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El tesoro más valioso


 I Reyes 3, 5-13: “Por haberme pedido sabiduría”
Salmo 118: “Yo amo, Señor, tus mandamientos”
Romanos 8, 28-30: “Nos predestinó para que reproduzcamos en nosotros mismos la imagen de su Hijo”
San Mateo 13, 44-52: “Vende cuanto tiene y compra aquel campo”


Camila y Sebastián están muy preocupados. Sus hijos adolescentes, una niña de 15 años y un niño de 13, viven sólo para sus celulares y para las redes sociales. A pesar de su situación económica difícil, al ver que la mayoría de sus compañeros tenían esos aparatos, hicieron un esfuerzo para comprarles aunque fuera uno sencillo pero capaz de soportar las actualizaciones indispensables. Ahora están arrepentidos: “Creemos que viven en un mundo ficticio y huyen de la realidad. Su corazón está en otro lado. Hacen nuevas leyes, nueva vida, otras reglas y no sabemos dónde está su corazón. Además con tanta corrupción que estamos viviendo, no encontramos valores ni bases firmes que sostengan su corazón. Están con el corazón enajenado, secuestrado y sólo exigen diversión y entretenimiento. ¿Cómo decirles que hay valores básicos cuando por todos lados miran corrupción? ¿Cómo enseñarles el bien si cada quien hace lo que le da la gana? Parecería que ya nada vale y que no importa si algo es bueno o malo con tal de que nos dé placer. No saben distinguir el bien del mal, ya nada los motiva y no quieren esforzarse por nada”.

Motivaciones, ganas de vivir, luchar por los ideales, son conceptos que se van perdiendo en medio de la juventud. Hoy Jesús nos habla del Reino en términos de descubrimiento, de encuentro y de valor. Se descubre “un tesoro escondido en el campo”, se descubre “una perla de gran valor”, casi como por un golpe de buena suerte, como sacarse la lotería. Solamente que adquirirlos tiene su costo: hay que renunciar a todo lo demás, hay que desprenderse de cuanto se posee; tanto el campesino como el comerciante dejan todo para adquirir “lo que es más importante”. Pero las dos pequeñas parábolas nos presentan algo que hoy parece habérsenos olvidado: llenos de alegría y a toda prisa se deshacen de lo demás para adquirir el preciado don. Es la alegría de encontrar el Reino. No como una carga que se impone, sino como una riqueza que llena y da plenitud. No necesitan nada más, no van a acumular más, ese tesoro basta para dar la plena felicidad. Encontrar a Cristo, encontrar su Reino nos llena de la verdadera alegría.

Estas pequeñas parábolas son un reclamo a la actitud que vivimos los cristianos actuales: descubrimos a Cristo pero no estamos dispuestos a lanzarnos a la aventura. Vivimos la gris mediocridad de sabernos bautizados y no nos arriesgamos a apostar todo a favor de Jesús. En las parábolas, el Reino no es un añadido más, sino que es todo lo que se quiere y se necesita poseer. El Reino es el único valor y hace superfluas todas las demás riquezas. Lo demás se puede suprimir, no hace falta. No se llega al Reino acumulando bienes, sino dejando todo lo que estorba. Ni el campesino ni el mercader buscan más cosas. Nosotros hacemos al revés, parece que hemos alcanzado el Reino pero buscamos puestos, seguridades, títulos o garantías. Somos calculadores y muy prudentes. No nos confiamos plenamente de Jesús y buscamos otros apoyos. Es más, hay quien toma al Reino como negocio para revenderlo, para sacarle provecho y utilizarlo. Hoy Jesús nos exige tomar radicalmente su Reino y asumirlo como nuestra única y principal motivación ¿Qué importancia le damos al encuentro con Jesús en nuestras vidas? ¿Es realmente un tesoro?
“Nada es bueno o malo, si a mí me gusta” me decía un adolescente. Quizás la más grande desgracia de nuestro tiempo sea esa ambigua escala de valores que rige nuestra sociedad a la cual se apegan muchísimas personas en busca de felicidad. Una escala que nos domina y manipula. Hay quienes, con culpa o sin ella, están atrapados en el anzuelo de engañosos tesoros que los alienan y dividen. El placer, la droga, la ambición de poder, el deseo incontrolable de bienes, el alcohol, la sexualidad desenfrenada, la buena vida, y otros atractivos por el estilo, son los valores que nos mueven en la actualidad. Por estos “tesoros” estamos dispuestos a dar casi todo.

