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¿Cómo vivir el Adviento?



Ya hemos cruzado el ecuador de este Adviento que nos regala el Señor, el puente que nos llevará a la antesala de la Navidad. Por eso es un buen momento para pararnos y preguntarnos: ¿Me he dejado transformar por Dios en estas semanas que han pasado? ¿A cambiado algo en mí, en mi vida espiritual? ¿O todo sigue igual que antes del Adviento? Pensémoslo detenidamente, porque es muy fácil quedarnos como estamos y es a lo que tendemos normalmente.

Todos somos conscientes o deberíamos serlo del momento histórico que estamos viviendo, un momento donde el ser humano está tan pendiente de sí mismo, del desarrollo, del dinero, la comodidad, el gozo personal… Que Dios cada vez parece tener menos sitio en las vidas de muchísimas personas. Solo tenemos que mirar en nuestro pueblo, en nuestro barrio o incluso entre los que forman la familia y ver cómo se vive de espaldas a Dios, como importa poco lo que Dios necesite de cada uno de nosotros. Es una pena ver a tanta gente metida en las “cosas de la Iglesia”, ocupándose de muchas tareas parroquiales, de Misa diaria…Pero sin una verdadera vida espiritual, de intimidad con Dios, una vida en conversión. Y esto desemboca en un gran problema, y es que nos damos a nosotros mismos y no a Dios, que es el verdadero sentido de nuestra existencia.

Y esto supone una gran responsabilidad para todos los que decimos llamarnos cristianos. Porque si de verdad nos creemos que Dios, que Jesucristo está vivo, que está en el Sagrario, que derrama su misericordia en la Confesión, que tiene mucho que decir al corazón del ser humano, que da sentido al sufrimiento personal… Si de verdad creemos todo esto, son muchas personas las que siguen esperando al Mesías, son muchas personas las que llevan toda su vida en adviento, son muchas personas las que siguen esperando y esperando…

¿Y sabéis lo que esperan? Esperan que nosotros seamos lo que tenemos que ser, esperan y necesitan que cristo renazca en nuestras vidas. Esperan ver a Dios en nuestras vidas cotidianas. Porque en gran parte, está en nuestras manos el que muchas personas se acerquen a Jesucristo y puedan escuchar esas palabras: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré”. En la antigüedad los primeros cristianos eran pocos, pero era su testimonio de vida el que atraía a los demás. Eran personas normales y corrientes, como nosotros, pero con la profunda convicción de que Dios, de que Jesucristo estaba vivo y junto a ellos. Por eso llevaban a Dios a sus hogares, a sus trabajos, iban a rezar a las casas, compartían lo que tenían, vivían profundamente la Santa Misa… Pero para llevar a Dios, para transparentar a Dios, hay que vivir en Él. Nuestra vida tiene que estar ordenada a Dios, en nuestra vida cotidiana se tiene que notar que vivimos con Dios. No podemos vivir como esquizofrénicos, porque está en juego el que muchas personas se encuentren con ese niño que nació en Belén.

Como veis tenemos una gran responsabilidad si queremos llamarnos cristianos, si queremos ver en ese niño que nació en Belén al Hijo de Dios. Porque no olvidemos que fueron muchos los que no se dieron cuenta de que el Hijo de Dios había nacido, tal vez por quedarse en su comodidad y no querer complicarse la vida. Y la vida de un cristiano es apasionante, preciosa, pero requiere esfuerzo. ¿Y cómo se concreta esta responsabilidad en mi vida diaria, en mi vida cotidiana?

Pues con lo que llamamos un plan de vida espiritual. De forma que estemos más animados o menos, con más ganas o menos… Dios siempre tenga su sitio en nuestra vida. Por eso yo os invito a todos a que en estas semanas de adviento que nos quedan, junto al Señor que está en el Sagrario, preparemos nuestro plan personal de vida espiritual: Rezar al levantarnos cada día, una hora de oración frente al Sagrario cada semana, la bendición de la mesa, el ofrecer el trabajo poniéndolo en sus manos antes de comenzar y al terminar, y lo que nos cuesta también de forma que ese pequeño sufrimiento se convierta en redentor, leer el Evangelio de cada día y luego meditarlo, leer un libro espiritual, el vivir la Santa Misa, la Confesión muy frecuente, el rezo del Santo Rosario con profundidad, el examen de conciencia por la noche… Como veis se trata de meter a Dios en Nuestra vida, hacer que Dios nazca cada día en nuestras vidas. Mi padre espiritual me dijo hace muchos años:

A veces, el ambiente materialista que nos rodea puede también presentarnos falsas razones para no complicarte la vida, quedarte en tu comodidad y llevar una vida espiritual descafeinada. Escuchamos como dos idiomas distintos, el de Dios y el del mundo, este último siempre con razones aparentemente “más humanas”. Por eso la Iglesia nos invita a que en este Adviento nos demos cuenta de que nuestra vida tiene que estar construida sobre una verdadera vida cristiana. Esa oración de la Santa Misa nos lo recuerda perfectamente: Señor Todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta él con sabiduría divina, para que podamos participar plenamente del esplendor de su gloria. No hay otro camino más que el de seguir a Jesucristo con una verdadera vida cristiana para ser feliz. Él ha dejado sobre este mundo las huellas limpias de sus pasos, señales indelebles que ni el desgaste de los años ni la perfidia del enemigo han logrado borrar. Jesucristo, el Hijo de Dios, el mismo que fue ayer para los apóstoles y las gentes que le buscaban, vive hoy también para nosotros y vivirá para siempre. Por eso tenemos que ir transformando nuestra vida en una verdadera vida cristiana. Nosotros tenemos que querer ver al Señor, tratarle, amarle y servirle, como objetivo primordial de nuestra vida. Estamos cometiendo un gran error si andamos muy afanados y agobiados por las cosas de este mundo y dejando la relación con Dios a un lado. Busca un rato de oración y prepara junto al Señor ese Plan Espiritual de Vida. Arriésgate a seguirle de verdad.

Decía Juan Pablo II: Esto exige evidentemente que salgamos de nosotros mismos, de nuestros razonamientos, de nuestra prudencia, de nuestra indiferencia, de nuestra suficiencia. Una verdadera vida cristiana conlleva renuncias, una conversión que hay que pedirla en la oración, desearla y ponerla en práctica. Dejad que Cristo sea para vosotros el camino, la verdad y la vida. Dejad que sea vuestra salvación y vuestra felicidad. Dejad que ocupe toda vuestra vida para alcanzar con Jesús todas sus dimensiones, para que todas vuestras relaciones, actividades, sentimientos, pensamientos… Sean integrados en Cristo, que Él sea el principio y fin de vuestra existencia.

Debemos desear una conversión, una vuelta verdadera al Jesucristo para poder contemplarle, ahora que se acerca la Navidad, con una mirada más limpia y nunca con ojos cansados o turbios.

Por eso vamos a implorar con la Iglesia: Concédenos, Señor Dios Nuestro, permanecer alerta a la venida de tu Hijo, para que cuando llegue y llame a la puerta nos encuentre velando en oración y cantando su alabanza.

Y para esto os puede ayudar mucho un buen Sacerdote, porque puede ser vuestro acompañante espiritual, esto que tanto se ha olvidado y tan necesario es, para que te ayude a reencontrarte con Dios en tu vida diaria. Pedid acompañamiento espiritual a los sacerdotes. No tengáis miedo a vivir verdaderamente vuestra fe, que es apasionante y precioso.


Por: Padre Francisco Javier Domínguez / www.adelantelafe.com

!Gracias Señor por tu misericordia!


¡Alaben al Señor porque Él es bueno, y su gran amor perdura para siempre! (1Crónicas 16:34)

En este año de gracia, demos gracias  a Dios.  El salmo103, 1-2 nos dice: “Bendice alma mía, a Yahvé, el fondo de mi ser, a su Santo Nombre. Bendice, alma mía, a Yahvé, nunca olvides sus beneficios”.  Recordemos este salmo, comentemos en familia y alabemos a Dios, porque ha sido misericordioso con todos.  

La misericordia de Dios es por siempre. Perseveremos en orar con mucha fe y rogar perdón, firmes en la esperanza que familiares, amigos o vecinos que aún no se han preocupado por recibir la indulgencia, lo lograrán para la mayor Gloria de Dios con el auxilio de Nuestra Señora de la Misericordia.

Gracias Padre misericordioso,  por el perdón de los pecados (Leer Romanos 5, 6-11), gracias por cada sacerdote que nos dio la absolución durante este año y todos los años de nuestra vida, gracias por todos los sí de los jóvenes al llamado  sacerdotal y a la vida consagrada. ¡Santifica Señor a cada sacerdote en el confesionario!

