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Triduo al Divino Rostro de Nuestro Señor Jesucristo contra la epidemia, implorando su misericordia y perdón


Por la Beata Concepción Cabrera de Armida.

ACTO DE CONTRICIÓN

¿Cómo acercarme a Ti, Faz Adorable de mi Jesús, en que veo estampados mis crímenes? Esas heridas, esos golpes, esa Corona de Espinas y esa Sangre Preciosa qué otra cosa son que las huellas de mis pecados… Necesito, Señor, romper primero mi corazón con el arrepentimiento de mis maldades y así, contrito y humillado, pedirte perdón y la Misericordia que nunca niegas a quien la solicita con amor.

Me pesa, Señor, de haberte ofendido de tantos modos… Cuento mis culpas en cada herida de tu Rostro Sacrosanto y mi alma se estremece de dolor al ver mi obra, la obra de un hijo ingrato, que así ha pagado los innumerables beneficios que de tu Bondad ha recibido. ¡Perdón, piedad, misericordia!

PETICIÓN

La epidemia golpea hoy al mundo. Yo vengo a pedirte, Jesús, que cese ya esta enfermedad que nos aflige. ¡Oh lágrimas de Jesús, que tantas veces se unieron a las de María, laven hoy los pecados del mundo y que su riego Santo y Bendito fertilice con la Gracia los corazones que lloran! Cese ya el azote de la epidemia, que tantas víctimas hace. Di una sola palabra, Señor, y cesará la epidemia y nuestras almas serán curadas.

“Ámense los unos a los otros”, dices, y vendrá la Paz por el Espíritu Santo a los hombres de Buena Voluntad. Amaremos al Espíritu Santo e imploraremos su Reinado de Paz en los corazones. Una sola palabra, Jesús, y nuestra alma será sana y salva. Una sola palabra, Jesús, y la epidemia desaparecerá y todos alzaremos el grito de gratitud, arrepentidos, amando.

Señor, te pedimos tu Paz y tu Perdón. Te lo pedimos por María Nuestra Madre. Te pedimos tu Amor de Padre, de Hermano, de Dios, y todas tus Bendiciones para nuestras familias. Así como la restauración de todas las cosas en Cristo, por medio del Espíritu Santo y por intercesión de María.

ORACIÓN FINAL

Vine abrumado y me voy consolado. “Llamad y se os abrirá”, “pedid y recibiréis”; y yo, con toda la fe de mi alma cristiana, creo, espero y confío en tu infinito Amor, que es más grande que todos los crímenes del mundo, y en tu Misericordiosa Bondad.

Te pido una vez más, cese ya esta epidemia que nos agobia. Míranos compasivo, óyenos clemente. Envíanos al Espíritu Santo que renovará la faz de la tierra.

Madre de Guadalupe, que nos has dejado tu Imagen, Prenda de tu amor. Tú que nos prometiste ser Madre Amorosa y Tierna de cuantos soliciten tu amparo, pide a Jesús, cese la epidemia y que envíe un como Nuevo Pentecostés con el Espíritu Santo. Amén.

CONTEXTO HISTÓRICO.

En 1918, la Gripe Española mató en dos años a más de 40 millones de personas en todo el mundo. Se considera la pandemia más devastadora de toda la historia. La Beata Conchita, con gran dolor y agobio, nos dejó escrito en su Cuenta de Conciencia:

“¡Peste! La peste de influenza asola las poblaciones. El 17 murió Cirita; el 20, Manuel su esposo, mi sobrino; el 21, Lupe, esposa de Joaquín y hay otros enfermos graves en San Luis. Aquí hay mucha enfermedad. Murió Gloria. ¡Dios mío! Acuérdate lo que trabajó en el Apostolado y llévala a tu Santo Reino.”

“Rostro Adorable de mi Jesús, salva a los Misioneros, a las Religiosas y a mis hijos y familia… ¡Que se haga tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo!”