También hay quienes teniendo ideales, luchan de una manera tan débil y tan tibia que fácilmente ceden ante cualquier problema. No se entregan plenamente y al final piensan que todo da lo mismo. Pero Jesús hoy nos asegura lo contrario. Las dos primeras parábolas de este domingo nos colocan de frente al tesoro importante y las otras dos pequeñas parábolas, nos colocan en una actitud de discernimiento. “Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos” No es verdad que da lo mismo cualquier religión, no es verdad que cada quien puede vivir como quiera. Cristo nos presenta el Reino y sus valores como piedra de toque para nuestra vida y nos exige distinguir lo bueno y lo malo. ¿Cuáles son los valores que mueven a nuestra comunidad? ¿Cuál sería mi escala de valores? ¿En realidad mi esfuerzo y el tiempo que dedico a cada una de mis actividades corresponden a la escala ideal que me propongo?

La última parábola de apenas dos renglones nos da una actitud muy positiva en la vida: extraer lo mejor de cada momento. Hay quienes piensan que todo tiempo pasado fue mejor y se quedan anclados en el pasado; hay quienes se encandilan por cualquier novedad y parecen veletas a la espera de un viento nuevo. Cristo nos pone la comparación de un escriba sabio que va escogiendo lo mejor de cada momento. Cada etapa tiene sus valores pero es necesario escoger y actuar conforme a los valores de Jesús. Y los valores de Jesús son el Reino, el amor al prójimo, la voluntad de su Padre, el perdón y el servicio. ¿Cuáles valores rescato para mi vida de lo antiguo y cuáles valores nuevos voy adquiriendo? ¿Cómo juzgo tanto lo nuevo como lo antiguo?

Dios, Padre nuestro, concédenos sabiduría para descubrir el significado y la importancia del Reino que tu Hijo anunció e inauguró entre nosotros; que lo acojamos en nuestra existencia como el tesoro más precioso, y que dediquemos a él toda nuestra vida. Amén.

Por: Mons. Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas. | Fuente: Catholic.net 

San Joaquín y Santa Ana. Padres de la Virgen María. Patronos de los abuelos

San Joaquín y Santa Ana, santos esposos, debieron haber sido personas muy piadosas ya que les fue confiado la responsabilidad de criar a María la Madre de Dios.


San Joaquín y Santa Ana fueron los Padres de la Santísima Virgen María y abuelos directos de JesúsSanta Ana era la esposa de San Joaquín, y fue elegida por Dios para ser la madre de la Virgen María. Ambos provenían de la casa real de David, y sus vidas las dedicaron completamente a la oración y a las buenas obras. Sólo una cosa ellos querían, y con gran deseo en su vida matrimonial, ellos no tenían hijos, y esto significaba, para el pueblo judío, que ellos se encontraban desgraciados a los ojos de Dios. Por fin, cuando Ana era ya era una mujer de avanzada edad, quedó embarazada y nació María, un fruto proveniente de la gracia divina. Ellos fueron santificados por la presencia de su hija inmaculada hasta el momento en que fue entregada en servicio al templo de Dios en Jerusalén.

Fiesta: 26 de julio


Martirologio romano: Memoria de los santos Joaquín y Ana, padres de la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, cuyos nombres se han mantenido debido a la antigua tradición de los cristianos.

