“Siempre nos tenemos que preocupar de estas dos
cosas: ¿Cómo es mi vida interior? ¿Cómo es mi vida exterior? Mi vida interior,
como decía, tiene que ser al principio algo imperfecto, vacilante, como todo lo
que comienza; mi vida exterior en los principios es casi siempre una lucha
constante contra mis defectos, una purificación, un estar luchando a brazo
partido con mi carácter, con mi amor propio, con mi pereza... con todo eso que
es la triste herencia que recibí de Adán.
Y tengo que luchar tanto en lo que se refiere al
prójimo como en lo que se refiere a mí mismo. Por todas partes me tengo que
encontrar con luchas: ¿Tengo que hablar con una persona? luchas, porque allí
aparecen todos mis defectos y tengo que corregirlos; ¿Tengo que trabajar
conmigo mismo? También tengo luchas interiores, porque tengo que estar luchando
con mis defectos. Eso es lo que principalmente constituye mi vida exterior.
La vida interior también es penosa y difícil, porque
voy a Dios en medio de distracciones, apenas logro por un momento ponerme en
contacto con Él y después ya estoy en otra parte, y tengo que volver a mi alma
otra vez a los pies del Señor con esfuerzo; pero eso es mi vida interior, tenue
como la luz de la aurora, vacilante como los pasos de un niño, imperfecta como
todo lo que comienza, pero ya, ya me pongo en contacto con Dios, aun cuando sea
de una manera imperfectísima...
Para ponerme en contacto con Dios debo buscar medios
y métodos y sistemas y ciertas reglas ingeniosas. Y lo mismo en mi lucha en lo
exterior; no voy a luchar a lo tonto, repartiendo mandobles a derecha e
izquierda, sino saber a quién y cómo; tengo que luchar con cierta táctica; si
tengo diez o doce enemigos, no me voy a enfrentar con los doce al mismo
tiempo.
¿Por dónde comienzo? ¿A cuál venzo primero? Tendré
que elegir con quién voy a comenzar, y buscar y estudiar el modo de combatirlo
y sistematizar debidamente aquella lucha.
Y luego, en las demás etapas, ya que acabe de luchar
con éstos, me encuentro con otros; porque así sucede en el combate espiritual:
ya parece que está el campo limpio de enemigos y disfruto por unos momentos de
paz. Pero apenas me deja Nuestro Señor disfrutar de unos momentos de calma,
cuando debo comenzar de nuevo a luchar, porque se presentan nuevos enemigos y
nuevos desórdenes; no hay más remedio ¡a luchar otra vez!
Y se acabó aquella etapa de la vida espiritual y
vuelvo a encontrar el descanso. ‘Ahora sí, esto es definitivo’. Y nada, a poco
resultan otros nuevos enemigos. Porque dice la Escritura que la vida del hombre
sobre la tierra es una lucha constante (Job VII, 1; XIV, 1).”
Monseñor Luis
María Martínez ( + 1956), Arzobispo Primado de México, Espiritualidad de la
Cruz, Capítulo XXI.
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