La misericordia es bondad infinita. La bondad de Dios es una fuente, nunca se seca y así como la gracia es desde el comienzo del mundo (Salmo 25:6), también persiste hasta el fin del mundo, de generación en generación.

“Haced el bien nos hace bien”, como decía San Juan de Dios. Haced el bien  es ser instrumento de misericordia; la práctica  alegre de las obras de misericordia nos beneficia en nuestro peregrinar cristiano, motivando y dando testimonio de la gracia que Dios ha derramado en nosotras.

La  luz eterna misericordiosa de Dios,  rompe o disipa  las tinieblas en las vidas de todas  las generaciones de nuestro árbol genealógico incluyendo las futuras, las que  no  conocemos, ni sabremos si tendrán fe y cómo la practicarán; algunos dirán no tenerla, no sabremos si habrá un nuevo Jubileo  de Misericordia. Creamos en la bondad eterna de Dios, Él siempre escucha la oración humilde y confiada.

Misericordia, indulgencia por los difuntos, descanso en paz y luz perpetua para todas las almas difuntas. Un año de gracia, para los hermanos vivos y fallecidos.

La misericordia de Dios se ha derramado en toda la Iglesia y se seguirá esparciendo; sigamos unidos en la oración todos los fieles cristianos para  que Cristo reine en  nuestro corazón por siempre y  le de salud y luz del Espíritu Santo al Papa  Francisco y a todo el clero en los cinco continentes, para guiarnos por el camino de la verdad.

Por: Jaynes Hernández Natera, Coordinadora Apostolado María Madre nos reconcilia con Cristo

Los Mandamientos de la Iglesia


La Iglesia, como Madre y Maestra, da normas para ayudar a los cristianos a cumplir y vivir mejor los mandatos de Dios.

Dios en su infinita misericordia nos envía a su Hijo para darnos la posibilidad de la salvación. Cristo padeció, murió y resucitó por nosotros, con ello, nos obtuvo la redención. Con el fin de continuar su obra redentora, funda la Iglesia, que es la designada por Él como guardiana de los medios de salvación.

Escogió a los apóstoles para que gobernaran la Iglesia y les transmitió sus poderes. Les dijo: "Lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo". Mt. 19,16.

Los poderes que Cristo le transmitió a los apóstoles son:
Enseñar con autoridad la doctrina de Cristo. Por ello, siempre debemos estar atentos a lo que el Magisterio nos dice. La Iglesia nos va enseñando el camino a seguir para obtener la salvación.
Santificar por medio de los sacramentos. La Iglesia es la encargada de administrar los sacramentos, Ella es en sí misma, sacramento de salvación. Todos tenemos necesidad de la gracia para salvarnos, solos no podemos, por tanto, no podemos rechazar esta función de la Iglesia.
Gobernar mediante leyes que obligan en conciencia. Siempre debemos obedecer al Magisterio en cuestiones de fe. Por esta autoridad que le viene del mismo Jesucristo, la Iglesia puede y debe promulgar leyes que ayuden a los fieles en su camino hacia la Casa del Padre.

La Iglesia tiene un doble fin:
Un fin último que es la gloria de Dios
Un fin próximo, la salvación de los hombres.

La Iglesia, como Madre y Maestra que es, para cumplir con su misión da normas para ayudar a los cristianos a cumplir y vivir mejor los mandatos de Dios. Entre estas leyes o normas se encuentran los Mandamientos de la Iglesia. Todas las personas que pertenecen a Ella están obligados a cumplir con ellos.

Los mandamientos de la Ley de Dios son inmutables, no pueden cambiar por estar basados en la naturaleza humana, obligan todas las personas, pues están inscritos en la conciencia.

El carácter obligatorio de las leyes positivas promulgadas por la autoridad eclesiástica tienen como fin garantizar a los fieles el mínimo indispensable en el espíritu de oración y en el esfuerzo moral.

Los mandamientos de la Iglesia son aquellos preceptos dados por la Iglesia para promover el acercamiento a los sacramentos y a la vida litúrgica de todos sus hijos y así ayudarles a participar activamente en la vida de la Iglesia, a cumplir sus deberes con Cristo y beneficiarse de los dones de salvación que Él nos entregó.