Biografía de San Joaquín y Santa Ana


Es muy poco lo que conocemos sobre los padres de la Virgen María, Joaquín y Ana. Sus nombres proceden de la literatura apócrifa, el Evangelio de la Natividad de la Virgen María, el Evangelio apócrifo de Mateo y el Protoevangelio de Santiago. No es parte de la Biblia, pero el documento, que fue escrito en 170 AD da una sobre la vida de María y sus padres.
Estos escritos llamados "apócrifos" no han sido avalados por la Iglesia como parte del canon de las Sagradas Escrituras, debido a que muchos de sus datos contenidos no son fiables, pero algunos que otros documentos históricos si lo son.

San Joaquín y Santa Ana son los padres de María, la Madre de nuestro Salvador, Jesucristo. Ellos tuvieron el privilegio de ser los abuelos de Jesucristo.

Pasaron sus vidas adorando a Dios y haciendo el bien. La tradición dice que primero vivieron en Galilea y más tarde se establecieron en Jerusalén.

San Joaquín es descrito como un hombre prominente, rico, respetado por el pueblo y un hombre muy piadoso. Él provenía de la casa de David, y regularmente daba su ofrenda a los pobres y al templo.

Sin embargo, como él ya tenía bastante tiempo de haber estado casado con Ana y no habían engendrado ningún hijo, se decía que su esposa era estéril, y el sumo sacerdote rechazaba a Joaquín y su sacrificio, ya que la falta de hijos de su esposa era interpretado por el pueblo judío como una señal de desagrado divino, un castigo de Dios para su descendencia

En consecuencia a esto y embargado con una enorme tristeza, Joaquín se retiró al desierto, donde ayunó e hizo penitencia durante cuarenta días. La pareja oró fervientemente para que les llegara la gracia de tener un hijo e hicieron una promesa en que dedicaría a su primogénito al servicio de Dios. Ana prometió consagrar el bebé a Dios.

En respuesta a sus oraciones y sacrificios, Un ángel se le apareció a Ana y le dijo:
"El Señor ha mirado tu tristeza y tus lágrimas; tú concebirás y darás a luz, y el fruto de tu vientre será bendecido por todo el mundo".

Joaquín también recibió el mismo mensaje del ángel. Dios había contestado sus oraciones en una forma mucho mejor de lo que ellos jamás podrían haber imaginado.
Joaquín más tarde regresó a Jerusalén y abrazó con mucha emoción a su esposa Ana en la puerta de la ciudad.

El nacimiento y cuidado de la Virgen María


Ana daría a luz entonces a una hija a quien llamó María, la Inmaculada Virgen María, concebida sin pecado original, quien se convertiría en la más santa de todas las mujeres y en la Madre de Dios.

Ana se encargó de los cuidados de la pequeña María durante unos breves años de su infancia, pero luego ella fue llevada al templo de Jerusalén para ofrecerla así en servicio a Dios, con un gran dolor fue entregada pero al mismo tiempo con una gran alegría de cumplir las promesas que ellos le habían hecho al Señor.

María permaneció sin pecado, siempre virgen, y se convirtió en la Madre de Dios.
San Joaquín y Santa Ana continuaron su vida de oración hasta que murieron y Dios los llamó a su casa en el cielo. Ellos debieron haber sido unas personas muy piadosas ya que les fue confiado nada más y nada menos que la responsabilidad de criar a María, la por siempre y para siempre bienaventurada e inmaculada Madre de Dios.


Santuarios en su honor


Los cristianos siempre le han dedicado hermosas Iglesias a muchos santos, pero muy especialmente a Santa Ana. Muchas iglesias se han construido en su honor.
Tal vez una de las más famosas es el Santuario de Santa Ana de Beaupré en Canadá. Miles de peregrinos van allí durante todo el año para pedir la ayuda de Santa Ana en sus sufrimientos. Es un lugar de milagros constantes.
Son muchos los testimonios de personas lisiadas que han entrado en el Santuario con muletas y se han ido caminando normalmente por la puerta quedando completamente sanados por su fe

Otro santuario es el de Santa Ana de Auray en Bretaña, Francia. También hay una Iglesia de Santa Ana en Jerusalén, y se cree que esta fue construida en el lugar donde vivían San Joaquín y Santa Ana

 

Patronato


Tanto Joaquín y Ana son los santos patronos de los abuelos. Santa Ana es la patrona de la provincia de Quebec, donde se encuentra el santuario conocido de Santa Ana de Beaupré, (el sitio de muchos milagros).
Ella es la patrona de las mujeres que trabajan y las que tienen dificultades para concebir.

