En medio de tanto olvido del bien y la misericordia, un pequeño
sacrificio toca a las puertas del cielo.
Entre los ejemplos que nos han dejado los videntes de Fátima, santa
Jacinta y san Francisco Marto, destaca el continuo deseo de ofrecer sacrificios
a Dios por los pecadores.
Según cuenta Lucía, la otra vidente de Fátima, con frecuencia sus primos
dejaban de comer, o de jugar, o incluso de beber agua en un día caluroso, por
el deseo de ayudar a la conversión de las almas.
Esos ejemplos valen para todos los tiempos, también para nuestra
época tan llena de contrastes, donde unos viven en una abundancia casi lujosa
mientras otros carecen de agua potable y de alimento adecuado, donde muchos
viven como si Dios no existiera y el pecado llega a ser exaltado como si fuera
valioso.
En medio de tanto olvido del bien, de la justicia, de la misericordia,
un pequeño sacrificio toca a las puertas del cielo y abre la tierra a la acción
de Dios. A veces basta con muy poco: pasar menos tiempo ante la
pantalla, no tomar una comida apetitosa, renunciar a un gesto de pereza, no
responder a quien nos injuria.
Así de sencillo, así de fácil, y con eficacia que muchas veces supera
nuestra imaginación. Porque cuando Dios acoge la oración confiada y el
sacrificio sincero de uno de sus hijos, empiezan los milagros en el mundo.
El mensaje de conversión y penitencia de Fátima, vivido por unos
pastores sencillos y generosos, llega también a nosotros y nos invita a pasos
concretos para suplicar a Dios, a través de la Virgen María, paz, misericordia,
conversión, pureza, esperanza, fe, y mucho amor.
Así nos lo enseñan las vidas de tantos miles y miles de santos de todos
los tiempos; santos entre los que se encuentran unos niños que, en el corazón
de Portugal, un día recibieron la visita de la Virgen y comunicaron a muchos
bautizados las palabras de Cristo: Convertíos… (cf. Mt 4,17).
Por: P.Fernando
Pascual, L.C. | Fuente: Catholic.net
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