Jesús yace en el sepulcro. Sus discípulos, las mujeres
que le seguían y María, su madre, hoy se unen en oración. Recuerdan su muerte,
experimentan el vacío de su ausencia y a la vez el consuelo de la esperanza. Un
día de dolor y de esperanza. En la Vigilia Pascual celebramos la victoria de
Cristo sobre la muerte, sobre el pecado. Celebramos que Cristo vive y nos
invita, como dice el Papa Francisco a volver a Galilea, al encuentro personal
con Él.
La vigilia Pascual
“Después de la muerte del Maestro,
los discípulos se habían dispersado; su fe se deshizo, todo parecía que había
terminado, derrumbadas las certezas, muertas las esperanzas. Pero entonces,
aquel anuncio de las mujeres, aunque increíble, se presentó como un rayo de luz
en la oscuridad. La noticia se difundió: Jesús ha resucitado, como había
dicho… Y también el mandato de ir a Galilea; las mujeres lo habían oído por dos
veces, primero del ángel, después de Jesús mismo: «Que vayan a Galilea; allí me
verán». «No temáis» y «vayan a Galilea».
Galilea es el lugar de la primera llamada, donde todo
empezó. Volver allí, volver al lugar de la primera llamada. Jesús pasó por
la orilla del lago, mientras los pescadores estaban arreglando las redes.
Los llamó, y ellos lo dejaron todo y lo siguieron (cf. Mt 4,18-22).
Volver a Galilea quiere decir releer todo a
partir de la cruz y de la victoria; sin miedo, «no temáis». Releer todo: la predicación,
los milagros, la nueva comunidad, los entusiasmos y las defecciones, hasta la
traición; releer todo a partir del final, que es un nuevo comienzo, de este acto
supremo de amor.
También para cada uno de nosotros hay una
«Galilea» en el comienzo del camino con Jesús. «Ir a Galilea» tiene un
significado bonito, significa para nosotros redescubrir nuestro bautismo como
fuente viva, sacar energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra
experiencia cristiana. Volver a Galilea significa sobre todo volver allí, a ese
punto incandescente en que la gracia de Dios me tocó al comienzo del
camino. Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, para cada
día, y llevar calor y luz a mis hermanos y hermanas. Con esta chispa se
enciende una alegría humilde, una alegría que no ofende el dolor y la desesperación, una alegría buena y serena.
En la vida del cristiano, después del bautismo, hay
también otra «Galilea», una «Galilea»
más existencial: la experiencia del encuentro personal con Jesucristo, que me
ha llamado a seguirlo y participar en su misión. En este sentido, volver a
Galilea significa custodiar en el corazón la memoria viva de esta
llamada, cuando Jesús pasó por mi camino, me miró con misericordia, me pidió
seguirlo; volver a Galilea significa recuperar la memoria de aquel momento en
el que sus ojos se cruzaron con los míos, el momento en que me hizo sentir que
me amaba.
Hoy, en esta noche, cada uno de nosotros puede
preguntarse: ¿Cuál es mi Galilea? Se trata de hacer memoria, regresar con el
recuerdo. ¿Dónde está mi Galilea? ¿La recuerdo? ¿La he olvidado? Búscala y la
encontrarás. Allí te espera el Señor. He andado por caminos y senderos
que me la han hecho olvidar. Señor, ayúdame: dime cuál es mi Galilea; sabes, yo
quiero volver allí para encontrarte y dejarme abrazar por tu
misericordia. No tengáis miedo, no temáis, volved a Galilea.”
Fuente: Catholic.net
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