La devoción a Santa Ana se remonta al siglo VI en la Iglesia de Constantinopla y el siglo VIII en Roma.

San Joaquín fue honrado desde tiempos muy antiguos por los griegos, quienes celebran su fiesta el día siguiente a la fecha de nacimiento de la Santísima Virgen María.

Oración a San Joaquín y Santa Ana


Santos Joaquín y Ana, otórguenos la bendición por su gran fe y amor de padres. Por su respeto y reverencia por lo sagrado de la vida humana, Dios les concedió ser los padres de María, Madre del Señor.
A través de su intercesión, le pedimos a Dios que les conceda a los jóvenes de hoy esa misma reverencia por el don de la nueva vida.
Que puedan aceptar, apreciar y nutrir la vida desde el momento mismo de la concepción.
Concédenos a nosotros como nación, un renovado cariño y aprecio por cada vida humana.
Alcáncenme la gracia de orar con fervor, y no poner mi corazón en los bienes pasajeros.
Denme un amor vivo y perdurable a Jesús y María.
Por el mismo Jesucristo, Nuestro Señor.
Amén.

Fuente: www.pildorasdefe.net

Las prácticas de devoción exterior de nada sirven si no se arroja del alma el pecado

No os burléis más de las amenazas del Señor; no sea que vuestras cadenas se endurezcan más todavía. (Is; XXVIII, 22.)

Dios manda a Jonás que vaya a predicar á Nínive; el profeta desobedece al Señor, y se embarca para ir a Tarsis. Levántase súbitamente una furiosa tormenta, que amenaza sumergir el navío. Advirtiendo Jonás que la tempestad no había sobrevenido sino para castigarle, dice a los marineros: arrojadme al mar. Los marineros echaron al profeta al mar, y calmó la tempestad. Si Jonás no hubiese sido arrojado al mar, la tempestad no hubiera cesado. Induzcamos de este ejemplo que, si no expelimos el pecado de nuestros corazones, no cesará la tormenta, esto es, la calamidad. Nuestros pecados son los vientos funestos que excitan las tempestades, y que nos hacen naufragar. Mientras nos afligen las calamidades hacemos penitencias exteriores, novenas, procesiones, exposiciones del Santísimo Sacramento; mas, si no nos corregimos, todo esto ¿de qué sirve? Todas nuestras devociones son poco menos que inútiles cuando no abandonamos el pecado, porque estas devociones no aplacan a Dios.

Si queremos aplacar al Señor, preciso es que alejemos la causa de su cólera; debemos alejar el pecado. El paralítico pedía a Jesucristo la salud; mas el Salvador, antes de curarle de la enfermedad del cuerpo, le curó de la del alma: le concedió el dolor de sus pecados, y le dijo en seguida que ya estaban perdonados.

El Señor aleja ante todo la causa de la enfermedad, dice Santo Tomás; es decir, los pecados, y luego después cura la enfermedad. La raíz del mal es el pecado: así el Señor, después que hubo curado aquel paralítico, le dijo: Guárdate, hijo mío, de pecar de nuevo; porque, si pecas, volverás a caer enfermo más de lo que estabas. Esta es la advertencia que da el Eclesiástico. (Eccl., XXXIX, 9.) Es menester primeramente dirigirse al médico del alma a fin de que os libre del pecado, y en seguida recurrir al médico del cuerpo a fin de que os libre de la enfermedad.

