El sentido verdadero y profundo de la celebración
navideña.
Más que una simple reunión familiar, que en estos
tiempos ya es mucho, san Bernardo dice que podemos distinguir Tres Venidas del
Salvador: la histórica de Belén, la última al final de los tiempos, y la
intermedia entre estas dos.
Una es la histórica, cuando apareció pobre y
humilde en Belén, habiendo comenzado ya el misterio de la Encarnación, naciendo
junto a María y a José, sus padres virginales, entre los animales y su cálido
aliento (el burrito y el buey de Is. 1,3), y siendo visitado para adorar primero
por los pastores, representantes del pueblo elegido, y luego por los magos de
oriente, en quienes estamos simbolizados todos los que no pertenecemos al
antiguo pueblo de Israel, asociándose en el Anuncio Gozoso los ángeles del
cielo de Lucas 2, 13-15 y los elementos de la naturaleza (la estrella que guió
a los magos astrólogos de Mateo 2,10).
Ésta es la época en que recorrió los polvorientos
caminos de Palestina: Nazareth, Galilea, Jerusalén, anunciando la Buena Noticia
del Evangelio y realizando portentos y milagros. Cuando fue injustamente
juzgado y condenado. Burlado, crucificado, muerto y sepultado. Pero resucitando
glorioso, inmortal, incorruptible, repleto de luz, con un cuerpo de suma
claridad, ágil, y sutil, al Tercer Día.
La Última Venida es la que llamamos “la Segunda
Venida Gloriosa”. Es también lo que se llama “el fin del mundo” o el “Juicio
Final”, que lejos de ser catastrófico, será un día de dicha sin fin, en que los
muertos resucitarán incorruptibles y el universo será transformado e inmortalizado,
gozándonos en la contemplación de Dios y en la compañía de unos con otros,
donde no existirá ya el llanto ni el dolor, y donde no habrá ninguna maldición.
No existirá la noche, porque el Señor Dios será la Luz Eterna, tal como se dice
en los últimos capítulos del Apocalipsis, principalmente desde el número 21,
donde se narran los “Cielos nuevos y la tierra nueva”: El mundo creado bueno en
un principio, no está destinado al fracaso y a la destrucción, sino a ser
inmortalizado desde dentro, y renovado con una claridad superior e
incorruptible. Jesús aparecerá glorioso así como ahora está, resucitado con su
propio cuerpo y lleno de “Poder y Majestad”, en su postrera y definitiva
manifestación, llamada también “Parusía”, es decir, Venida Final.
Entre estas Dos Venidas, está la Venida Intermedia.
Ésta todos la podemos percibir (no sólo los “elegidos”), y es cuando Jesús nos
visita para darnos algún consuelo, cuando nos da una sensación intensa de
felicidad interior, o de seguridad, o de ternura inefable, o de dicha no por
las cosas terrenas solamente, sino por un consuelo celestial. Principalmente,
sí, la perciben sus amigos íntimos, esos que le abren la puerta cuando Él
golpea, y cenan con Él, según el Apocalipsis 3,20. De éstos tenemos que tratar
de ser. Esta Visita se percibe cuando se quiere cumplir su Voluntad, lejos de
la corrupción y de la coima, de la deshonestidad y de la lujuria, del robo y de
la mentira. Se está cerca de experimentarla cuando se transita el camino de las
virtudes.
María acompañó fielmente la Primera Venida
histórica, desde el fiel consentimiento cuando le dijo que “-Sí” al Ángel que
le anunciaba que sería la Madre de Dios (en la “Anunciación”), hasta ofrecerlo
al Padre en el Altar de la Cruz, donde de pie y sin desesperarse, aunque con un
dolor afligido, entregó a su Hijo para la salvación de todos.
También la Virgen vendrá con Jesús en la Segunda
Venida Gloriosa al final de los tiempos, ya que es la única de la que podemos
asegurar con plena fe que está glorificada corporalmente con Jesús. Así
estaremos nosotros, y lejos de ser una contemplación estática y aburrida,
también el cuerpo gozará de las alegrías del Cielo.
Y en la Visita Intermedia, que continúa la Primera
Venida en la pobreza humilde de Belén y prepara la Majestad de la Segunda,
también está presente la Madre, ya que con la fuerza irresistible de su
intercesión nos procura la unión con Jesús, fuente y cumbre de nuestra única,
auténtica y verdadera felicidad.
Para gozar de una Verdadera Navidad con las Tres
Venidas de Jesús, el camino es permanecer unidos a María, y, por qué no,
también a José, su padre virginal, semejante a María en todo.
Ellos nos transportarán a la dulzura inenarrable de
Belén, nos prepararán con una esperanza gozosa e inclaudicable para la Majestad
de la Segunda Venida, y nos proporcionarán la experiencia espiritual de la
Visita Intermedia entre las dos, esa que nos transforma y nos cambia a
semejanza del Modelo Divino que es Jesús.
Así Nuestra Navidad será realmente dichosa y feliz.
Fuente: Gustavo Daniel D´Apice
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