Los mandamientos generales son:

1. Oír Misa entera los domingos y fiestas de guardar
Todos tenemos la obligación de emplear parte de nuestro tiempo para consagrarlo a Dios y darle culto, esta es una ley inscrita en el corazón. Es ley natural darle culto a Dios, y la Misa es el acto fundamental del culto católico. De este modo la Iglesia concreta el tercer mandamiento de la Ley de Dios y el deber de los cristianos es cumplirlo, además de ser sobre todo un inmenso privilegio y honor.

Este mandamiento exige a los fieles participar en la celebración eucarística, el día en que se conmemora la Resurrección de Cristo y en algunas fiestas litúrgicas importantes. El no cumplirlo es pecado grave para todos aquellos que tienen uso de razón y hayan cumplido los siete años. Para cumplir este precepto hay que hacerlo el día en que está mandado, no se puede suplir. Implica una presencia real, es decir, hay que estar ahí y hay que escucharla completa.

La Misa o sacrificio eucarístico del cuerpo y la sangre de Cristo, instituido por Él para perpetuar el sacrificio de la Cruz, es nuestro más digno esfuerzo que podemos hacer para acercarnos a Dios, y más útil para conseguir el aumento de la gracia.

2. Confesar los pecados graves cuando menos una vez al año, en peligro de muerte y si se ha de comulgar
Hay que acudir a este sacramento – como todos los demás, signo sensible eficaz de la gracia, instituido por Cristo y confiado a la Iglesia - para asegurar la preparación para la Eucaristía mediante su recepción que continua la obra de conversión y perdón del Bautismo. No basta con acudir, sino que hay que cumplir con todos los requisitos que el sacramento impone. El asistir sin cumplir con los actos del penitente, se convierte en una confesión sacrílega. Esto no implica que la confesión frecuente no sea recomendable, sino todo lo contrario, para quienes quieren ir perfeccionando su vida, confesarse con frecuencia es uno de los mejores medios.

3. Comulgar por Pascua de Resurrección
Este mandamiento garantiza un mínimo en la recepción del Cuerpo de Cristo. Siempre hay que comulgar en estado de gracia y cumplir con el ayuno eucarístico. Se debe de recibir la comunión dentro de la Misa, los enfermos incapacitados para asistir a Misa deben de recibir el viático.

4. Ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Iglesia
Esto asegura los tiempos de ascesis y de penitencia que nos preparan para las fiestas litúrgicas y contribuyen a adquirir el dominio sobre nuestros instintos y la libertad de corazón. No implica que hacer penitencia durante todo el año no sea de provecho.

La abstinencia es una práctica penitencial por la que se le ofrece a Dios el sacrificio de no tomar carne u otro alimento, recordando así y uniéndose a los dolores de Cristo por nuestros pecados.

5. Ayudar a la Iglesia en sus necesidades
El mandamiento señala la obligación de cada uno según sus posibilidades a ayudar a la Iglesia en sus necesidades materiales, para poder continuar con su misión. Las necesidades de la Iglesia son muchas.

La Iglesia fue querida por Nuestro Señor Jesucristo, su fundador. Ella vela por el bien de los fieles, su misión es ayudar a alcanzar la salvación. Como católicos debemos sentirnos parte de Ella, amándola y defendiéndola siempre.

Lectura complementaria: Mandamientos de la Iglesia. P. Jorge Loring, S.J. Pág 822 No. 73


Por: Tere Fernández /Fuente: Catholic.net

Familia que reza unida, permanece unida

Cuando echamos una mirada de manera profunda al hombre y su manera de actuar, todo indica que la causa de todos los males radica en que Dios ya no está en el corazón de las personas, y por tanto, tampoco en el de la familia, ni puede permanecer en la sociedad.

Sin la presencia de Dios en la vida del hombre, no hay para él perspectivas de una auténtica salvación, todos los medios que se ofrecen al hombre son, en el mejor de los casos, tan solo placebos si no totalmente dañinos.

Será por eso que nunca antes la Madre de todos los hombres había tenido que venir tan urgentemente en ayuda de sus hijos con su amor maternal como en estos tiempos. Ninguna madre podría permanecer tranquila viendo cómo se condenan sus hijos, aunque éstos sean culpables del delito más abominable, más bien los sigue amando y permanece con ellos en su aflicción, y mientras mayor sea este apuro, más fuertemente luchará por salvarlos.