En una palabra, el pecado, o mejor nuestra obstinación en el pecado, es el origen de todos nuestros castigos, dice San Basilio. Nosotros hemos ofendido al Señor, y no queremos de ello arrepentirnos. Preciso es escucharle cuando nos llama con la voz de las calamidades, pues de lo contrario se verá precisado a lanzar contra nosotros sus maldiciones. (Deut; XXVIII, 15.) Cuando ofendemos a Dios, provocamos a todas las criaturas a que se vuelvan contra nosotros. Cuando un esclavo se rebela contra su amo, dice San Anselmo, excita contra sí no solamente la cólera de su amo, sino también la de toda su familia: así, cuando ofendemos a Dios, llamamos a todas las criaturas para que nos aflijan. Irritamos sobre todo contra nosotros, dice San Gregorio (Hom; XXXV), las criaturas de que nos servimos para ofender a Dios. La misericordia de Dios impide que estas criaturas no nos destruyan; mas, cuando ve que despreciamos sus amenazas y que continuamos pecando, se sirve de estas criaturas para vengarse de los insultos que le hacemos. (Sap; V, 17-27.).

Si no aplacamos al Señor corrigiéndonos, no podremos substraernos del castigo. ¿Hay locura mayor, dice San Gregorio, que figurarse que Dios cesará de castigarnos en tanto que no queremos cesar de ofenderle? Se asiste a la iglesia, se va al sermón; mas no nos acercamos a la confesión, no queremos mudar de vida, ¿Cómo queremos ser librados de las calamidades, si no alejamos la causa de ellas? No cesando de irritar al Señor, ¿a qué admirarse de que el Señor no cese de afligiros? ¿Creéis que el Señor se aplaca viéndoos practicar alguna obra exterior de piedad, sin pensar por otra parte en arrepentiros de vuestras faltas, sin restablecer el honor que habéis mancillado, sin restituir lo que habéis robado, sin alejaros, en fin, de estas ocasiones que os alejan del Señor? No os burléis del Señor, dice el profeta Isaías (Is; XXVII, 27), pues esto sería redoblar las cadenas que os arrastran al Infierno. No pequemos, pues, no irritemos al Señor; el azote está ya amenazando vuestras cabezas: no soy el profeta Isaías; más puedo aseguraros que el azote del Señor está para descargar si no nos rendimos a sus amenazas.

No sufre Dios que se burlen de Él. No os he mandado, dice (Jeremías; XII, 22), darme pruebas puramente exteriores; lo que quiero es que escuchéis mi voz, que mudéis de vida, que hagáis una buena confesión, porque sabéis que todas vuestras pasadas confesiones son nulas (N. de la R.: pues no teníais verdadero propósito de enmienda), porque todas eran inmediatamente seguidas de numerosas reincidencias. Quiero que renunciéis a esta propensión, a aquella compañía; quiero que tratéis de restituir lo que habéis robado, de reparar los perjuicios que causasteis. Haced lo que os digo: entonces seré lo que deseáis; seré Dios de misericordia. (Jerem; VII, 13.)

No ignoran los pecadores lo que han de practicar para volver a entrar en gracia con Dios; más se obstinan en no hacerlo. ¡Cuántas personas, después de haber escuchado las instrucciones públicas, los avisos de sus confesores, salen de la iglesia y se hacen peores que antes! ¿Es éste el modo de aplacar al Señor? ¿Cómo pueden presumir estos pecadores desdichados que el Señor los libertará de los azotes con que les aflige? (Ps; IV.)

Honrad a Dios, no en apariencia, sino con las obras: llorad vuestros pecados, frecuentad los sacramentos, mudad de vida: después, esperad en el Señor. Si empero esperáis, sin cesar de cometer pecados, no es esto una verdadera esperanza, sino una temeridad. Es un engaño del demonio, que os hace más abominables a los ojos del Señor, y provoca sobre vosotros más castigos.

