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Cualidades de la Confesión



 
Queridos hermanos, la confesión tiene sus cualidades. La confesión sacramental no es como si se relatara una historia con el fin de entretener, es una acusación que se hace de los pecados cometidos; el penitente se acusa con dolor de contrición.

Enumeramos las cualidades: ya que es una acusación, ésta da de ser entera y humilde. El que se acusa para alcanzar el perdón debe acusarse de todo el mal cometido y mostrar el pesar por ellas. Estas dos condiciones reclaman otras tres: sinceridad, sencillez y prudencia.

La confesión debe ser entera.

Para ellos el penitente se acusará la especie del pecado, número de ellos y las circunstancias agravantes del pecado.

Debe declarar la especie del pecado, es decir, que no basta decir en general: he pecado, he ofendido  mucho a Dios, sino que se debe decir en particular en qué se ha cometido un robo, una blasfemia, una murmuración. En segundo lugar se debe expresar el número, es decir, cuántas veces se ha caído en cada especie de pecado. Esto es del todo necesario para el juicio que debe formarse el confesor; porque es que ha cometido muchas veces un pecado, es mucho más culpable que aquel que no lo ha hecho sino rara vez.

En tercer lugar se deben decir las circunstancias que han rodeado al pecado. Por ejemplo, un hurto en  un lugar sagrado supone ya un sacrilegio, no un simple robo.

La confesión debe ser humilde.

La acusación de los pecados debe ser dolor, vergüenza. Se acusa falta de humildad cuando se escusa de los pecados, cuando no acepta los consejos del confesor o los discute; o bien, cuando se acusa con indiferencia sin ver la gravedad de los pecados o faltas, cuando se avergüenza de confesar determinados pecados.

La confesión debe ser sencilla y sincera.

Para empezar, hay que  evitar decir cosas inútiles y superfluas. El penitente debe descubrir al confesor el estado de su conciencia, sin entretenerse en otras cosas que alejen de la confesión de los pecados. Hay que evitar los razonamientos inútiles que alargan inútilmente la confesión.
Debe ser sincera, es decir, no se debe ni disminuir ni exagera los pecados, sino decir las cosa tales cuales son, y como Dios mismo las conoce. La confesión debe hacerse sin mentir.

La confesión debe ser prudente.

Es decir, se deben declarar los pecados en términos decorosos, y no decir sin necesidad los ajenos. El penitente está obligado a mirar por la fama y honra de su prójimo, al ocuparse de sus propias faltas, sin descubrir las de otro; porque obrar de otro modo es pecar contra la caridad.

La mujer de Jeroboam fue a visitar al profeta Ajias e intentó pasarse por otra persona. El profeta le contestó. ¿Por qué te finges otra? (1 Reyes 14, 6). Si los sacerdotes estuviésemos iluminados por la luz divina, ¿no podríamos decir como el profeta Ajías?: ¿Por qué te disfrazas? ¿Por qué ocultas o disimulas tu pecado? ¿Por qué quieres parecer otro distinto al que en realidad eres? ¿A quién quieres engañar? ¿Dios o a su ministro?

Queridos hermanos, es necesario confesar todos los pecados con todas sus circunstancias, y con las cualidades de la confesión dichas anteriormente, con espíritu recto y un corazón contrito que anhela el perdón de sus culpas.

Aquel pecador tras la confesión tomó la firme y decidida resolución de no volver jamás a desconfiar de Dios y a no ofenderle más; y el confesor de predicar con frecuencia y vehemencia las misericordias infinitas del Señor hacia el pecador que vuelve a Él por la penitencia.

Hagamos lo mismo tú y un servidor.

Ave María Purísima.

Por: Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa/www.adelantelafe.com

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