Hay personas tan íntimamente relacionadas que
los elogios y vituperios proferidos a una de ellas repercute en la otra. En
nuestro lenguaje ordinario si se quiere ofender a una persona, muchas veces se
hace por medio de seres muy queridos por ella, como la madre.
Esto es ley común en todos los pueblos:
1.- El Cardenal Suenens, siendo primado de Bélgica, solía decir que, cuando
acompañaba al rey Balduino, oía con asombro que el pueblo gritaba siempre:
"¡Viva la Reina!. ¡Viva Fabiola!", aunque ella no estuviera presente.
Cuando preguntaba a la gente por qué vitoreaban a la Reina si no estaba allí,
ni les podía oír, la gente le contestaba: "Gritamos ¡Viva la Reina!,
porque sabemos que eso le gusta al Rey".
Esto es lo que nos pasa a los cristianos,
elogiamos a María, porque le gusta a Jesús. Él quiere como nadie a su madre, y
sabe que quien lo hace sinceramente es porque en su corazón está también el
amor a Él. Cuando amamos a una persona, tenemos que amar a quien esa persona
ama.
2.- En el Evangelio encontramos el asombro que la predicación del Maestro
causaba en aquellas gentes sencillas y cómo en cierta ocasión una persona
anónima elogió a Jesús, haciéndolo a través de las alabanza que profirió en
favor de su Madre: "Dichosas las entrañas que te engendraron y los pechos
que te amamantaron" ( Lc. 23, 29 ).
El gran devoto de la Virgen San Ildefonso de Toledo decía: "Se atribuye al
Señor el homenaje que se rinde a su Sierva, redunda en favor del Hijo lo que se
hace por la Madre y recae igualmente sobre el Rey el honor tributado a la
Reina".
La auténtica devoción a María nos lleva siempre a amar a Jesús, están tan
relacionados estos dos amores, que no podemos amar a uno, despreciando u
olvidando al otro. Bien se refleja esta idea en aquella jaculatoria: "Todo
a Jesús por María. Todo a María para Jesús".
María es el camino corto y seguro para llegar a Cristo, quien es nuestra meta.
Tenemos que amar a Dios sobre todas las cosas, esto lo podemos hacer alabando a
María. Como buenos hijos no encontraremos suficientes palabras para elogiar
debidamente toda la hermosura de María, que encierra en sí unas riquezas
inconmensurables, pues, Dios que es generoso con tantas maravillas, que ha
hecho en favor de los hombres, en María se "ha pasado", juntó al
mismo tiempo el amor tierno del hijo con el poder ilimitado de Dios.
Comparando lo que nosotros podemos hacer o decir en favor de María, nos
quedaremos "cortos", pero siempre seguros de que, alabando a María,
agradaremos a Jesús.
Por: Padre
Tomás Rodríguez Carbajo / www.mariología.org
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