El Señor está irritado: levantada está su mano para castigaros con el azote terrible con que os amenaza. ¿Qué queréis hacer para escapar de él? (Math; V, 5.) Preciso es hacer una verdadera penitencia. Preciso es cambiar el odio en dulzura, y la intemperancia en sobriedad: menester es observar los ayunos mandados por la Iglesia; menester es abstenerse de esta cantidad de vino que abate al hombre hasta el nivel del bruto; menester es huir las ocasiones. Si queréis producir frutos dignos de penitencia, debéis aplicaros a servir a Dios con tanto mayor fervor, cuanto más le habréis ofendido. (Rom; VI, 19.) Esto es lo que hicieron Santa María Magdalena, San Agustín, Santa María Egipciaca y Santa Margarita de Cortona.

Por su penitencia, estos pecadores se hicieron más agradables a Dios que muchos otros que habían cometido menos pecados, pero que eran tibios. Dice San Gregorio que el fervor de un pecador es más grato a Dios que la tibieza de un inocente: la penitencia de un pecador alegra al cielo más que la perseverancia de los justos, si después del pecado ama a Dios con más fervor que el justo.

He aquí lo que se llama hacer dignos frutos de penitencia: no basta, pues, venir a la iglesia y hacer alguna obra de piedad. Si no se deja el pecado y la ocasión de pecar, esto es burlarse de Dios e irritarle siempre más y más. (Mat; VIII, 9.) Dícese regularmente: María nos ayudará, nuestros santos patronos nos librarán; imposible es que los santos nos ayuden cuando no queremos librarnos del pecado. Los santos son los amigos de Dios, y por esto mismo están muy distantes de inclinarse a proteger los pecadores obstinados.

Temblemos, pues: el Señor ha publicado ya la sentencia que condena al fuego todos los árboles sin fruto. ¿Cuántos años hace que estáis en el mundo? ¿Qué frutos de buenas obras habéis producido hasta ahora? ¿Qué honor habéis dado a Dios con vuestra conducta? Vos no habéis cesado de amontonar pecados tras pecados, desprecios tras desprecios, insultos tras insultos; éste es todo el fruto que habéis dado; éste es todo el honor que habéis tributado al Señor. A pesar de todo, Dios quiere concederos aún el tiempo para corregiros, para llorar vuestros pecados, para amarle durante el resto de vuestra vida.

¿Qué queréis hacer, pues? ¿Cuál es vuestra resolución? Deteneos: daos entera y sinceramente al Señor. ¿Qué aguardáis? ¿Queréis que sea ya tarde que el árbol sea cortado y arrojado al fuego del Infierno?

Concluyamos. El Señor me ha encargado el instruiros, y me manda anunciaros de su parte que está pronto a detener el torrente de calamidades que había preparado; pero a condición que os convirtáis verdaderamente. Temblad, pues, si no habéis resuelto aún mudar de vida; entregaos, empero, al más puro júbilo, si queréis, en verdad, volver al Señor. (Ps; CIV, 3.) ¡Ojalá inunde el consuelo al corazón que busca a Dios! Pues, para quien le busca, Dios es todo amor y compasión. Incapaz es el Señor de desechar un alma que se humilla y se arrepiente de sus faltas. (Ps., L.) Regocijaos, pues, si tenéis verdadera intención de corregiros. Si teméis a la justicia divina con motivo de tantos crímenes de que os reconocéis culpables, recurrid a la Madre de misericordia, dirigíos á la Santísima Virgen, que protege eficazmente a cuantos se refugian bajo su manto protector. — (Hacer un acto de dolor.)


“De la providencia en las calamidades públicas”. San Alfonso María de Ligorio / www.catolicidad.com

Dar a la confesión la importancia que merece

¿Valoramos este sacramento? ¿Reconocemos que viene de Cristo?

Puede ocurrir que en corazones católicos haya más preocupación por el fútbol, por la marcha de la bolsa, por los accidentes de tráfico, por las obras que crean desorden en la propia ciudad, por la muerte de un famoso actor de cine, y por muchos otros temas... que por la confesión.