“Octubre 31. Mi alma desolada, el cuerpo enfermo, con muchas espinas… ¡Esta soledad! ¡Oh, Madre de mi alma, ayúdame y que ame siempre la Voluntad Divina!”

“Noviembre 1. En cuatro paredes, enferma, viendo pasar muertos. Sigue la peste. ¡Dios mío, ten piedad de nosotros! Escribí un Triduo al Divino Rostro, que van a imprimir. ¡Hay que clamar al Cielo misericordia!” (CC 42, 166-167. Noviembre 1918).

Así pues, confiando en que Dios oye nuestras súplicas, les compartimos ese texto para orar pidiéndole cese ya la pandemia del Covid-19 que en esta época nos toca enfrentar. Puede hacerse delante de una imagen del Divino Rostro o un Crucifijo y les invitamos a no hacerlo solo a manera de Triduo, sino a manera de súplica diaria, en adelante, lo que dure este tiempo de contingencia.

Lo que vivimos hoy en día


¿No será que todo es consecuencia de nuestro propio modo de vida?


Lo que vivimos hoy en día es la consecuencia del: adulterio, fornicación, violencia familiar y social, perversión sexual, deshonra a los padres, la rebeldía, el engaño, mentira, idolatría (cultura de la muerte: dinero, placer y poder), sí al aborto, si a la diversidad sexual, comuniones sacrílegas, etc. Al bien le llamamos mal, y al mal le llamamos, bien.
Nos preguntamos: ¿Por qué tantas calamidades en el mundo? ¿No será que todo es consecuencia de nuestro propio modo de vida? Reflexionemos en familia la siguiente cita bíblica:


“Pues vemos que el terrible castigo de Dios viene del cielo sobre toda la gente mala e injusta, que con su maldad impide que se conozca la verdad. Lo que de Dios se puede conocer, ellos lo conocen muy bien, porque él mismo se lo ha mostrado, pues lo invisible de Dios se puede llegar a conocer, si se reflexiona en lo que él ha hecho. En efecto, desde que el mundo fue creado, claramente se ha podido ver que él es Dios y que por su poder nunca tendrá fin. Por eso los malvados no tienen disculpa. Pues aunque han conocido a Dios, no lo han honrado como a Dios ni le han dado gracias. Al contrario, han terminado pensado puras tonterías, y su necia mente se ha quedado a oscuras. Dicen que son sabios, pero son tontos; porque han cambiado la gloria de Dios inmortal por imágenes del hombre mortal, y hasta por imágenes de aves, cuadrúpedos y reptiles.
Por eso Dios los ha abandonado a los impuros deseos que hay en ellos, y han cometido unos con otros acciones vergonzosas. En lugar de la verdad de Dios, han buscado la mentira, y han honrado y adorado las cosas creados por Dios y no a Dios mismo, que las creó y que merece alabanza por siempre. Así sea.
Por eso, Dios los ha abandonado a pasiones vergonzosas. Hasta sus mujeres han cambiado las relaciones naturales por las que van contra la naturaleza; de la misma manera los hombres han dejado sus relaciones naturales con la mujer y arden en malos deseos los unos por los otros. Hombres con hombres cometen acciones vergonzosas, y sufren en su propio cuerpo el castigo de su perversión.
Como no quieren reconocer a Dios, él los ha abandonado a sus perversos pensamientos, para que hagan lo que no deben. Están llenos de toda clase de injusticia, perversidad, avaricia y maldad. Son envidiosos asesinos, pendencieros, engañadores, perversos y chismosos. Hablan mal de los demás, son enemigos de Dios, insolentes, vanidosos y orgullosos; inventan maldades, desobedecen a sus padres, no quieren entender, no cumplen su palabra, no sienten cariño por nadie, no saben perdonar, no sienten compasión. Saben muy bien que Dios ha decretado que quienes hacen estas cosas merecen la muerte; y sin embargo lo siguen haciendo, y hasta ven con gusto que otros las hagan” (Rom 1, 18 – 32).
“Por eso no tienes disculpa, tú que juzgas a otros, no importa quien seas. Al juzgar a otros te condenas a ti mismo, pues haces precisamente lo mismo que hacen ellos” (Rom. 2, 1).
Con todos los acontecimientos, Dios nos está hablando, nos está llamando a la reflexión y al cambio de vida, sólo que nuestra soberbia es tan grande que nos impide escucharle.
“Dios no creó el mal, el mal es el resultado de la ausencia de Dios en el corazón de los seres humanos” (Einstein).
Por: Francisco Mario Morales | Fuente: Catholic.net