La Santísima Virgen nos ha dicho que la paz sólo puede darse a través del retorno a Dios por medio de la oración especialmente del rezo del Rosario.

¿Por qué este énfasis en el Rosario? Nuestra Santísima Madre sabe perfectamente que tal como pensamos, actuamos. Las creencias anteceden a los hechos, y Ella sabe también que no hay nada más capaz de enderezar nuestro pensamiento y contrarrestar los errores de nuestra sociedad moderna que la meditación diaria de los misterios del Santo Rosario.

Lo advertía con clara nitidez el Papa Pío XII: «Pues vano será, ciertamente, empeñarse en buscar remedios a la continua decadencia de la vida pública, si la sociedad doméstica -principio y fundamento de toda la humana sociedad- no se ajusta diligentemente a la norma del Evangelio».

El Padre Gino Burresi hace la siguiente pregunta: «¿Cuál es la razón por la que Dios no puede entrar en tantos hogares

Es porque tantas familias ya no rezan más; no se acercan a los sacramentos y así gradualmente resultan infectados con el materialismo, el cual ahoga y ciega y termina por dejarlos en las tinieblas. En tiempos pasados en que era una alegría tan grande ser parte de aquellas familias, reunidas frente a un cuadro de Nuestra Señora, aun los pequeños, y los padres les podían enseñar el «Padrenuestro» y el «Avemaría» y entonces todos rezaban el Rosario. Pero ahora hemos perdido el Rosario; nuestros hijos no saben siquiera lo que es. Queridos padres, si no ponemos el Rosario en manos de nuestros pequeños, ¿que llevarán sus hijos cuando tengan dieciocho? ¿Pasarán su adolescencia en vano? Si no encuentran las «armas de amor», podrán algún día encontrarlos portando revólveres, las armas del odio, ¿y sus padres no serán en parte culpables?
«En los tiempos en los que todas las noches en cada familia, el jefe de ella lo dirigía y los miembros lo rezaban con él, los hogares sabían a santuario, y su buen olor se difundía benéfico hacia afuera, influyendo en la vida pública».
«Desde que el Rosario ha sido desechado como un utensilio pasado de moda, la casa ha comenzado a heder como inmunda guarida y también la vida pública se ha impregnado de un tufo obsceno».

Se ha perdido la llave de los tesoros de Dios –los únicos que no temen a la polilla- y todos los otros sobre los cuales se había concentrado nuestra avidez han quedado reducidos o se van reduciendo a ceniza y ponzoña.
Roberta Panek madre de cuatro hijos, solía escribir una columna titulada Tan sólo un día más. Uno de sus artículos lo intituló: Rezar el Rosario constituye una forma de unión. Era otra manera de expresar el famoso lema del Padre Peyton: Familia que reza unida, permanece unida. El artículo decía:

«Anoche, mi hija de ocho años Laura y yo, hicimos algo distinto: rezamos el Rosario juntas. De las 19:35 a las 19:55 rezamos los Misterios Gloriosos, y ¡fue de verdad glorioso! En un momento dado durante nuestra oración nos sentamos y nos sonreímos la una a la otra. Sonreímos y sonreímos. Nuestros corazones se unieron…
Pasaron los días… Laura y yo, hemos rezado el Rosario durante tres días consecutivos, es unión para nosotras, aprecio y me deleito con esos momentos…
La oración nos hace más conscientes del presente, todo lo que hacemos (decimos, comemos, bebemos, pensamos, escribimos) ejerce algún pequeño efecto sobre nuestro futuro, decisiones pequeñas pueden incluso ser tan significativas como las grandes, la oración nos ayuda a dirigir nuestros pensamientos».

El mundialmente conocido sacerdote P. Patrick Peyton (1909-1992), fundador del Apostolado del Rosario en Familia, había aprendido a rezar el Santo Rosario desde la más tierna infancia en su nativa Irlanda: «en su casa, cada noche, la familia se arrodillaba a rezar el Rosario, dirigidos por su padre. Y, así, en medio de su pobreza, al calor de su hogar, conoció a Dios. Esa era la experiencia que él anhelaba compartir con todos».

El P. Peyton, desde sus primeros tiempos de vida sacerdotal se consagró al extraordinario apostolado de hacer que el Santo Rosario se rezara en cada casa; en esa perspectiva ni bien ordenado al sacerdocio escribió a todos los obispos de los Estados Unidos para pedirles que fomentaran el rezo del Rosario en los hogares, «con ese mismo objetivo, fundó una productora que creó programas de radio y televisión, además de películas para evangelizar y para vincular los misterios del Rosario con la vida diaria».

