Sé mi guía, sé mi senda de llegada al Reino. Toca con tu suave mirada mi duro corazón
Jesús, elevado en la Cruz, nos regaló una Madre
para toda la eternidad. Juan, el Discípulo amado, nos representó a todos
nosotros en ese momento y luego se llevó a María con él, para cuidarla por los
años que restaron hasta su Asunción al Cielo.
María se transformó así no sólo en tu Madre, sino
también en la Madre de nuestra propia madre terrenal, de nuestro padre, hijos,
de nuestros hermanos, amigos, enemigos, ¡de todos!
Una Madre perfecta, colocada por Dios en un sitial
muchísimo más alto que el de cualquier otro fruto de la Creación. María es la
mayor joya colocada en el alhajero de la Santísima Trinidad, la esperanza
puesta en nosotros como punto máximo de la Creación. La criatura perfecta que
se eleva sobre todas nuestras debilidades y tendencias mundanas. ¡Por eso es
nuestra Madre!
La Reina del Cielo es también el punto de unión
entre la Divinidad de Dios y nuestra herencia de realeza. Nuestro legado
proviene del primer paraíso, cuando como hijos auténticos del Rey Creador
poseíamos pleno derecho a reinar sobre el fruto de la creación, la cual nos
obedecía. Perdido ese derecho por la culpa original, obtuvimos como Embajadora
a una criatura como nosotros, elevada al sitial de ser la Madre del propio Hijo
de Dios.
¡Y Dios la hace Reina del Cielo, y de la tierra
también!. Allí se esconde el misterio de María como la nueva Arca que nos
llevará nuevamente al Palacio, a adorar el Trono del Dios Trino. María es el
punto de unión entre Dios y nosotros. Por eso Ella es Embajadora, Abogada,
Intercesora, Mediadora. ¿Quién mejor que Ella para comprendernos y pedir por
nuestras almas a Su Hijo, el Justo Juez?. María es la prueba del infinito amor
de Dios por nosotros: Dios la coloca a Ella para defendernos, sabiendo que de
este modo tendremos muchas más oportunidades de salvarnos, contando con la
Abogada más amorosa y misericordiosa que pueda jamás haber existido. ¿Somos
realmente conscientes del regalo que nos hace Dios al darnos una Madre como
Ella, que además es nuestra defensora ante Su Trono?
Si tuvieras que elegir a alguien para que te
defienda en una causa difícil, una causa en la que te va la vida. ¿A quién
elegirías?
Dios ya ha hecho la elección por ti, y vaya si ha
elegido bien: tu propia Madre es Reina y Abogada, Mediadora e Intercesora.
¿Qué le pedirías a Ella, entonces?
Reina del Cielo, sé mi guía, sé mi senda de llegada
al Reino. Toca con tu suave mirada mi duro corazón, llena de esperanza mis días
de oscuridad y permite que vea en ti el reflejo del fruto de tu vientre, Jesús.
No dejes que Tus ojos se aparten de mí, y haz que los míos te busquen siempre a
ti, ahora y en la hora de mi muerte.
Fuente: Catholic.net
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