Unámonos a la Consagración a Santa María de Guadalupe de las Naciones Hispánicas decretada por el CELAM para el día de hoy



Oración de Consagración a la Virgen de Guadalupe



Santísima Virgen María de Guadalupe, Madre del verdadero Dios por quien se vive. En estos momentos, como Juan Diego, sintiéndonos “pequeños” y frágiles ante la enfermedad y el dolor, te elevamos nuestra oración y nos consagramos a ti.


Te consagramos nuestros pueblos, especialmente a tus hijos más vulnerables: los ancianos, los niños, los enfermos, los indígenas, los migrantes, los que no tienen hogar, los privados de su libertad. Acudimos a tu inmaculado Corazón e imploramos tu intercesión: alcánzanos de tu Hijo la salud y la esperanza.


Que nuestro temor se transforme en alegría; que en medio de la tormenta tu Hijo Jesús sea para nosotros fortaleza y serenidad; que nuestro Señor levante su mano poderosa y detenga el avance de esta pandemia.


Santísima Virgen María, “Madre de Dios y Madre de América Latina y del Caribe, Estrella de la evangelización renovada, primera discípula y gran misionera de nuestros pueblos”, sé fortaleza de los moribundos y consuelo de quienes los lloran; sé caricia maternal que conforta a los enfermos; sé compañía de los profesionales de la salud que los cuidan; y para todos nosotros, Madre, sé presencia y ternura en cuyos brazos todos encontremos seguridad.

De tu mano, permanezcamos firmes e inconmovibles en Jesús, tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos.


Amén.

¡Cristo ha resucitado!


Y cuando pasó el sábado, María Magdalena y las mujeres fieles fueron al sepulcro. Y mirando, vieron que la piedra retrocedía. Y al entrar, vieron a un joven sentado en el lado derecho, que les dijo: “Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, quien fue crucificado. Ha resucitado: no está aquí ".
Como Jesús resucitó, entonces sabemos que venció la muerte y al pecado; sabemos que Jesús es Dios, sabemos que nosotros también resucitaremos, sabemos que Él ha ganado la vida eterna para nosotros y de esta manera, toda nuestra vida adquiere sentido.
Esta es la noche, de la cual está escrito: Y la noche será tan clara como el día.
La santificación de esta noche pone en fuga toda maldad, limpia los pecados y restaura la inocencia de los caídos y la alegría de los tristes. Aleja el odio, produce concordia y frena la arrogancia.
Regocíjense todos. Nuestra fe no es vana. Cristo ha resucitado. ¡Aleluya, aleluya!
Feliz y bendecida Pascua para todos nuestros amigos lectores. Propongámonos, a partir de hoy, hacer un gran esfuerzo, con la ayuda de Dios y de Nuestra Señora, para no caer nunca más en el pecado mortal. Pidamos la perseverancia final y seamos fieles, a toda costa, sobre los enemigos internos y externos, a Cristo y a su verdadera Iglesia.

Viernes Santo



-Obligación grave de ayuno y abstinencia
.
-Día en que crucificaron a Cristo en el Calvario

-Cómo rezar el Via Crucis

-Pésame a la Virgen

En este día recordamos cuando Jesús muere en la cruz para salvarnos del pecado y darnos la vida eterna. Obliga el ayuno y la abstinencia. El sacerdote lee la pasión de Cristo en la liturgia de la Adoración a la cruz. Este día no se celebra la Santa Misa.