En la citada encíclica del Papa Pío XII sobre el Rosario en familia, el Pontífice daba la consigna: «Es Nuestro deseo especial que sea en el seno de las familias donde la práctica del Santo Rosario, poco a poco y doquier, vuelva a florecer, se observe religiosamente y cada día alcance mayor desarrollo. Pues vano será, ciertamente, empeñarse en buscar remedios a la continua decadencia de la vida pública, si la sociedad doméstica -principio y fundamento de toda la humana sociedad- no se ajusta diligentemente a la norma del Evangelio. Nos afirmamos que el rezo del santo Rosario en familia es un medio muy apto para conseguir un fin tan arduo».

Recogiendo la consigna que el Papa Pacelli dio a la familia católica, el Padre Royo Marín, O. P. la explana así:
1.    El Rosario de nuevos esposos: Entre las primeras alegrías del nuevo hogar, con los misterios del porvenir… vuestras esperanzas y propósitos bajo la Madre del Rosario.
2.    El Rosario de los niños: Inconscientes, distraídos sienten en las cuentas del Rosario el corazón dulce de María.
3.    El Rosario de la joven: Que confía su porvenir, un tanto preocupada y seria, a la Virgen Inmaculada. Que reza porque el día que ella espera, sea feliz al contacto del Rosario.
4.    El Rosario del joven: Sin respeto humano lo lleva y lo guarda con cariño: es su pureza que quiere llevar intacta hasta el altar el día de sus bodas.
5.    El Rosario de la madre de familia: Al atardecer, tal vez cansada, encuentra en su fe y en su amor, la fuerza necesaria para rezarlo: por los suyos, sobre todo por aquél más expuesto…
6.    El Rosario del padre de familia: En los breves momentos que le deja libre su trabajo profesional, a los pies del Tabernáculo, reunido con los suyos, tiene su coloquio con la Madre Virgen.
7.    El Rosario de los ancianos: Con sus manos arrugadas van pasando las cuentas de aquel Rosario gastadas por el uso. Es la ancianita que en el fondo de la iglesia pasa las horas con el Rosario.
8.    El Rosario del moribundo: En su hora suprema, entrelazado en sus manos amoratadas, le sirve de apoyo, junto con el crucifijo, contra los últimos asaltos del enemigo.
9.    El Rosario, en fin, de toda la familia: Cuyo recuerdo les une en una frecuente oración, y que consagra y santifica la unión de la familia bajo la protección materna de la Reina Inmaculada del Santísimo Rosario.

Esta vida es de guerra y tentaciones continuas. No tenemos que combatir a enemigos de carne y sangre, pero sí a las potencias mismas del infierno. ¿Qué mejor arma podemos tomar para combatirlos que la oración?… Pertrechados pues, con estas armas de Dios, con el Santo Rosario, quebrantarán la cabeza del demonio y vivirán tranquilos contra todas las tentaciones.

Con el Rosario el mundo se salvará, la Reina de la Familia nos llama a rezarlo.

Por: Germán Mazuelo-Leytón / www.adelantelafe.com

¡Recordemos a nuestros queridos difuntos!


La Indulgencia consiste en esto: cuando alguien comete un pecado y se arrepiente, Dios le perdona, pero le queda algo pendiente. Esa obligación o deuda que nos queda pendiente puede eliminarse total o parcialmente mediante la práctica de Indulgencias.

Existe con motivo de la Fiesta de los Difuntos, la posibilidad de ganar una INDULGENCIA PLENARIA aplicable a las Benditas Almas del Purgatorio. Sólo se puede ganar una indulgencia plenaria por día.

LAS OBRAS SON:
1.- El día 2 de Noviembre: Visitar una Iglesia u Oratorio público, y rezar allí, un Pater Noster.
2.- Desde el día 1º al 8 de noviembre: Se puede ganar cada día una indulgencia plenaria, visitando un Cementerio y rezando allí por los difuntos.

