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Del reino de los cielos que promete Dios a los pobres de espíritu


PUNTO PRIMERO. Bienaventurados, dice Cristo, los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos. Pondera lo primero, que no dice que será, o se le dará, sino que es desde luego, porque desde luego los enriquece de dones y riquezas espirituales, con que empiezan a gozar de una felicísima bienaventuranza en la tierra; y cuando no tuvieran otra más que sacudir de sí la carga de la hacienda y de los cuidados de ella, el trabajo de adquirirla, y la solicitud de conservarla era una gran bienaventuranza. Considera lo que padecen los ricos y de la carga y afanes que están libres los pobres, y luego los deleites espirituales que les comunica dios en sus almas, al paso que dejan los temporales, y hallarás una felicidad y tranquilidad del cielo: llora la ceguedad de los mortales que tienen por felices a los ricos y por infelices a los pobres, y con la codicia de lo temporal no sienten la carga de su alma;  y pide a Dios que te de gracia para dejar lo terreno y gozar de su bienaventuranza en la tierra, principio de la del cielo.

PUNTO II. Considera que también son desde luego bienaventurados y empiezan a poseer el reino del cielo, porque reinan a sus pasiones y son superiores a sus apetitos sin sujetarse a ellos. A los ricos llamó David (1) varones de las riquezas, porque son esclavos suyos, y más ellos de las riquezas que las riquezas suyas, pues las obedecen y sirven en todo, y por ellas afanan y sudan sin tener un día de descanso. ¡Oh miserable esclavitud por lo que otros han de gozar! Pero los pobres de espíritu que voluntariamente las renuncian y no se sujetan a estas codicias y avaricias, viven y reinan sin esta sujeción, y tienen el ánimo libre para volar a Dios: vuelve los ojos a ti mismo y considera cuánto tiempo has vivido en esta miserable esclavitud: llora tus yerros pasados, y sacude el yugo pesado de todo lo temporal de tu cerviz, y ruega a Dios que te dé un espíritu libre para poderle servir y reinar a todos tus apetitos.

PUNTO III. Considera que no hay dos glorias, ni alguno puede gozar dos reinos, acá y allá; y que si quieres gozar el del cielo, has de renunciar forzosamente a las riquezas y honras de la tierra; y que por eso dijo Cristo, que era de los pobres y no de los ricos el reino de los cielos; porque estos tienen acá su consolación, y aquellos no. Carga pues el peso de la consideración en ponderar la diferencia que hay de uno a otro, y qué locura es dejar el eterno por el temporal y el verdadero por el falso, y resuélvete firmemente a renunciar el mundo por adquirir y gozar de Dios.

PUNTO IV. Pon los ojos en Cristo nuestro Redentor, que fue la norma y el ejemplo de los fieles, y su vida el camino de la vida; y considera cuán de corazón abrazó la pobreza y despreció las riquezas desde el pesebre hasta la cruz, el reino que poseyó en esta vida y el que goza en la otra: repasa en tu memoria la dicha de los santos que le siguieron, pisando y despreciando lo que el mundo adora, y anímate con su ejemplo a seguir sus pisadas y a despreciar el mundo y sus riquezas, y gozarás aquí una paz y tranquilidad celestial y después el reino de los cielos.

Padre Alonso de Andrade, S.J /www.adelantelafe.com


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