En las iglesias, las imágenes se cubren con una tela morada al igual que el crucifijo y el sagrario está abierto en señal de que Jesús no está.

El color morado en la liturgia de la Iglesia significa luto. Se viste de negro la imagen de la Virgen en señal de luto por la muerte de su Hijo.

Podemos recordar leyendo el Evangelio de San Juan, capítulo 18, versículos 1-19, 42.

¿Cómo podemos vivir este día?

Este día manda la Iglesia guardar el ayuno y la abstinencia.
Se acostumbra rezar el Víacrucis y meditar en las Siete Palabras de Jesús en la cruz.
Se participa en la Liturgia de Adoración a la Cruz con mucho amor, respeto y devoción.
Se trata de acompañar a Jesús en su sufrimiento.
A las tres de la tarde, recordamos la crucifixión de Jesús rezando el Credo.

¿Cómo se reza un Viacrucis?

Esta costumbre viene desde finales del siglo V, cuando los cristianos en Jerusalén, se reunían por la mañana del Viernes Santo a venerar la cruz de Jesús. Volvían a reunirse al empezar la tarde para escuchar la lectura de la Pasión.

El Viacrucis es una manera de recordar la pasión de Jesús y de revivir con Él y acompañarlo en los sufrimientos que tuvo en el camino al Calvario.

Se divide en catorce estaciones que narran, paso a paso, la Pasión de Cristo desde que es condenado a muerte hasta que es colocado en el sepulcro.

El Viacrucis se reza caminando en procesión, como simbolismo del camino que tuvo que recorrer Jesús hasta el Monte Calvario. Hasta adelante, alguno de los participantes lleva una cruz grande y es el que preside la procesión. Se hacen paradas a lo largo del camino para reflexionar en cada una de las estaciones, mediante alguna lectura específica.

Antes de cada estación se reza: "Adorámoste Cristo y te bendecimos que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí, pecador. Amén". Después de escuchar con atención la estación que se medita, al final de cada una, se reza: "Señor pequé, ten misericordia de mi, pecamos y nos pesa ten misericordia de nosotros", seguido de un Padrenuestro, una Ave María y un Gloria, mientras se camina hasta la siguiente estación. El que lleva la cruz, se la puede pasar a otra persona.

El sermón de las Siete Palabras

Esta devoción consiste en reflexionar en las últimas siete frases que pronunció Jesús en la cruz, antes de su muerte.

Primera Palabra
"Padre: Perdónalos porque no saben lo que hacen". (San Lucas 23, 24)

Jesús nos dejó una gran enseñanza con estas palabras, ya que a pesar de ser Dios, no se ocupó de probar su inocencia, ya que la verdad siempre prevalece. Nosotros debemos ocuparnos del juicio ante Dios y no del de los hombres. Jesús no pidió el perdón para Él porque no tenía pecado, lo pidió para quienes lo acusaron. Nosotros no somos nadie para juzgar. Dios nos ha perdonado grandes pecados, por lo que nosotros debemos perdonar a los demás. El perdonar ayuda a quitar el odio. El amor debe ganar al odio. La verdadera prueba del cristiano no consiste en cuánto ama a sus amigos, sino a sus enemigos. Perdonar a los enemigos es grandeza de alma, perdonar es prueba de amor.

Segunda Palabra
"Yo te aseguro: Hoy estarás conmigo en el paraíso". (San Lucas 23,43)

Estas palabras nos enseñan la actitud que debemos tomar ante el dolor y el sufrimiento. La manera como reaccionemos ante el dolor depende de nuestra filosofía de vida. Dice un poeta que dos prisioneros miraron a través de los barrotes de su celda y uno vio lodo y otro vio estrellas. Estas son las actitudes que se encuentran manifestadas en los dos ladrones crucificados al lado de Jesús: uno no le dio sentido a su dolor y el otro sí lo hizo. Necesitamos espiritualizar el sufrimiento para ser mejores personas. Jesús en la cruz es una prueba de amor. El ladrón de la derecha, al ver a Jesús en la cruz comprende el valor del sufrimiento. El sufrimiento puede hacer un bien a otros y a nuestra alma. Nos acerca a Dios si le damos sentido.

