María ama a la juventud,
y por lo tanto ama y bendice mucho a quienes se dedican a hacer bien a los
jóvenes.
Porque Ella es Madre, y
las madres se preocupan más por los hijos más pequeños que por los adultos,
porque los pequeños son más inocentes; porque los jóvenes están en mayor
peligro de ser engañados y ser llevados hacia los vicios.
Además los jovencitos le
representan más a lo vivo a Jesús que pasó su infancia y juventud bajo sus ojos
maternales.
Sabiendo pues que la
Madre de Dios os ama tanto, escuchad con atención lo que os voy a decir: Si
queremos gracias y favores recurramos a María, recemos a María; pero para que
Ella interceda por nosotros es necesario demostrarle nuestra verdadera devoción
en tres cosas: Primera evitar a toda el pecado y procura mantenerlo alejado
siempre de nosotros. Nada hay que nos pueda hacer más daño y que disguste más a
Nuestra Señora y a su Santísimo Hijo, que el pecado. Una vez había un joven que
ofrecía a la Virgen oraciones, obras buenas y limosnas, y una noche vio en un
sueño que la Virgen Santísima se le aparecía y le presentaba una bandeja con
las más bellas y atrayentes frutas: manzanas, uvas, peras, etc.; pero todas
cubiertas con el sucio trapo con el que se había limpiado las llagas un
enfermo. La Virgen decía: “recibe estas frutas y come”. Pero el joven le
contestó: “Señora las frutas son muy hermosas, pero el trapo con que están
cubiertas es tan asqueroso, que no me atrevo a recibir estas frutas porque me
vomitaría”. Entonces la Reina del Cielo le respondió: “Así son las ofrendas y
oraciones que tú me ofreces: muy bellas y atrayentes, pero vienen todas
cubiertas con un trapo horrible: esos pecados que sigues cometiendo y que no
quieres dejar de cometer”. Al día siguiente el joven se despertó muy preocupado
por este sueño, pero desde ese mismo día dejó las ocasiones de pecar y abandonó
definitivamente esos pecados que tan antipática hacían su vida ante Nuestro
Señor.
La segunda condición para
que nuestra devoción a la Virgen sea verdadera es imitarla en sus virtudes,
especialmente en su gran caridad y en su gran pureza. Una devoción a María que
no consiga un mejoramiento en nuestra vida no es verdadera devoción. Si rezamos
a la Virgen y seguimos en nuestros pecados como antes, puede ser que nuestra
devoción sea falsa. El verdadero devoto de Nuestra Señora la imita a Ella en su
amor al prójimo. María, dice la Biblia, “fue corriendo a ayudar a Isabel”, fue
corriendo porque los favores hay que hacerlos pronto sin hacerse de rogar. Las
personas más devotas de María son siempre las que tratan con más caridad y
generosidad a los demás.
Y hay una tercera
condición para que nuestra devoción a la Reina Celestial sea verdadera:
demostrarle con acciones externas, pequeñas pero frecuentes, el gran amor que
le tenemos. Por ejemplo: llevar siempre su medalla y besar esa imagen de la
Virgen al levantarse o al acostarse. Tener su estampa en el pupitre o mesa de
trabajo para acordarse de Ella e invocarla. Colocar un bello cuadro de la Madre
de Dios en nuestra habitación, adornar las imágenes de la Virgen en el mes de
mayo. Ofrecer por Ella alguna pequeña mortificación o alguna buena obra o una
pequeña limosna los sábados o las fiestas marianas. Narrar a otros los favores
que María Auxiliadora ha hecho a sus devotos. La genuina devoción a la Virgen
es prendediza, es contagiosa. Los que la aman le prenden a otros esta devoción.
Repartir estampas o imágenes de Nuestra Señora, etc. Ella nos dice: “Si tú
haces algo por mí: yo haré mucho por ti”.
Recordad siempre: en toda
ocasión, en toda angustia, en toda necesidad hay que recurrir a María. Ella
puede lo mismo que puede Dios, aunque lo puede de distinta manera. Dios cuando
quiere algo lo hace. Y María cuando quiere algo le pide a su Hijo que es Dios,
y Jesucristo que es el mejor Hijo del mundo, y que en el cielo sigue teniendo
las mismas cualidades de buen hijo que tenía en la tierra, nada le niega a su
Amadísima Madre. Por eso recurrir a María es señal segura de obtener (si es
realmente para nuestro bien) todo lo que necesitamos.
Estad seguros que todas
las gracias que pidáis a esta Buena Madre os serán concedidas. Pero hay tres
gracias que os recomiendo pedirle a Ella todos los días, sin cansaros nunca de
pedirle porque son importantísimas para vuestra salvación: 1ra. Evitar siempre
el pecado mortal y conservar la gracia de Dios. 2da. Huir siempre de toda
amistad dañosa para el alma. 3ra. Conservar siempre la bella virtud de la
castidad. Para obtener estas tres gracias yo he recomendado muchas veces una
novena... Demostradle también vuestro amor llevando una vida santa, una
conducta excelente.
Y termino con un consejo
que es un secreto para obtener éxitos: Cuando necesitéis alguna gracia decid
muchas veces: “María Auxiliadora, rogad por nosotros”. Decidlo cuando vais por
la calle, cuando subís las escaleras o estáis en el patio. Decidlo en la clase,
en el dormitorio, por la mañana, por la noche, siempre. Cuando os vengan a
visitar, o cuando escribáis a vuestros familiares decidles: “Don Bosco os
asegura que si necesitáis alguna gracia digáis muchas veces “María Auxiliadora,
rogad por nosotros” y que seréis escuchados”. Y que si alguno dice muchas veces
por fe esta oración y la Virgen Poderosa no lo ayuda, me comuniquen a mí esta
noticia, y yo inmediatamente escribiré a San Bernardo en el cielo reclamándole
que él cometió un grandísimo error cuando nos enseñó aquella oración que dice:
“Acuérdate Oh Madre Santa, que jamás se oyó decir, que alguno te haya invocado,
sin tu auxilio recibir…” Sí, le escribiré una carta muy fuerte a ese Santo
pidiéndole explicaciones. Pero estad seguros de que no necesitaré escribir esta
carta. Bromas aparte, grabad en vuestra memoria esta bella oración: “María
Auxiliadora, rogad por nosotros”. Para repetirla en todas las tentaciones, en
todos los peligros, en toda necesidad y siempre. Mirad hace cuarenta años que
vengo repitiendo a la gente que invoque a la Madre de Dios y que Ella los
ayudará y les digo que si alguno reza a la Virgen y Ella no lo ayuda venga y me
avise.
Pero hasta ahora ni uno
solo ha venido a decirme que perdió su tiempo rezándole a Nuestra Señora. El
mismo demonio ha tenido que retirarse, y ha fracasado cuando las personas
empiezan a ser devotas de la Madre Celestial y ha llegado a no poder hacerles
cometer pecado mortal.
Así como los latidos del
corazón son señal de la vida, así el invocar frecuentemente a María Santísima
es señal segura de salvación.
Fuente: www.catolicidad.com
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