La Tradición es la palabra de Dios no escrita, sino
transmitida de viva voz por los apóstoles y que ha llegado hasta nosotros por
la enseñanza de los Pastores de la Iglesia.
La Sagrada Escritura no es el único depósito de
revelación cristiana. Los apóstoles no escribieron todas las verdades que
habían aprendido de boca de su divino Maestro. Muchas hay que enseñaron de viva
voz a los primeros obispos, y éstos, a su vez, las transmitieron a sus
sucesores.
Llámase Tradición, ya el conjunto de estas verdades
así transmitidas, tradición objetiva; ya el órgano de transmisión de estas
verdades, tradición subjetiva.
El órgano de la transmisión de las verdades no
escritas no es otro que el magisterio de la Iglesia.
I. Los apóstoles no escribieron toda la doctrina de
Jesucristo.
a) La predicación era el medio indicado por
Jesucristo mismo para la propagación del Evangelio. Los apóstoles no habían
recibido la misión de ESCRIBIR la doctrina de Jesucristo, sino la de PREDICARLA
a todo el universo. Ni siquiera escribieron un resumen sucinto de la doctrina
cristiana: su símbolo fue enseñado de viva voz y recitado de memoria hasta el
siglo VI. Por eso hacen depender la fe, no de la lectura de la Biblia, sino de
la audición de la palabra de Dios: Fides ex auditu, auditus autem per verbum
Dei. (San Pablo.)
b) Sin embargo, algunos apóstoles escribieron una
parte de las enseñanzas del divino Maestro; pero no nos presentan sus escritos
como un cuerpo completo de la doctrina cristiana. Los evangelistas no relatan
sino algunas enseñanzas de Jesucristo y los hechos principales de su vida; los
autores de las Epístolas se limitan a explicar ciertos puntos de dogma o de
moral.
San Lucas nos dice que Jesucristo, después de su
resurrección, pasó cuarenta días con sus apóstoles, dándoles instrucciones
sobre el reino de Dios, es decir, sobre su Iglesia, y el Evangelio no dice ni
una palabra de estas instrucciones.
San Juan, el último de los evangelistas, hace esta notable
advertencia: "Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, que si se
escribiesen una por una ni aún en el mundo pienso que cabrían los libros que se
habrían de escribir" (*) .
c) Por lo demás, la existencia de la Tradición, está
probada por el uso mismo de aquellos que la rechazan. Los PROTESTANTES aceptan
la inspiración divina de la Biblia, la substitución del domingo al sábado, el
bautismo de los niños, etc. Pero estas verdades y prácticas no son conocidas
sino por tradición: los Libros Santos no hablan de ellas. La palabra de Dios no
está, pues, contenida exclusivamente en la Biblia.
Entre las verdades que no son conocidas, sino por
Tradición se pueden citar la inspiración de los Libros del Antiguo y del Nuevo
Testamento, la designación de los Libros canónicos, el número exacto de los
Sacramentos, la obligación de bautizar a los niños antes del uso de razón, la
de santificar el domingo en vez del sábado, la validez del bautismo conferido
por los herejes, el culto de los Santos y de las Reliquias, la doctrina de
acerca de las indulgencias, la Asunción de María Santísima en cuerpo y alma al
cielo, etc. De este modo la Tradición completa y explica las Sagradas
Escrituras.
II. ¿Dónde se encuentran consignadas las enseñanzas
de la Tradición?
Las verdades enseñadas oralmente por los apóstoles
fueron escritas más tarde y transmitidas por los diversos medios de que se vale
la Iglesia para manifestar sus creencias.
La Tradición apostólica fue consignada sucesivamente
en los símbolos, en los decretos de los Concilios, en los escritos de los
Santos Padres y Doctores de la Iglesia, en los libros litúrgicos, en las Actas
de los mártires y en los monumentos del arte cristiano.
a) Símbolos. Los símbolos (o credos) de los
apóstoles, de Nicea, de san Atanasio, demuestran el origen apostólico de los
dogmas que contienen.
b) Concilios. Los Concilios generales son la voz de
la Iglesia universal. Todos han basado sus decisiones sobre la enseñanza
anterior y, particularmente, sobre la de los primeros siglos. Su doctrina no
puede diferir de la de los apóstoles.
c) Escritos de los Santos Padres. Los escritos de
los Santos Padres son el gran canal de la Tradición divina. Llámanse Padres de
la Iglesia los escritores eclesiásticos de los primeros siglos, reconocidos
como testimonios de la Tradición. Para tener derecho a este título se requieren
cuatro condiciones: una doctrina eminente, una santidad notable, una remota
antigüedad y el testimonio de la Iglesia.
Los primeros Padres que han consignado por escrito
las Tradiciones apostólicas son: san Clemente de Roma, el año 100. San Ignacio
de Antioquía, martirizado el año 107. San Policarpo, mártir (166). San Justino,
filósofo y mártir (166). San Ireneo, obispo de Lión (202). San Clemente de
Alejandría (217), etc.