Tercera Palabra
"Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu Madre". (San Juan 19, 26-27)

La Virgen es proclamada Madre de todos los hombres.
El amor busca aligerar al que sufre y tomar sus dolores. Una madre cuando ama quiere tomar el dolor de las heridas de sus hijos. Jesús y María nos aman con un amor sin límites. María es Madre de cada uno de nosotros. En Juan estamos representados cada uno de nosotros. María es el refugio de los pecadores. Ella entiende que somos pecadores.

Cuarta Palabra
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (San Marcos 15, 34)

Es una oración, un salmo. Es el hijo que habla con el Padre.
Estas palabras nos hacen pensar en el pecado de los hombres. El pecado es la muerte del alma. La bondad es el constante rechazo al pecado. El pecado es el abandono de Dios por parte del hombre. El hombre rechazó a Dios y Jesús experimentó esto.

Quinta Palabra
"¡Tengo sed!" (San Juan 19, 28)

La sed es un signo de vida. Tiene sed de dar vida y por eso muere.
Él tenía sed por las almas de los hombres. El Pastor estaba sólo, sin sus ovejas. Durante toda su vida Jesús había buscado almas. Los dolores del cuerpo no eran nada en comparación del dolor del alma. Que el hombre despreciara su amor le dolía profundamente en su corazón. Todo hombre necesita ser feliz y no se puede ser feliz sin Dios. La sed de todo hombre es la sed del amor.

Sexta Palabra
"Todo está consumado". (San Juan 19, 30)

Todo tiene sentido: Jesús por amor nos da su vida. Jesús cumplió con la voluntad de su Padre. Su misión terminaría con su muerte. El plan estaba realizado. Nuestro plan no está aún terminado, porque todavía no hemos salvado nuestras almas. Todo lo que hagamos debe estar dirigido a este fin. El sufrimiento, los tropiezos de la vida nos recuerdan que la felicidad completa solo la podremos alcanzar en el cielo. Aprendemos a morir muriendo a nosotros mismos, a nuestro orgullo, nuestra envidia, nuestra pereza, miles de veces cada día.

Séptima Palabra
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". (San Lucas 23, 46)

Jesús muere con serenidad, con paz, su oración es de confianza en Dios. Se abandona en las manos de su Padre.

Estas palabras nos hacen pensar que debemos de cuidar nuestra alma, no sólo nuestro cuerpo. Jesús entregó su cuerpo, pero no su alma. Devolvió su espíritu a su Padre no con grito de rebelión sino con un grito triunfante. Nadie nos puede quitar nuestro espíritu. Es importante recordar cual es nuestro destino en al vida para no equivocarnos de camino a seguir. Jesús nunca perdió de vista su meta a seguir. Sacrificó todo para alcanzarla. Lo más importante en la vida es la salvación de nuestras almas.

Pésame a la Virgen

Bajo el título de la Virgen de la Soledad o la Dolorosa, se venera a María en muchos lugares y se celebra el viernes santo. Se acostumbra rezar "el Santo Rosario de Pésame"
El Viernes Santo se acompaña a María en la experiencia de recibir en brazos a su Hijo muerto con un sentido de condolencia. Se dice que se le va a dar el pésame a la Virgen, cuya imagen se viste de negro ese día, como señal de luto.

