor porque Él es bueno, y su gran amor perdura para siempre! (1Crónicas 16:34)
En este año de gracia, demos gracias a
Dios. El salmo103, 1-2 nos dice: “Bendice alma mía, a Yahvé, el fondo de mi
ser, a su Santo Nombre. Bendice, alma mía, a Yahvé, nunca olvides sus
beneficios”. Recordemos este salmo, comentemos en familia y alabemos
a Dios, porque ha sido misericordioso con todos.
La misericordia de Dios es por siempre. Perseveremos en orar
con mucha fe y rogar perdón, firmes en la esperanza que familiares, amigos o
vecinos que aún no se han preocupado por recibir la indulgencia, lo lograrán para
la mayor Gloria de Dios con el auxilio de Nuestra Señora de la Misericordia.
Gracias Padre misericordioso, por el
perdón de los pecados (Leer Romanos 5, 6-11), gracias por cada sacerdote que
nos dio la absolución durante este año y todos los años de nuestra vida,
gracias por todos los sí de los jóvenes al llamado sacerdotal y a la vida
consagrada. ¡Santifica Señor a cada sacerdote en el confesionario!
La misericordia es bondad infinita. La bondad de Dios es
una fuente, nunca se seca y así como la gracia es desde el comienzo del mundo
(Salmo 25:6), también persiste hasta el fin del mundo, de generación en generación.
“Haced el bien nos hace bien”, como decía San Juan de
Dios. Haced el bien es ser instrumento de misericordia; la práctica
alegre de las obras de misericordia nos beneficia en nuestro peregrinar
cristiano, motivando y dando testimonio de la gracia que Dios ha derramado en
nosotras.
La luz eterna misericordiosa de Dios, rompe o
disipa las tinieblas en las vidas de todas las generaciones de
nuestro árbol genealógico incluyendo las futuras, las que no
conocemos, ni sabremos si tendrán fe y cómo la practicarán; algunos dirán
no tenerla, no sabremos si habrá un nuevo Jubileo de Misericordia.
Creamos en la bondad eterna de Dios, Él siempre escucha la oración humilde y
confiada.
Misericordia, indulgencia por los difuntos, descanso en paz y luz
perpetua para todas las almas difuntas. Un año de gracia, para los hermanos
vivos y fallecidos.
La misericordia de
Dios se ha derramado en toda la Iglesia y se seguirá esparciendo; sigamos
unidos en la oración todos los fieles cristianos para que Cristo reine en
nuestro corazón por siempre y le de salud y luz del Espíritu Santo al
Papa Francisco y a todo el clero en los cinco continentes, para guiarnos por el camino de la verdad.
Por: Jaynes Hernández Natera, Coordinadora Apostolado María Madre nos reconcilia con Cristo
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