“El
que en Ti confía no queda defraudado”.
Esta
oración del Antiguo Testamento podría resumir la actitud de quien comprende
dónde está la esencia fundamental del hombre, dónde está lo que verdaderamente
el hombre tiene que llevar a su Creador: un corazón contrito y humillado, como
auténtico y único sacrificio, como verdadero sacrificio. ¿De qué nos sirve
sacrificar nuestras cosas si no nos sacrificamos nosotros? ¿De qué nos sirve
ofrecer nuestras cosas si no nos ofrecemos nosotros? El mensaje de la Escritura
es, en este sentido, sumamente claro: es fundamental, básico e ineludible que
nosotros nos atrevamos a poner nuestro corazón en Dios nuestro Señor.
“Ahora
te seguiremos de todo corazón”. Quizá estas palabras podrían ser también una
expresión de lo que hay en nuestro corazón en estos momentos: Padre, quiero
seguirte de todo corazón. Son tantas las veces en las que no te he seguido, son
tantas las veces en las que no te he escuchado, son tantos los momentos en los
que he preferido ser menos generoso; pero ahora, te quiero seguir de todo
corazón, ahora quiero respetarte y quiero encontrarte.
Ésta
es la gran inquietud que debe brotar en el alma de todos y cada uno de
nosotros: Te respetamos y queremos encontrarte. Si éste fuese nuestro corazón
hoy, podríamos tener la certeza de que estamos volviéndonos al Señor, de que
estamos regresando al Señor y de que lo estamos haciendo con autenticidad, sin
posibilidad de ser defraudados.
¿Es así nuestro corazón el día de hoy? ¿Hay verdaderamente en nuestro corazón el anhelo, el deseo de volvernos a Dios? Si lo hubiese, ¡cuántas gracias tendríamos que dar al Señor!, porque Él permite que nuestra vida se encuentre con Él, porque Él permite que nuestra vida regrese a Él. Y si no lo hubiese, si encontrásemos nuestro corazón frío, temeroso, débil, ¿qué es lo que podríamos hacer? La oración continúa y dice: “Trátanos según tu clemencia y tu abundante misericordia”.
¿Es así nuestro corazón el día de hoy? ¿Hay verdaderamente en nuestro corazón el anhelo, el deseo de volvernos a Dios? Si lo hubiese, ¡cuántas gracias tendríamos que dar al Señor!, porque Él permite que nuestra vida se encuentre con Él, porque Él permite que nuestra vida regrese a Él. Y si no lo hubiese, si encontrásemos nuestro corazón frío, temeroso, débil, ¿qué es lo que podríamos hacer? La oración continúa y dice: “Trátanos según tu clemencia y tu abundante misericordia”.
También
el Señor es consciente de que a veces en el corazón del hombre puede haber un
quebranto, una duda, un interrogante. Y es consciente de que, en el corazón
humano, tiene que haber un espacio para la misericordia y la clemencia de Dios.
Dejemos entrar esta clemencia y esta misericordia en nuestra alma; hagamos de
esta Cuaresma el cambio, la transformación, los días de nuestra decisión por
Cristo. No permitamos que nuestra vida siga corriendo engañada en sí misma.
Sin
embargo, Dios está pidiendo el sacrificio de nuestro corazón: “Un sacrificio de
carneros y toros, un millar de corderos cebados”. El reto de responder a ese
Dios que nos llama por nuestro nombre, el reto de responder a ese Dios que nos
invita a seguirlo en nuestro corazón, en nuestra vida, en nuestra vocación
cristiana puede ser, a veces, un reto muy pesado; sin embargo, ahí está Dios
nuestro Señor dispuesto a prestarnos el suplemento de fuerza, el suplemento de
generosidad, el suplemento de entrega y el suplemento de fidelidad que quizá a
nosotros nos pudiese faltar en nuestro corazón.
Si
nos sentimos flaquear, si no somos capaces, Señor, de encontrarnos contigo, de
estar a tu lado, de resistir tu paso, de ir al ritmo que Tú nos estás pidiendo,
hagamos la oración tan hermosa de la primera lectura: “Trátanos según tu
clemencia y tu abundante misericordia”. Si tengo miedo de soltar mi corazón, si
tengo miedo de pagar alguna deuda que hay en mi alma... “Trátame según tu
clemencia y tu abundante misericordia”. Si todavía en mi interior no hay esa
firme decisión de seguirte, tal y cómo Tú me lo pides, con el rostro concreto
por el cual Tú me quieres llamar... “Trátame según tu clemencia y tu abundante
misericordia”.
Que
ésta sea la actitud de nuestra alma, que éste sea el auténtico sacrificio que
ofrecemos a Dios nuestro Señor. A Él no le interesan nuestras cosas, le
interesamos nosotros; no busca nuestras cosas, nos busca a nosotros. Somos,
cada uno de nosotros, el objeto particular de la predilección de Dios nuestro
Señor.
Que
en esta Cuaresma seamos capaces de abrir nuestro corazón, como auténtico
sacrificio, en la presencia de Dios. O, que por lo menos, se fortalezca en
nuestro interior la firme decisión de dar al Señor lo que quizá hasta ahora
hemos reservado para nosotros. Quitar ese miedo, esa inquietud, esa falta total
de disponibilidad que, a lo mejor, hasta estos momentos teníamos exclusivamente
en nuestras manos.
Que
la Eucaristía se convierta para nosotros en una poderosa intercesión ante Dios
Padre por medio de su Hijo Jesucristo, para que en este tiempo de Cuaresma
logremos renovarnos y transformarnos verdaderamente. Que nos permita abrir nuestra
mente a nuestro Señor, con un corazón dispuesto a lanzarse en esa obra
hermosísima de la santificación que Dios nos pide a cada uno de nosotros.
Fuente:
Catholic.net
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