En este
tiempo está en la dulce espera y nosotros como sus hijos debemos también
acompañarla.
Un
cordial saludo queridos hermanos y hermanas en Cristo el Señor, me es muy grato
contemplar y escribir unas líneas que nos ayuden a conocer mejor, y amar con
más intensidad y a imitar con mayor fidelidad a nuestra Madre la Santísima
Virgen María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, en este bello tiempo que
estamos por iniciar como lo es el Adviento.
Por lo
tanto echemos un vistazo a lo que el Concilio Vaticano II nos enseña: “María,
hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús, y
abrazando la voluntad salvífica de Dios con generoso corazón y sin el
impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual esclava
del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la
Redención con Él y bajo Él, por la gracia de Dios omnipotente” (LG 56).
Es por
eso que tenemos que tener muy en claro este bello acontecimiento de que María
concibe al Mesías por obra del Espíritu Santo y lo espera con inefable amor de
Madre. Ella en este designo amoroso se convierte en “la tienda de la nueva
alianza”. Sin duda alguna María nos muestra en concreto en qué consiste la
acogida de Dios: “Hágase en mí según tu Palabra”; “Feliz tú que has creído”. El
Padre de las Misericordias quiso que precediera a la encarnación la aceptación
de parte de la Madre predestinada, para que, así como la mujer contribuyó a la
muerte, así también contribuyera a la vida” (LG 56). María no se echó atrás,
sino que dijo SÍ a Dios, ante esto cabe hacernos la pregunta: ¿Cuántas veces
nosotros hemos dicho sí a algo y a la mera hora cambiamos de parecer?,
¿será que nos gana el miedo y no confiamos en Dios? Hoy estamos llamados a
confiar como María.
De esta
manera queridos hermanos, la voluntad de María se dirige siempre a lo esencial:
busca siempre a Dios y lo elige como principal interlocutor suyo. Cuando María
entraba en su corazón, encontraba a Dios que la habita y la explica. Esta
referencia habitual de María a Dios no es fácil en lo cotidiano de la vida,
sino que requiere el despojo total de sí misma y una independencia perfecta
ante el juicio de los demás siempre que esté en causa la gloria de Dios, por
eso en este tiempo que estamos por iniciar, déjate habitar por Dios, déjate
renovar por su amor.
Es por
eso que en este tiempo de espera, que es el Adviento, recordamos a la Santísima
Virgen de formas muy particulares a saber:
La Inmaculada
Concepción, cuya Solemnidad fue establecida el 8 de diciembre de 1854 por
el Papa Pío IX con el dogma que dice así: «Para honor de la santa e indivisa
Trinidad, para gloria y honor de la Virgen Madre de Dios, para exaltación de la
fe católica y acrecentamiento de la religión cristiana, con la autoridad de
nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con
la nuestra, declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene
que la beatísima virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa
original en el primer instante de su concepción por singular gracia y
privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús
Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser, por tanto, firme
y constantemente creída por todos los fieles» (Bula Ineffabilis Deus).
Santa
María de Guadalupe, cuya
solemnidad queda establecida el 12 de diciembre, esta aparición de María de la
cual san Juan Diego es testigo fiel y embajador de la señora del Cielo para dar
a conocer su mensaje al arzobispo de México Fray Juan de Zumárraga, este
acontecimiento quedó escrito en la obra del Nican Mopohua.
María es
la Señora del Adviento, pues en este tiempo está en la dulce espera y nosotros
como sus hijos debemos también acompañarla, ir preparando nuestros corazones,
nuestras vidas para recibir al Señor que ya viene para inundarnos con su
alegría y su paz.
Que en
este tiempo tratemos de imitar a María, seamos verdaderos oyentes de la Palabra
y con un espíritu lleno de fe y esperanza aclamemos juntos: Maranatha,
es decir Ven Señor Jesús.
Por: Juan
de Dios Castillo Encinas | Fuente: Catholic.net
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