Ya hemos cruzado el
ecuador de este Adviento que nos regala el Señor, el puente que nos llevará a
la antesala de la Navidad. Por eso es un buen momento para pararnos y
preguntarnos: ¿Me he dejado transformar por Dios en estas semanas que han
pasado? ¿A cambiado algo en mí, en mi vida espiritual? ¿O todo sigue igual que
antes del Adviento? Pensémoslo detenidamente, porque es muy fácil quedarnos
como estamos y es a lo que tendemos normalmente.
Todos somos conscientes
o deberíamos serlo del momento histórico que estamos viviendo, un momento donde
el ser humano está tan pendiente de sí mismo, del desarrollo, del dinero, la
comodidad, el gozo personal… Que Dios cada vez parece tener menos sitio en las
vidas de muchísimas personas. Solo tenemos que mirar en nuestro pueblo, en
nuestro barrio o incluso entre los que forman la familia y ver cómo se vive de
espaldas a Dios, como importa poco lo que Dios necesite de cada uno de
nosotros. Es una pena ver a tanta gente metida en las “cosas de la Iglesia”,
ocupándose de muchas tareas parroquiales, de Misa diaria…Pero sin una verdadera
vida espiritual, de intimidad con Dios, una vida en conversión. Y esto
desemboca en un gran problema, y es que nos damos a nosotros mismos y no a
Dios, que es el verdadero sentido de nuestra existencia.
Y esto supone una gran
responsabilidad para todos los que decimos llamarnos cristianos. Porque si de
verdad nos creemos que Dios, que Jesucristo está vivo, que está en el Sagrario,
que derrama su misericordia en la Confesión, que tiene mucho que decir al
corazón del ser humano, que da sentido al sufrimiento personal… Si de verdad
creemos todo esto, son muchas personas las que siguen esperando al Mesías, son
muchas personas las que llevan toda su vida en adviento, son muchas personas
las que siguen esperando y esperando…
¿Y sabéis lo que
esperan? Esperan que nosotros seamos lo que tenemos que ser, esperan y
necesitan que cristo renazca en nuestras vidas. Esperan ver a Dios en nuestras
vidas cotidianas. Porque en gran parte, está en nuestras manos el que muchas
personas se acerquen a Jesucristo y puedan escuchar esas palabras: “Venid a mí
los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré”. En la antigüedad los
primeros cristianos eran pocos, pero era su testimonio de vida el que atraía a
los demás. Eran personas normales y corrientes, como nosotros, pero con la
profunda convicción de que Dios, de que Jesucristo estaba vivo y junto a ellos.
Por eso llevaban a Dios a sus hogares, a sus trabajos, iban a rezar a las
casas, compartían lo que tenían, vivían profundamente la Santa Misa… Pero para
llevar a Dios, para transparentar a Dios, hay que vivir en Él. Nuestra vida
tiene que estar ordenada a Dios, en nuestra vida cotidiana se tiene que notar
que vivimos con Dios. No podemos vivir como esquizofrénicos, porque está en
juego el que muchas personas se encuentren con ese niño que nació en Belén.
Como veis tenemos una
gran responsabilidad si queremos llamarnos cristianos, si queremos ver en ese
niño que nació en Belén al Hijo de Dios. Porque no olvidemos que fueron muchos
los que no se dieron cuenta de que el Hijo de Dios había nacido, tal vez por
quedarse en su comodidad y no querer complicarse la vida. Y la vida de un
cristiano es apasionante, preciosa, pero requiere esfuerzo. ¿Y cómo se concreta
esta responsabilidad en mi vida diaria, en mi vida cotidiana?
