Nos
regala la Santa Madre Iglesia el santo tiempo de la Cuaresma para que
-ejercitados en la oración, el ayuno y la limosna lleguemos a la conversión-
tengamos con Cristo la Pascua y pasemos del pecado a la Vida de la Gracia.
Tiempo oportuno para la meditación del misterio de la Cruz, para la mirada con
los ojos del alma del misterio de nuestra Salvación. Por esto te invito a que
juntos volvamos nuestra mirada hacia el monte Gólgota, hacia aquel Calvario en
el que se alzan tres cruces. En el centro Nuestro Señor, el Cordero Inocente
que paga con su vida y su sangre el rescate de la esclavitud tuya y mía del
pecado.
Cristo toma para sí «la muerte y muerte de cruz», afirma San Pablo, la más
terrible y degradante de todas las muertes, pues era la de aquellos que
cometían los más terribles delitos. Sin embargo, la asumió Él, el más inocente
de todos, cargando sobre sí nuestros pecados y nuestras culpas y pagando así el
precio de nuestra Salvación.
Él está allí, en medio de dos malhechores, «uno a su derecha, y el otro a su
izquierda» (Lc. XXIII, 33). Ellos, crucificados por sus culpas y delitos,
mientras Él por las tuyas y las mías. ¿Al ver a los tres, no puedes contemplar
al Señor y a nuestra propia imagen en los ladrones?, ¿nuestro pecado no nos
hace merecedor de la más dura pena?, ¿acaso no rezas en el Pésame «pésame por
el infierno que merecí»...?
En efecto, sabemos por experiencia propia y ajena, que en la vida se sufre, se
sube al Calvario. ¿Y cuál es nuestra actitud? Tú y yo somos crucificados.
¿Nuestra actitud será la de aquel ladrón que «blasfemaba» en contra de Cristo,
que le pedía que se baje de la cruz y que los bajará a ellos increpándolo como
si la misión del Mesías fuera para el tiempo «¿No eres acaso Tú el Cristo?»
?(Lc. XXIII, 39). ¿No te identificas en el momento del pecado con él, pues a
pesar de saberlo lo niegas y te zambulles en las cosas de esta tierra, en el
mundo y en tus pasiones? ¿Acaso no es en nuestra oración que muchas veces
buscamos sólo la salvación del aquí y ahora, olvidando la Salvación del alma?
Dime, lector amigo, ¿no es verdad que en este tiempo que nos ha tocado vivir ha
sido uno de los mayores tiempos donde se ha negado, más aún se desprecia, la
cruz de Cristo, aún en ambientes cristianos? Recuerdo que hace un tiempo me
contaron de un Sacerdote que al hacerse cargo de su Parroquia el único cambio
inmediato fue colocar un Crucifijo sobre el Altar, la reacción de un feligrés
fue «Mis hijos no irán a una Iglesia donde haya un Cristo crucificado», a lo
que acertadamente contestó el Sacerdote, entonces no irán a una Iglesia
verdaderamente Católica. Pues sólo en la Cruz de Cristo está la Salvación y en
ella la Iglesia, con Pablo, sólo se gloría.
¡Que distinto ha sido San Dimas, el buen ladrón! Contemplemos la escena junto a
San Lucas: «Contestando el otro lo reprendía y decía: ¿Ni aún temes tú a Dios,
estando en pleno suplicio? Y nosotros, con justicia; porque recibimos lo
merecido por lo que hemos hecho; pero Éste no hizo nada malo» (Lc. XXIII,
40-41). Nos detenemos brevemente, para ver en estas palabras notas
interesantes: 1- El temor de Dios. 2- De alguna manera el reconocimiento de la
inocencia del Señor. 3- Reconocimiento de su culpa y aceptación de su pena. 4-
El testimonio ante el otro ladrón a quien manda a callar.
Sigamos, pues: «Y dijo: Jesús acuérdate de mí, cuando llegues en tu reino» (Lc.
XXIII, 42). Dimas reconoce al Rey que está en el Madero, y, como ya dijimos,
sabiéndose indigno de alcanzar el Reino de Dios por sus propios méritos se
zambulle en la Misericordia de Dios pidiéndole a éste que tan sólo se acuerde
de él en su reino.
Misericordia Infinita y Gracia maravillosa que por su conversión y su fe
manifiesta aún en el momento en que Cristo era más despreciado y aparece, a los
ojos del mundo, vencido y derrotado, le toca escuchar aquellas dulces palabras
del Maestro y que le valieron el Cielo: «En verdad, te digo, hoy estarás
conmigo en el Paraíso» (Lc. XIII, 43).
Ojalá nosotros que no sabemos ni el día, ni la hora, vivamos siempre como si
nuestro final estuviese cerca, zambullidos en el Mar de su Misericordia, y así
podamos escuchar de Cristo las mismas palabras que el malhechor converso: «Hoy
estarás conmigo en el Paraíso
Fuente: www.catolicidad.com
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