La Virgen María ocupa un
lugar muy particular para los creyentes en Cristo. Ella fue concebida
inmaculada.
Ella aceptó plenamente la voluntad de Dios en su vida. Ella, como
Puerta del cielo, dio permiso a Dios para entrar en la historia humana. Ella
estuvo al pie de la Cruz de su Hijo. Ella oraba con la primera comunidad
cristiana en la espera del Espíritu Santo.
Por eso María está presente, de un modo discreto pero no por ello menos importante, en el sacramento de la Eucaristía. Las distintas plegarias la mencionan, pues no podemos participar en el misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo sin recordar a la Madre del Redentor.
Por eso María está presente, de un modo discreto pero no por ello menos importante, en el sacramento de la Eucaristía. Las distintas plegarias la mencionan, pues no podemos participar en el misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo sin recordar a la Madre del Redentor.
¿Está también presente
la Virgen en el sacramento de la confesión? En el ritual de la Penitencia no
hay menciones específicas de María. Ni en los saludos, ni en la fórmula de
absolución, ni en la despedida.
En algunos lugares, es
cierto, se conserva la devoción popular de iniciar la confesión con el saludo
“Ave María purísima. Sin pecado concebida”. Pero se trata de un saludo no
recogido por el ritual, y que muchos ya no utilizan.
Sin embargo, aunque el
rito no haga mención explícita de la Virgen, Ella está muy presente en este
sacramento.
En la tradición de la
Iglesia María recibe títulos y advocaciones concretas que la relacionan con el
perdón de los pecados. Así, la recordamos como Refugio de los pecadores, como
Madre de la divina gracia, como Madre de la misericordia, como Madre del
Redentor y del Salvador, como Virgen clemente, como Salud de los enfermos.
A lo largo del camino
cristiano, Ella nos acompaña y nos conduce, poco a poco, hacia Cristo. La
invitación en las bodas de Caná, “haced lo que Él os diga” (cf. Jn 2,5) se
convierte en un estímulo para romper con el pecado, para acudir al Salvador,
para abrirnos a la gracia, para iniciar una vida nueva en el Hijo.
Por eso, en cada
confesión la Virgen está muy presente. Tal vez no mencionamos su nombre, ni
tenemos ninguna imagen suya en el confesionario. Pero si resulta posible
escuchar las palabras de perdón y de misericordia que pronuncia el sacerdote en
nombre de Cristo es porque María abrió su corazón, desde la fe, a la acción del
Espíritu Santo, para acoger el milagro magnífico de la Encarnación del Hijo.
La Virgen, de este modo,
acompaña a cada sacerdote que confiesa y a cada penitente que pide humildemente
perdón. Su presencia nos permite entrar en el mundo de Dios, que hizo cosas
grandes en Ella, que derrama su misericordia de generación en generación (cf.
Lc 1,48-50), hasta llegar a nosotros también en el sacramento de la Penitencia.
Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente:
Catholic.net
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