Acompañamos a María en su dolor profundo, el dolor de una madre que pierde a su Hijo amado. Ha presenciado la muerte más atroz e injusta que se haya realizado jamás, pero al mismo tiempo le alienta una gran esperanza sostenida por la fe. María vio a su hijo abandonado por los apóstoles temerosos, flagelado por los soldados romanos, coronado con espinas, escupido, abofeteado, caminando descalzo debajo de un madero astilloso y muy pesado hacia el monte Calvario, donde finalmente presenció la agonía de su muerte 
en una cruz, clavado de pies y manos.

María saca su fortaleza de la oración y de la confianza en que la Voluntad de Dios es lo mejor para nosotros, aunque nosotros no lo comprendamos.

Es Ella quien con su compañía, su fortaleza y su fe nos da fuerza en los momentos del dolor, en los sufrimientos diarios y pidámosle la gracia de sufrir unidos a Jesucristo, en nuestro corazón, para así unir los sacrificios de nuestra vida a los de ella y comprendamos que en el dolor, somos más parecidos a Cristo y capaces de amarlo con mayor intensidad.

La imagen de la Virgen dolorosa nos enseña a tener fortaleza ante los sufrimientos de la vida. Encontremos en Ella una compañía y una fuerza para dar sentido a los propios sufrimientos.