CONDICIONES GENERALES PARA GANAR TODA INDULGENCIA PLENARIA:
1.- Estar bautizado y no estar excomulgado.
2.- Tener una intención al menos general de ganar la indulgencia.
3.-Confesión: La misma puede ser hecha dentro de los ocho días anteriores o posteriores al día en cuestión.
4.-Recibir la Santa Comunión en el día.
5.-Rezar por las intenciones del Papa, un Páter Noster, un Ave María y un Gloria (u otra oración).
   Esas intenciones son las siguientes (están preestablecidas por la Iglesia, no se refieren a las intenciones        personales del Pontífice):
Exaltación de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.
Extirpación de las herejías.
Propagación de la Fe.
Conversión de los pecadores.
Paz y concordia entre los príncipes cristianos.
Los demás bienes del pueblo cristiano.

6.- No tener afecto actual a ningún pecado, ni venial.
7.- Cumplir con la obra particular prescrita.

NOTA: Si las condiciones no son cumplidas en su totalidad, igualmente existe la posibilidad de ganar la Indulgencia en forma parcial

¡Lo que necesitan las almas del purgatorio son indulgencias y misas, muchas misas! Mándalas decir por tus parientes en particular y por los difuntos en general, Dios sabrá a quien aplicarlas.

www.catolicidad.com

Del reino de los cielos que promete Dios a los pobres de espíritu


PUNTO PRIMERO. Bienaventurados, dice Cristo, los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos. Pondera lo primero, que no dice que será, o se le dará, sino que es desde luego, porque desde luego los enriquece de dones y riquezas espirituales, con que empiezan a gozar de una felicísima bienaventuranza en la tierra; y cuando no tuvieran otra más que sacudir de sí la carga de la hacienda y de los cuidados de ella, el trabajo de adquirirla, y la solicitud de conservarla era una gran bienaventuranza. Considera lo que padecen los ricos y de la carga y afanes que están libres los pobres, y luego los deleites espirituales que les comunica dios en sus almas, al paso que dejan los temporales, y hallarás una felicidad y tranquilidad del cielo: llora la ceguedad de los mortales que tienen por felices a los ricos y por infelices a los pobres, y con la codicia de lo temporal no sienten la carga de su alma;  y pide a Dios que te de gracia para dejar lo terreno y gozar de su bienaventuranza en la tierra, principio de la del cielo.

PUNTO II. Considera que también son desde luego bienaventurados y empiezan a poseer el reino del cielo, porque reinan a sus pasiones y son superiores a sus apetitos sin sujetarse a ellos. A los ricos llamó David (1) varones de las riquezas, porque son esclavos suyos, y más ellos de las riquezas que las riquezas suyas, pues las obedecen y sirven en todo, y por ellas afanan y sudan sin tener un día de descanso. ¡Oh miserable esclavitud por lo que otros han de gozar! Pero los pobres de espíritu que voluntariamente las renuncian y no se sujetan a estas codicias y avaricias, viven y reinan sin esta sujeción, y tienen el ánimo libre para volar a Dios: vuelve los ojos a ti mismo y considera cuánto tiempo has vivido en esta miserable esclavitud: llora tus yerros pasados, y sacude el yugo pesado de todo lo temporal de tu cerviz, y ruega a Dios que te dé un espíritu libre para poderle servir y reinar a todos tus apetitos.

PUNTO III. Considera que no hay dos glorias, ni alguno puede gozar dos reinos, acá y allá; y que si quieres gozar el del cielo, has de renunciar forzosamente a las riquezas y honras de la tierra; y que por eso dijo Cristo, que era de los pobres y no de los ricos el reino de los cielos; porque estos tienen acá su consolación, y aquellos no. Carga pues el peso de la consideración en ponderar la diferencia que hay de uno a otro, y qué locura es dejar el eterno por el temporal y el verdadero por el falso, y resuélvete firmemente a renunciar el mundo por adquirir y gozar de Dios.

PUNTO IV. Pon los ojos en Cristo nuestro Redentor, que fue la norma y el ejemplo de los fieles, y su vida el camino de la vida; y considera cuán de corazón abrazó la pobreza y despreció las riquezas desde el pesebre hasta la cruz, el reino que poseyó en esta vida y el que goza en la otra: repasa en tu memoria la dicha de los santos que le siguieron, pisando y despreciando lo que el mundo adora, y anímate con su ejemplo a seguir sus pisadas y a despreciar el mundo y sus riquezas, y gozarás aquí una paz y tranquilidad celestial y después el reino de los cielos.

Padre Alonso de Andrade, S.J /www.adelantelafe.com