Como es necesaria el agua
para lavar las manchas, así es necesaria la confesión para lavar y quitar los
pecados. Así lo ha establecido Dios, y desde el momento que ha creído obrar de
este modo, a nosotros no nos toca sino obedecer. Por otra parte, ¿qué otro
remedio se puede haber escogido más fácil? Ninguno. Pongamos, por ejemplo, que
por cada pecado hubiera ordenado que se diera una gran limosna, ¿a cuántos no
les parecería gravosa y hasta imposible?... Supongamos que hubiese establecido
un ayuno, ¿cuántos no podrían o no querrían ayunar?... Imaginemos que hubiese
mandado una larga peregrinación, ¿cuántos, aún con la mejor voluntad, no
podrían cumplirla? Más nada de todo eso. Cualquiera que sea el pecado, por
cualquier número de veces que lo hubiese cometido, basta que con verdadero
arrepentimiento y propósito de enmienda se confiese con un ministro suyo, que
el pecador puede elegir libremente, del modo más secreto, todo queda perdonado.
Dime: si las leyes humanas y civiles hicieran lo mismo, si bastara presentarse
al juez y confesar su delito para obtener el perdón, ¿habría cárceles y
galeras?
Confiésate bien con
frecuencia, cada vez que lo requieras. La Confesión habitual es el camino para
la salvación.
Fuente: www.catolicidad.com
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