Fuente: www.catolicidad.com

Jueves Santo con Covid-19



Celebramos este Jueves Santo en una forma inusual, sin presencia física de fieles en los templos, aunque con muchos recursos tecnológicos para acercarse a los misterios que conmemoramos en estos días. Estos son medios válidos para disfrutar la experiencia salvadora de Jesús. La tecnología es una mediación que nos acerca a Dios, pues El es espíritu y no se le puede encerrar en cuatro paredes, ni siquiera de edificios religiosos. Participar en forma virtual, estando cada quien en su casa, es legítimo y válido, pues no hay otra forma de hacerlo. Dios no tiene barreras; llega hasta tu corazón, si quieres.
En años normales, por las mañanas, todos los obispos del mundo, encabezados por el Papa, celebramos la Misa Crismal en las catedrales. Se bendicen los aceites para ungir a los enfermos y a los que van a ser bautizados, como un signo de la presencia salvífica de Jesús para ellos. Se consagra el crisma, que es un aceite perfumado, para el Bautismo, la Confirmación, la ordenación de obispos y presbíteros, la dedicación de altares y templos, como un signo de consagración y dedicación al Reino de Dios.
Este año, en algunas partes, los obispos celebrarán la Misa Crismal en forma muy restringida, con la mínima presencia de ministros. Cuando pase la emergencia sanitaria, los párrocos podrán recoger esos aceites para sus comunidades. En muchas otras diócesis, se ha pospuesto esta celebración para la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, el 4 de junio, o para otra ocasión. En esa fecha, los sacerdotes renuevan sus compromisos que hicieron el día de su ordenación. Es un día con profundo sentido sacerdotal.
La celebración más importante de hoy es la de la tarde, en que hacemos memoria sacramental de la Ultima Cena, cuando Jesús instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio, dio el mandato supremo del amor fraterno, y lo ejemplificó lavando los pies a sus apóstoles. Esta Misa se llevará a cabo no sólo en las catedrales, sino en todas las parroquias, también sin presencia física de fieles, y este año sin lavatorio de pies, para evitar contagios. Se puede participar conectándose en forma virtual a alguna de tantas transmisiones que se ofrecen.
En la liturgia, los acontecimientos pasados se hacen presentes, actuales, vivos, por medio de los signos sacramentales establecidos por la Iglesia. Por tanto, no son sólo recuerdos, escenificaciones, evocaciones. Para quienes participamos en ellos con fe, son una actualización de los misterios; para quien no tiene fe, son ritos mágicos, costumbres, tradiciones, sin mayor trascendencia.
En la celebración vespertina de este Jueves Santo, actualizamos lo que Jesús hizo la noche antes de su Pasión. Reunido con los Doce, les habla largamente sobre cómo quiere que vivamos sus discípulos. Siendo fiel a los ritos tradicionales de la Pascua judía, Jesús establece algo nuevo: la memoria perpetua de su propia Pascua, su muerte y resurrección, por medio de dos signos profundamente elocuentes, como son pan y vino. Por ellos, significa y perpetúa, con la fuerza transformante del Espíritu Santo, su entrega hasta la cruz y su presencia viva y permanente entre los suyos, como resucitado. Esto quiere decir que, en toda celebración de la Misa, en cualquier rincón de la tierra, en forma muy solemne o muy sencilla, Jesús actualiza su muerte y resurrección. Recibir la comunión sacramental es apropiarse de ese misterio de amor, es beneficiarse de todo lo que implica la muerte y resurrección del Señor. ¡Qué dichosos somos! Ahora, no se puede recibir directamente, por las restricciones sanitarias, pero se puede hacer la intención de que él venga a tu corazón, y él se hace presente, pues para él no hay muros.
Jesús instituye la Eucaristía, signo de su entrega por nosotros. Pero no lo hace para un recuerdo egoísta y espiritualoide de Sí mismo, sin incidencias en la vida práctica, sino para impulsarnos a hacer lo mismo que El hizo: entregarse a los demás, servir a los otros, pasar la vida haciendo el bien. Eso significa el lavatorio de los pies. Es la vocación de servicio que tenemos todos los bautizados, no sólo los sacerdotes y obispos.
Jesús se entrega hasta dar la vida, hasta derramar su sangre, hasta ser molido en la cruz, como los granos de trigo y las uvas son triturados para ser comida y bebida. Es la mayor prueba de amor que nos ha dado. Es el camino que nos ha señalado a todos sus discípulos: amar y entregar nuestra vida al servicio de los demás.
Esa es la vocación de los padres de familia: triturarse para que sus hijos tengan una vida digna. Esa es la vocación de los gobernantes, políticos y legisladores: despedazarse para que haya justicia, salud, trabajo, paz social, educación y bienestar integral de los ciudadanos. Esa es la vocación de médicos, enfermeras y demás agentes sanitarios: exponer su propia vida para salvar a los enfermos y a todos los que sufren diversas dolencias. Esa es la vocación de profesores y educadores: gastar sus energías en preparar clases, revisar tareas, escuchar a sus alumnos y procurar su crecimiento personal y social. Esa es la vocación de campesinos, agricultores y cuidadores de la madre tierra: sudar y cansarse para que no falten alimentos, agua, aire limpio y los productos necesarios para subsistir. Esa es la vocación de empresarios, trabajadores y empleados: desgastarse para satisfacer las necesidades de la comunidad. Esa es la vocación de los comunicadores: desvelarse para encontrar las noticias y compartir con el público sólo aquellas que ayuden a la sociedad.
Esa es la vocación de religiosas, misioneros, catequistas, diáconos, agentes de pastoral, sacerdotes, obispos, y también del Papa: consagrar todo nuestro ser, emplear nuestro tiempo y nuestras capacidades para que creyentes y no creyentes tengan los medios de acceder a la redención realizada en Cristo, por la evangelización, la catequesis, los sacramentos, el dinamismo pastoral, por el amor misericordioso a los pobres, los enfermos, los presos, los migrantes. Nuestra vocación es el servicio, que simbolizamos en el lavatorio de los pies, cuando es posible realizarlo. Amar y servir es lo que nos identifica con Jesús.

