I Reyes 3, 5-13: “Por haberme pedido sabiduría”
Salmo 118: “Yo amo, Señor, tus mandamientos”
Romanos 8, 28-30: “Nos predestinó para que reproduzcamos en nosotros
mismos la imagen de su Hijo”
San Mateo 13, 44-52: “Vende cuanto tiene y compra aquel campo”
Camila y
Sebastián están muy preocupados. Sus hijos adolescentes, una niña de 15 años y
un niño de 13, viven sólo para sus celulares y para las redes sociales. A pesar
de su situación económica difícil, al ver que la mayoría de sus compañeros
tenían esos aparatos, hicieron un esfuerzo para comprarles aunque fuera uno
sencillo pero capaz de soportar las actualizaciones indispensables. Ahora están
arrepentidos: “Creemos que viven en un mundo ficticio y huyen de la realidad.
Su corazón está en otro lado. Hacen nuevas leyes, nueva vida, otras reglas y no
sabemos dónde está su corazón. Además con tanta corrupción que estamos
viviendo, no encontramos valores ni bases firmes que sostengan su corazón.
Están con el corazón enajenado, secuestrado y sólo exigen diversión y entretenimiento.
¿Cómo decirles que hay valores básicos cuando por todos lados miran corrupción?
¿Cómo enseñarles el bien si cada quien hace lo que le da la gana? Parecería que
ya nada vale y que no importa si algo es bueno o malo con tal de que nos dé placer.
No saben distinguir el bien del mal, ya nada los motiva y no quieren esforzarse
por nada”.
Motivaciones, ganas de vivir, luchar por los ideales, son conceptos que se van
perdiendo en medio de la juventud. Hoy Jesús nos habla del Reino en términos de
descubrimiento, de encuentro y de valor. Se descubre “un tesoro escondido en el
campo”, se descubre “una perla de gran valor”, casi como por un golpe de buena
suerte, como sacarse la lotería. Solamente que adquirirlos tiene su costo: hay
que renunciar a todo lo demás, hay que desprenderse de cuanto se posee; tanto
el campesino como el comerciante dejan todo para adquirir “lo que es más
importante”. Pero las dos pequeñas parábolas nos presentan algo que hoy parece
habérsenos olvidado: llenos de alegría y a toda prisa se deshacen de lo demás
para adquirir el preciado don. Es la alegría de encontrar el Reino. No como una
carga que se impone, sino como una riqueza que llena y da plenitud. No
necesitan nada más, no van a acumular más, ese tesoro basta para dar la plena
felicidad. Encontrar a Cristo, encontrar su Reino nos llena de la verdadera
alegría.
Estas
pequeñas parábolas son un reclamo a la actitud que vivimos los cristianos
actuales: descubrimos a Cristo pero no estamos dispuestos a lanzarnos a la
aventura. Vivimos la gris mediocridad de sabernos bautizados y no nos
arriesgamos a apostar todo a favor de Jesús. En las parábolas, el Reino no es
un añadido más, sino que es todo lo que se quiere y se necesita poseer. El
Reino es el único valor y hace superfluas todas las demás riquezas. Lo demás se
puede suprimir, no hace falta. No se llega al Reino acumulando bienes, sino
dejando todo lo que estorba. Ni el campesino ni el mercader buscan más cosas.
Nosotros hacemos al revés, parece que hemos alcanzado el Reino pero buscamos
puestos, seguridades, títulos o garantías. Somos calculadores y muy prudentes.
No nos confiamos plenamente de Jesús y buscamos otros apoyos. Es más, hay quien
toma al Reino como negocio para revenderlo, para sacarle provecho y utilizarlo.
Hoy Jesús nos exige tomar radicalmente su Reino y asumirlo como nuestra única y
principal motivación ¿Qué importancia le damos al encuentro con Jesús en
nuestras vidas? ¿Es realmente un tesoro?
“Nada es
bueno o malo, si a mí me gusta” me decía un adolescente. Quizás la más grande
desgracia de nuestro tiempo sea esa ambigua escala de valores que rige nuestra
sociedad a la cual se apegan muchísimas personas en busca de felicidad. Una
escala que nos domina y manipula. Hay quienes, con culpa o sin ella, están atrapados
en el anzuelo de engañosos tesoros que los alienan y dividen. El placer, la
droga, la ambición de poder, el deseo incontrolable de bienes, el alcohol, la
sexualidad desenfrenada, la buena vida, y otros atractivos por el estilo, son
los valores que nos mueven en la actualidad. Por estos “tesoros” estamos
dispuestos a dar casi todo.
También
hay quienes teniendo ideales, luchan de una manera tan débil y tan tibia que
fácilmente ceden ante cualquier problema. No se entregan plenamente y al final
piensan que todo da lo mismo. Pero Jesús hoy nos asegura lo contrario. Las dos
primeras parábolas de este domingo nos colocan de frente al tesoro importante y
las otras dos pequeñas parábolas, nos colocan en una actitud de discernimiento.
“Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a
escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos” No es
verdad que da lo mismo cualquier religión, no es verdad que cada quien puede
vivir como quiera. Cristo nos presenta el Reino y sus valores como piedra de
toque para nuestra vida y nos exige distinguir lo bueno y lo malo. ¿Cuáles son
los valores que mueven a nuestra comunidad? ¿Cuál sería mi escala de valores?
¿En realidad mi esfuerzo y el tiempo que dedico a cada una de mis actividades
corresponden a la escala ideal que me propongo?
La última
parábola de apenas dos renglones nos da una actitud muy positiva en la vida:
extraer lo mejor de cada momento. Hay quienes piensan que todo tiempo pasado
fue mejor y se quedan anclados en el pasado; hay quienes se encandilan por
cualquier novedad y parecen veletas a la espera de un viento nuevo. Cristo nos
pone la comparación de un escriba sabio que va escogiendo lo mejor de cada
momento. Cada etapa tiene sus valores pero es necesario escoger y actuar
conforme a los valores de Jesús. Y los valores de Jesús son el Reino, el amor
al prójimo, la voluntad de su Padre, el perdón y el servicio. ¿Cuáles valores
rescato para mi vida de lo antiguo y cuáles valores nuevos voy adquiriendo?
¿Cómo juzgo tanto lo nuevo como lo antiguo?
Dios, Padre nuestro, concédenos sabiduría para descubrir el significado y la importancia del Reino que tu Hijo anunció e inauguró entre nosotros; que lo acojamos en nuestra existencia como el tesoro más precioso, y que dediquemos a él toda nuestra vida. Amén.
Dios, Padre nuestro, concédenos sabiduría para descubrir el significado y la importancia del Reino que tu Hijo anunció e inauguró entre nosotros; que lo acojamos en nuestra existencia como el tesoro más precioso, y que dediquemos a él toda nuestra vida. Amén.
Por:
Mons. Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas. |
Fuente: Catholic.net