Celebramos este Jueves Santo en
una forma inusual, sin presencia física de fieles en los templos, aunque con
muchos recursos tecnológicos para acercarse a los misterios que conmemoramos en
estos días. Estos son medios válidos para disfrutar la experiencia salvadora de
Jesús. La tecnología es una mediación que nos acerca a Dios, pues El es
espíritu y no se le puede encerrar en cuatro paredes, ni siquiera de edificios
religiosos. Participar en forma virtual, estando cada quien en su casa, es
legítimo y válido, pues no hay otra forma de hacerlo. Dios no tiene barreras;
llega hasta tu corazón, si quieres.
En años normales, por las
mañanas, todos los obispos del mundo, encabezados por el Papa, celebramos la
Misa Crismal en las catedrales. Se bendicen los aceites para ungir a los
enfermos y a los que van a ser bautizados, como un signo de la presencia
salvífica de Jesús para ellos. Se consagra el crisma, que es un aceite
perfumado, para el Bautismo, la Confirmación, la ordenación de obispos y
presbíteros, la dedicación de altares y templos, como un signo de consagración
y dedicación al Reino de Dios.
Este año, en algunas partes, los
obispos celebrarán la Misa Crismal en forma muy restringida, con la mínima
presencia de ministros. Cuando pase la emergencia sanitaria, los párrocos
podrán recoger esos aceites para sus comunidades. En muchas otras diócesis, se
ha pospuesto esta celebración para la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno
Sacerdote, el 4 de junio, o para otra ocasión. En esa fecha, los sacerdotes
renuevan sus compromisos que hicieron el día de su ordenación. Es un día con
profundo sentido sacerdotal.
La celebración más importante de
hoy es la de la tarde, en que hacemos memoria sacramental de la Ultima Cena,
cuando Jesús instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio, dio el mandato supremo
del amor fraterno, y lo ejemplificó lavando los pies a sus apóstoles. Esta Misa
se llevará a cabo no sólo en las catedrales, sino en todas las parroquias,
también sin presencia física de fieles, y este año sin lavatorio de pies, para
evitar contagios. Se puede participar conectándose en forma virtual a alguna de
tantas transmisiones que se ofrecen.
En la liturgia, los
acontecimientos pasados se hacen presentes, actuales, vivos, por medio de los
signos sacramentales establecidos por la Iglesia. Por tanto, no son sólo
recuerdos, escenificaciones, evocaciones. Para quienes participamos en ellos
con fe, son una actualización de los misterios; para quien no tiene fe, son
ritos mágicos, costumbres, tradiciones, sin mayor trascendencia.
En la celebración vespertina de
este Jueves Santo, actualizamos lo que Jesús hizo la noche antes de su Pasión.
Reunido con los Doce, les habla largamente sobre cómo quiere que vivamos sus
discípulos. Siendo fiel a los ritos tradicionales de la Pascua judía, Jesús
establece algo nuevo: la memoria perpetua de su propia Pascua, su muerte y
resurrección, por medio de dos signos profundamente elocuentes, como son pan y
vino. Por ellos, significa y perpetúa, con la fuerza transformante del Espíritu
Santo, su entrega hasta la cruz y su presencia viva y permanente entre los
suyos, como resucitado. Esto quiere decir que, en toda celebración de la Misa,
en cualquier rincón de la tierra, en forma muy solemne o muy sencilla, Jesús actualiza
su muerte y resurrección. Recibir la comunión sacramental es apropiarse de ese
misterio de amor, es beneficiarse de todo lo que implica la muerte y
resurrección del Señor. ¡Qué dichosos somos! Ahora, no se puede recibir
directamente, por las restricciones sanitarias, pero se puede hacer la
intención de que él venga a tu corazón, y él se hace presente, pues para él no
hay muros.
Jesús instituye la Eucaristía,
signo de su entrega por nosotros. Pero no lo hace para un recuerdo egoísta y
espiritualoide de Sí mismo, sin incidencias en la vida práctica, sino para
impulsarnos a hacer lo mismo que El hizo: entregarse a los demás, servir a los
otros, pasar la vida haciendo el bien. Eso significa el lavatorio de los pies.
Es la vocación de servicio que tenemos todos los bautizados, no sólo los
sacerdotes y obispos.
Jesús se entrega hasta dar la
vida, hasta derramar su sangre, hasta ser molido en la cruz, como los granos de
trigo y las uvas son triturados para ser comida y bebida. Es la mayor prueba de
amor que nos ha dado. Es el camino que nos ha señalado a todos sus discípulos:
amar y entregar nuestra vida al servicio de los demás.
Esa es la vocación de los padres
de familia: triturarse para que sus hijos tengan una vida digna. Esa es la
vocación de los gobernantes, políticos y legisladores: despedazarse para que
haya justicia, salud, trabajo, paz social, educación y bienestar integral de
los ciudadanos. Esa es la vocación de médicos, enfermeras y demás agentes
sanitarios: exponer su propia vida para salvar a los enfermos y a todos los que
sufren diversas dolencias. Esa es la vocación de profesores y educadores:
gastar sus energías en preparar clases, revisar tareas, escuchar a sus alumnos
y procurar su crecimiento personal y social. Esa es la vocación de campesinos,
agricultores y cuidadores de la madre tierra: sudar y cansarse para que no
falten alimentos, agua, aire limpio y los productos necesarios para subsistir.
Esa es la vocación de empresarios, trabajadores y empleados: desgastarse para
satisfacer las necesidades de la comunidad. Esa es la vocación de los
comunicadores: desvelarse para encontrar las noticias y compartir con el
público sólo aquellas que ayuden a la sociedad.
Esa es la vocación de religiosas,
misioneros, catequistas, diáconos, agentes de pastoral, sacerdotes, obispos, y
también del Papa: consagrar todo nuestro ser, emplear nuestro tiempo y nuestras
capacidades para que creyentes y no creyentes tengan los medios de acceder a la
redención realizada en Cristo, por la evangelización, la catequesis, los
sacramentos, el dinamismo pastoral, por el amor misericordioso a los pobres,
los enfermos, los presos, los migrantes. Nuestra vocación es el servicio, que
simbolizamos en el lavatorio de los pies, cuando es posible realizarlo. Amar y
servir es lo que nos identifica con Jesús.
Por: Mons. Felipe Arizmendi Esquivel | Fuente:
Catholic.net
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