Por: Mons. Felipe Arizmendi Esquivel | Fuente: Catholic.net

A propósito de epidemias


En estos días de epidemia, recordemos que Santa Teresita vivió en el convento una epidemia de gripe que acabó con la vida de varias religiosas. En el monasterio, ella era una de las más jóvenes, que tuvieron que cuidar de las enfermas lo mejor que pudieron. Todas lo vivieron con espíritu de fe. Las que morían, lo hacían con paz y gozo, deseosas de ir al encuentro del Señor. Las que quedaban en pie, recordaban las palabras de san Juan de la Cruz: "¿De qué te sirve dar a Dios lo que él no te pide, si no le das lo que sí te pide?" y comprendieron que Dios les pedía vivir con paz las circunstancias inesperadas, cambiando sus horarios, adaptándose a la situación, conservando la fe y la esperanza en todas las circunstancias. Así lo describe ella:

"Se declaró la gripe en la comunidad y solo otras dos hermanas y yo quedamos en pie. Nunca podré expresar todo lo que vi, y lo que me pareció la vida y todo lo que es pasajero...

El día en que cumplí 19 años, lo festejamos con una muerte, a la que pronto siguieron otras dos.

En esa época, yo estaba sola en la sacristía, por estar muy gravemente enferma mi primera de oficio. Yo tenía que preparar los entierros, abrir las rejas del coro para la misa, etc. Dios me dio muchas gracias de fortaleza en aquellos momentos. Ahora me pregunto cómo pude hacer todo lo que hice sin sentir miedo. La muerte reinaba por doquier. Las más enfermas eran cuidadas por las que apenas se tenían en pie. En cuanto una hermana exhalaba su último suspiro, había que dejarla sola.

Una mañana, al levantarme, tuve el presentimiento de que sor Magdalena se había muerto. El claustro estaba a oscuras y nadie salía de su celda. Por fin, me decidí a entrar en la celda de la hermana Magdalena, que tenía la puerta abierta. Y la vi, vestida y acostada en su jergón. No sentí el menor miedo. Al ver que no tenía cirio, se lo fui a buscar, y también una corona de rosas.

La noche en que murió la madre superiora, yo estaba sola con la enfermera. Es imposible imaginar el triste estado de la comunidad en aquellos días. Solo las que quedaban de pie pueden hacerse una idea.

Pero en medio de aquel abandono, yo sentía que Dios velaba por nosotras. Las moribundas pasaban sin esfuerzo a mejor vida, y enseguida de morir se extendía sobre sus rostros una expresión de alegría y de paz, como si estuviesen durmiendo un dulce sueño. Y así era en realidad, pues, cuando haya pasado la apariencia de este mundo, se despertarán para gozar eternamente de las delicias reservadas a los elegidos..."

¡Qué diferente actitud con la del mundo actual, donde muchos dicen "creer" en Nuestro Señor, y su promesa de vida eterna, pero vemos un pavor demencial por siquiera, enfermar de coronavirus!...no hablemos ya de la posibilidad de contemplar próxima la muerte.

Aprendamos de los héroes de la fe, los Santos, a aceptar el plan providente de Dios para nuestras vidas, seguros de que "todo lo que sucede, coopera para bien de los que aman a Dios" (Romanos 8, 28).

Fuente: www.catolicidad.com

Oración en tiempos de peste y mortandad



(Tomado del Ritual Romano, título IX, cap. 10)

V/. De la peste, el hambre y la guerra;


R/. Líbranos, Señor.


V/. No te acuerdes, Señor, de nuestros pecados pasados.


R/. Y que tu misericordia prontamente nos ayude, porque pobres nos hemos hecho.


V/. Ruega por nosotros, San Sebastián,


R/. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.


Oremos


Óyenos, Dios Salvador Nuestro, y por la intercesión de la Gloriosa siempre Virgen María, Madre de Dios, del mártir San Sebastián, y de todos los santos, libra a tu pueblo del pavor de tus castigos, dándole la confianza de tu inmensa misericordia.


Te rogamos, Señor, que apartes propicio la muerte y la epidemia, a fin de que nuestros corazones mortales reconozcan que sufren flagelos cuando te enojas, y que Tú también eres Quien los hace cesar por tu gran misericordia. Te lo pedimos por Jesucristo, Señor nuestro. Así sea.

V/. De la peste, el hambre y la guerra;


R/. Líbranos, Señor.


Fuente: www.catolicidad.com