Cine, fútbol, economía, tráfico, obras públicas: son argumentos que tocan nuestra vida, que interesan a unos más y a otros menos, que incluso exigen una reflexión seria a la luz de los auténticos principios éticos.


Pero para el cristiano un tema central, decisivo, del cual depende la vida eterna de miles y miles de personas, es el de la confesión.


Porque el sacramento de la penitencia, o confesión, es un encuentro que permite a Dios derramar su misericordia en el corazón arrepentido. Se trata, por lo tanto, de la medicina más profunda, más completa, más necesaria para todo ser humano que ha sido herido por la desgracia del pecado.


Por eso, precisamente por eso, la confesión debe ocupar un puesto muy importante en las reflexiones de los bautizados. ¿Valoramos este sacramento? ¿Reconocemos que viene de Cristo? ¿Apreciamos la doctrina de la Iglesia católica sobre la confesión? ¿Conocemos sus “etapas”, los actos que corresponden al penitente, la labor que debe realizar el sacerdote confesor?


San Juan María Vianney sabía muy bien, después de miles y miles de confesiones, lo que ocurría en este magnífico sacramento, por lo que pudo decir: “No es el pecador el que vuelve a Dios para pedirle perdón, sino Dios mismo quien va tras el pecador y lo hace volver a Él”.


Uno de los objetivos del Año sacerdotal (2009-2010) convocado por el Papa Benedicto XVI era precisamente promover entre los sacerdotes un mayor aprecio por este sacramento, para que dedicasen más tiempo al mismo, y acogiesen a los penitentes con competencia y entusiasmo, desde la identificación con el mismo Corazón de Cristo que busca cada una de sus ovejas, que desea celebrar una gran fiesta por la conversión de cada pecador (cf. Jn 10; Lc 15).


La crisis que ha llevado en muchos lugares al abandono de este importante sacramento ha de ser superada, lo cual exige que los sacerdotes “se dediquen generosamente a la escucha de las confesiones sacramentales; que guíen el rebaño con valentía, para que no se acomode a la mentalidad de este mundo (cf. Rm 12,2), sino que también sepa tomar decisiones contracorriente, evitando acomodamientos o componendas” (Benedicto XVI, 11 de marzo de 2010).


En este día, miles de personas se presentarán ante el tribunal de Dios. ¿Qué mejor manera de prepararse al encuentro con un Dios que es Amor que hacerlo a través de una buena confesión?


También en este día, miles de personas sucumbirán al mal; dejarán que la avaricia, la soberbia, la pereza, les ciegue; actuarán desde odios o envidias muy profundas; acogerán las caricias engañosas de las pasiones de la carne o de la gula desenfrenada. ¿Qué mejor remedio para borrar el pecado en la propia vida y para reemprender la lucha cristiana hacia el bien que una confesión sincera, concreta, valiente y llena de esperanza en la misericordia divina?


Si los católicos damos, de verdad, a nuestra fe el lugar que merece en la propia vida, dejaremos de lado gustos, pasatiempos o incluso algunas ocupaciones sanas y buenas, para encontrar ese momento irrenunciable que nos lleva al encuentro con Alguien que nos espera y nos ama.


Dios perdona, si se lo pedimos con la humildad de un pecador arrepentido (cf. Lc 18,13). En la sencillez de una cita envuelta por el misterio de la gracia, un sacerdote dirá entonces palabras que tienen el poder que sólo Dios le ha dado: tus pecados quedan perdonados, vete en paz.


Por: P. Fernando Pascual L.C. | Fuente: Catholic net 

Nuestra Señora del Carmen



  Advocación Mariana, 16 de julio

Patrona de los marineros
Memoria de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, monte en el que Elías consiguió que el pueblo de Israel volviese a dar culto al Dios vivo y en el que, más tarde, algunos, buscando la soledad, se retiraron para hacer vida eremítica, dando origen con el correr del tiempo a una orden religiosa de vida contemplativa, que tiene como patrona y protectora a la Madre de Dios.