Sus contemporáneos, Tertuliano, Orígenes, Eusebio,
etc. no son más que escritores eclesiásticos, porque su santidad no fue
comprobada. Si, a veces, se les da el nombre de Padres, es debido a su
antigüedad y al brillo de su doctrina.
* Los Padres de la Iglesia se dividen en dos
categorías:
Padres griegos y Padres latinos.
** Los principales Padres griegos son:
San Atanasio, patriarca de Alejandría (296-373). San
Basilio, arzobispo de Cesárea (329-379). San Gregorio, arzobispo de Nacianzo
(329-389). San Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla (347-407).
**Los principales Padres latinos son:
San Ambrosio, arzobispo de Milán (340-397). San
Hilario, obispo de Poitiers, muerto en 367. San Jerónimo, presbítero, traductor
de la Biblia (346-420). San Agustín, obispo de Hipona (358-430). San Gregorio
Magno, Papa (543-604).
Los Padres pueden ser considerados como testigos de
la Tradición y como doctores de la Iglesia. Como testigos poseen una autoridad
especial. Cuando todos, y aún cuando varios, presentan una doctrina como perteneciente
a la Tradición apostólica, merecen el asentimiento de nuestra fe. Y, a la
verdad, es imposible que autores de diversos países, de diversas
nacionalidades, de diversos siglos, se hayan puesto de acuerdo para consignar
en sus obras las mismas creencias, si no las hubieran recibido de la Tradición
apostólica.
Cuando los Santos Padres hablan simplemente como
doctores, exponiendo sus ideas propias o tratando de probar la doctrina
cristiana, merecen un gran respeto, pero no un asentimiento incondicional, porque
su enseñanza no se identifica con la de la Iglesia.
d) Doctores de la Iglesia. Entre los Padres, los más
ilustres por su doctrina y por los servicios prestados a la ciencia sagrada,
llevan el título de doctores.
La Iglesia confiere también este título a ciertos
escritores eminentes en santidad y en doctrina, que no pueden ser enumerados
entre los Padres por haber vivido en época demasiado apartada de los tiempos
apostólicos. Los más sabios son: santo Tomás de Aquino, san Buenaventura, san
Alfonso María de Ligorio, san Francisco de Sales, etc.
e) Libros litúrgicos. Las verdades enseñadas por los
apóstoles hállanse también en los libros litúrgicos. El Misal, el Pontifical,
el Ritual, el Breviario, etc, contienen las oraciones, las ceremonias en uso
para el Santo Sacrificio, la administración de los Sacramentos, la celebración
de las fiestas. Estos libros, que datan de los primeros siglos, tienen suma
importancia, por ser testimonio, no de opinión de algunos hombres, sino de la
fe de toda la Iglesia.
f) Actas de los mártires. Estas Actas, al darnos a
conocer las verdades que los mártires sellaron con su sangre, nos brindan
pruebas incontestables de la fe primitiva de la Iglesia.
g) Monumentos públicos. Las inscripciones, grabadas
en los sepulcros o en los monumentos públicos, atestiguan la creencia de los
primeros cristianos acerca del bautismo de los niños, la invocación de los
Santos, el culto de las imágenes y de las reliquias, la oración por los
difuntos, etc. Así los confesionarios hallados en las Catacumbas de Roma
prueban la divina institución de la confesión sacramental. Estos testimonios
tienen tanto mayor valor cuanto que su antigüedad no puede ser puesta en duda.
III. Autoridad de la Tradición.
¿Tiene la Tradición la misma autoridad que la
Sagrada Escritura? Si; la Tradición posee la misma autoridad, porque es
igualmente la palabra de Dios. Y con razón, pues consiste en las verdades que
Dios ha revelado y que nos conserva mediante la enseñanza infalible de la Iglesia.
Por eso el Concilio de Trento "recibe con igual
respeto y amor TODOS LOS LIBROS del Antiguo y del Nuevo Testamento, cuyo autor
es Dios, y TODAS LAS TRADICIONES que se refieren a la fe y a las costumbres,
como dictadas por boca de Jesucristo o por el Espíritu Santo y conservadas
constantemente en la Iglesia católica".
"Fácil cosa es distinguir, por medio de las
siguientes reglas, las Tradiciones divinas de las que tienen un origen
puramente humano:
a) Toda doctrina no contenida en la Escritura y
admitida como fe por la Iglesia, pertenece a la Tradición divina. Según esta
regla, reconocemos como inspirados por Dios todos los libros canónicos.
b) Toda costumbre de la Iglesia que se encuentra en
todos los siglos pasados, sin que pueda atribuir su institución a ningún
Concilio ni a ningún Papa, debe ser considerada como instituida por los
apóstoles. De acuerdo con esta regla, consideramos como de institución
apostólica el ayuno cuaresmal, la señal de la cruz, etc.
c) El consentimiento unánime, o casi unánime, de los
Padres acerca de un dogma o de una ley de la que no se habla en la Sagrada
Escritura, es una señal infalible de que este dogma o esta ley pertenecen a la
Tradición divina y de que los apóstoles la han enseñado después de haberla
aprendido de Jesucristo".
Autor: P. A. Hillaire. De su obra La Religión
Demostrada