“Mundos que
cambian, gracias a ti, misionera”
El 15 de octubre de
2018 falleció en La Habana, Cuba, una Sierva de María Ministra de los Enfermos
española, de 91 años de edad y 64 como misionera. Su vida transformada
transformó otras vidas, cambió el mundo, con esa santidad sencilla que encanta
y convence, en palabras del Papa Francisco, “la santidad de la
puerta de al lado, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de
la presencia de Dios” (Gaudete et Exsultate, 7).
Su nombre es Rufina
Vicente Moralejo, natural de Fuentespreadas, Zamora. En 1956, cuando los viajes
eran de ida pero no de vuelta, se embarcó hacia La Habana, con lo mejor del
alma castellana en el corazón y profundos anhelos de entregarse a la tarea de
evangelizar según el carisma-misión del Instituto. Así lo hizo siempre, incluso
durante los años sesenta cuando la historia dio un giro hacia la incertidumbre,
la escasez, el silencio.
Quedó junto a un reducido grupo de catorce Hermanas,
todas españolas, en nuestra casa del Vedado, custodiando el espíritu de Santa
María Soledad y recreándolo a pesar de los vientos recios. En la isla
contábamos con siete comunidades y casi doscientas Siervas de María, quienes en
un abrir y cerrar de ojos tuvieron que ir, con dolor pero con el mismo ardor
misionero, a transformar otros mundos.
Dicen los testigos de
entonces que cuando escaseaban los signos religiosos y abundaba la confusión
por las calles de La Habana, el andar de las Hermanas hacia los hospitales o
las casas de los enfermos y sus lucecitas encendidas en medio de la noche, se
convirtieron en anuncio convincente de que Dios no había muerto.
A estos misioneros
les debemos la transmisión de la fe, del carisma, de la gracia del seguimiento
de Cristo. Nuestras generaciones adultas y jóvenes vieron la luz en una
sociedad oficialmente atea pero en la que nunca se apagó la sed de Dios,
gracias a las semillas que discretamente algunos se empeñaron en esparcir.
Muchos de nuestros padres nos dieron una fe sin Iglesia, limitada a las
oraciones de la noche frente a las imágenes “disimuladas” del Sagrado Corazón y
de la Virgen de la Caridad. Los misioneros junto a los nuestros que optaron por
permanecer, nos dieron y nos dan una fe impregnada de Espíritu, de Evangelio,
de amor a la Iglesia, de compromiso con el pueblo.
Con todos tenemos una
deuda impagable, aún vivimos de sus frutos y ojalá los nuestros tengan un
tercio del sabor de los suyos. Por Sor Rufina y por cuantos como ella convierten
sus existencias en luz y misión celebramos el DOMUND. Gracias por darnos lo
mejor, haciéndonos comprender que ser discípulos misioneros “No es dar sino
darse. No es hablar sino hablarse. No es hacer sino hacerse” (Leo Ramos, misionero
en Zimbabue).
Por: Sor Indira, S. de M. | Fuente: Catholic.Net
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