Desde los antiguos ermitaños que se establecieron en el Monte Carmelo, Los Carmelitas han sido conocidos por su profunda devoción a la Santísima Virgen. Ellos interpretaron la nube de la visión de Elías (1 Reyes 18, 44) como un símbolo de la Virgen María Inmaculada. Ya en el siglo XIII, cinco siglos antes de la proclamación del dogma, el misal Carmelita contenía una Misa para la Inmaculada Concepción.

En las palabras de Benedicto XVI, 15,VII,06:
"El Carmelo, alto promontorio que se yergue en la costa oriental del Mar Mediterráneo, a la altura de Galilea, tiene en sus faldas numerosas grutas naturales, predilectas de los eremitas. El más célebre de estos hombres de Dios fue el gran profeta Elías, quien en el siglo IX antes de Cristo defendió valientemente de la contaminación de los cultos idolátricos la pureza de la fe en el Dios único y verdadero. Inspirándose en la figura de Elías, surgió al Orden contemplativa de los «Carmelitas», familia religiosa que cuenta entre sus miembros con grandes santos, como Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús y Teresa Benedicta de la Cruz (en el siglo, Edith Stein). Los Carmelitas han difundido en el pueblo cristiano la devoción a la Santísima Virgen del Monte Carmelo, señalándola como modelo de oración, de contemplación y de dedicación a Dios. María, en efecto, antes y de modo insuperable, creyó y experimentó que Jesús, Verbo encarnado, es el culmen, la cumbre del encuentro del hombre con Dios. Acogiendo plenamente la Palabra, «llegó felizmente a la santa montaña» (Oración de la colecta de la Memoria), y vive para siempre, en alma y cuerpo, con el Señor. A la Reina del Monte Carmelo deseo hoy confiar todas las comunidades de vida contemplativa esparcidas por el mundo, de manera especial las de la Orden Carmelitana, entre las que recuerdo el monasterio de Quart, no muy lejano de aquí [Valle de Aosta]. Que María ayude a cada cristiano a encontrar a Dios en el silencio de la oración.

La estrella del Mar y los Carmelitas

Los marineros, antes de la edad de la electrónica, dependían de las estrellas para marcar su rumbo en el inmenso océano. De aquí la analogía con La Virgen María quien como, estrella del mar, nos guía por las aguas difíciles de la vida hacia el puerto seguro que es Cristo.

Por la invasión de los sarracenos, los Carmelitas se vieron obligados a abandonar el Monte Carmelo. Una antigua tradición nos dice que antes de partir se les apareció la Virgen mientras cantaban el Salve Regina y ella prometió ser para ellos su Estrella del Mar. Por ese bello nombre conocían también a la Virgen porque el Monte Carmelo se alza como una estrella junto al mar.

Los Carmelitas y la devoción a la Virgen del Carmen se difunden por el mundo

La Virgen Inmaculada, Estrella del Mar, es la Virgen del Carmen, es decir a la que desde tiempos remotos se venera en el Carmelo. Ella acompañó a los Carmelitas a medida que la orden se propagó por el mundo. A los Carmelitas se les conoce por su devoción a la Madre de Dios, ya que en ella ven el cumplimiento del ideal de Elías. Incluso se le llamó: "Los hermanos de Nuestra Señora del Monte Carmelo". En su profesión religiosa se consagraban a Dios y a María, y tomaban el hábito en honor ella, como un recordatorio de que sus vidas le pertenecían a ella, y por ella, a Cristo.

La devoción a la Virgen del Carmen se propagó particularmente en los lugares donde los carmelitas se establecieron.

España
Entre los lugares en que se venera en España la Virgen de España como patrona está Beniaján, Murcia. Vea ahí mas imágenes.

América
Es patrona de Chile; en el Ecuador es reina de la región de Cuenca y del Azuay, recibiendo la coronación pontificia el 16 de Julio del 2002. En la iglesia del monasterio de la Asunción en Cuenca se venera hace más de 300 años. Es además venerada por muchos en todo el continente
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Fuente: Corazones.org