Pues con lo que llamamos
un plan de vida espiritual. De forma que estemos más animados o menos, con más
ganas o menos… Dios siempre tenga su sitio en nuestra vida. Por eso yo os
invito a todos a que en estas semanas de adviento que nos quedan, junto al
Señor que está en el Sagrario, preparemos nuestro plan personal de vida
espiritual: Rezar al levantarnos cada día, una hora de oración frente al
Sagrario cada semana, la bendición de la mesa, el ofrecer el trabajo poniéndolo
en sus manos antes de comenzar y al terminar, y lo que nos cuesta también de
forma que ese pequeño sufrimiento se convierta en redentor, leer el Evangelio
de cada día y luego meditarlo, leer un libro espiritual, el vivir la Santa Misa,
la Confesión muy frecuente, el rezo del Santo Rosario con profundidad, el
examen de conciencia por la noche… Como veis se trata de meter a Dios en
Nuestra vida, hacer que Dios nazca cada día en nuestras vidas. Mi padre
espiritual me dijo hace muchos años:
A veces, el ambiente
materialista que nos rodea puede también presentarnos falsas razones para no
complicarte la vida, quedarte en tu comodidad y llevar una vida espiritual
descafeinada. Escuchamos como dos idiomas distintos, el de Dios y el del mundo,
este último siempre con razones aparentemente “más humanas”. Por eso la Iglesia nos invita a que en
este Adviento nos demos cuenta de que nuestra vida tiene que estar construida
sobre una verdadera vida cristiana. Esa oración de la Santa Misa nos lo
recuerda perfectamente: Señor Todopoderoso, rico en misericordia,
cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, no permitas que lo impidan los
afanes de este mundo; guíanos hasta él con sabiduría divina, para que podamos
participar plenamente del esplendor de su gloria. No hay otro camino más
que el de seguir a Jesucristo con una verdadera vida cristiana para ser feliz.
Él ha dejado sobre este mundo las huellas limpias de sus pasos, señales
indelebles que ni el desgaste de los años ni la perfidia del enemigo han
logrado borrar. Jesucristo,
el Hijo de Dios, el mismo que fue ayer para los apóstoles y las gentes que le
buscaban, vive hoy también para nosotros y vivirá para siempre. Por eso tenemos
que ir transformando nuestra vida en una verdadera vida cristiana. Nosotros
tenemos que querer ver al Señor, tratarle, amarle y servirle, como objetivo
primordial de nuestra vida. Estamos cometiendo un gran error si andamos muy
afanados y agobiados por las cosas de este mundo y dejando la relación con Dios
a un lado. Busca un rato de oración y prepara junto al Señor ese Plan
Espiritual de Vida. Arriésgate a seguirle de verdad.
Decía Juan Pablo II: Esto
exige evidentemente que salgamos de nosotros mismos, de nuestros razonamientos,
de nuestra prudencia, de nuestra indiferencia, de nuestra suficiencia. Una
verdadera vida cristiana conlleva renuncias, una conversión que hay que pedirla
en la oración, desearla y ponerla en práctica. Dejad que Cristo sea para
vosotros el camino, la verdad y la vida. Dejad que sea vuestra salvación y
vuestra felicidad. Dejad que ocupe toda vuestra vida para alcanzar con Jesús
todas sus dimensiones, para que todas vuestras relaciones, actividades,
sentimientos, pensamientos… Sean integrados en Cristo, que Él sea el principio
y fin de vuestra existencia.
Debemos desear una
conversión, una vuelta verdadera al Jesucristo para poder contemplarle, ahora
que se acerca la Navidad, con una mirada más limpia y nunca con ojos cansados o
turbios.
Por eso vamos a implorar
con la Iglesia: Concédenos, Señor Dios Nuestro, permanecer alerta a la
venida de tu Hijo, para que cuando llegue y llame a la puerta nos encuentre
velando en oración y cantando su alabanza.
Y para esto os puede
ayudar mucho un buen Sacerdote, porque puede ser vuestro acompañante
espiritual, esto que tanto se ha olvidado y tan necesario es, para que te ayude
a reencontrarte con Dios en tu vida diaria. Pedid acompañamiento espiritual a
los sacerdotes. No tengáis miedo a vivir verdaderamente vuestra fe, que es
apasionante y precioso.
Por: Padre Francisco Javier Domínguez / www.adelantelafe.com