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El significado de la Semana Santa




Importancia y aspectos a cuidar durante esta semana fundamental en la vida de todo católico

Ha terminado la cuaresma, el tiempo de conversión interior y de penitencia, ha llegado el momento de conmemorar la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Después de la entrada triunfal en Jerusalén, ahora nos toca asistir a la institución de la Eucaristía, orar junto al Señor en el Huerto de los Olivos y acompañarle por el doloroso camino que termina en la Cruz.

Durante la semana santa, las narraciones de la pasión renuevan los acontecimientos de aquellos días; los hechos dolorosos podrían mover nuestros sentimientos y hacernos olvidar que lo más importante es buscar aumentar nuestra fe y devoción en el Hijo de Dios.

La Liturgia dedica especial atención a esta semana, a la que también se le ha denominado “Semana Mayor” o “Semana Grande”, por la importancia que tiene para los cristianos el celebrar el misterio de la Redención de Cristo, quien por su infinita misericordia y amor al hombre, decide libremente tomar nuestro lugar y recibir el castigo merecido por nuestros pecados.

Para esta celebración, la Iglesia invita a todos los fieles al recogimiento interior, haciendo un alto en las labores cotidianas para contemplar detenidamente el misterio pascual, no con una actitud pasiva, sino con el corazón dispuesto a volver a Dios, con el ánimo de lograr un verdadero dolor de nuestros pecados y un sincero propósito de enmienda para corresponder a todas las gracias obtenidas por Jesucristo.

Para los cristianos la semana santa no es el recuerdo de un hecho histórico cualquiera, es la contemplación del amor de Dios que permite el sacrificio de su Hijo, el dolor de ver a Jesús crucificado, la esperanza de ver a Cristo que vuelve a la vida y el júbilo de su Resurrección.

En los inicios de la cristiandad ya se acostumbraba la visita de los santos lugares. Ante la imposibilidad que tiene la mayoría de los fieles para hacer esta peregrinación, cobra mayor importancia la participación en la liturgia para aumentar la esperanza de salvación en Cristo resucitado.

La Resurrección del Señor nos abre las puertas a la vida eterna, su triunfo sobre la muerte es la victoria definitiva sobre el pecado. Este hecho hace del domingo de Resurrección la celebración más importante de todo el año litúrgico.

Aún con la asistencia a las celebraciones podemos quedarnos en lo anecdótico, sin nada que nos motive a ser más congruentes con nuestra fe. Esta unidad de vida requiere la imitación del maestro, buscar parecernos más a Él.

Para nosotros no existen cosas extraordinarias, calumnias, disgustos, problemas familiares, dificultades económicas y todos los contratiempos que se nos presentan, servirán para identificarnos con el sufrimiento del Señor en la pasión, sin olvidar el perdón, la paciencia, la comprensión y la generosidad para con nuestros semejantes.

La muerte de Cristo nos invita a morir también, no físicamente, sino a luchar por alejar de nuestra alma la sensualidad, el egoísmo, la soberbia, la avaricia… la muerte del pecado para estar debidamente dispuestos a la vida de la gracia.

Resucitar en Cristo es volver de las tinieblas del pecado para vivir en la gracia divina. Ahí está el sacramento de la penitencia, el camino para revivir y reconciliarnos con Dios. Es la dignidad de hijos de Dios que Cristo alcanzó con la Resurrección.

Así, mediante la contemplación del misterio pascual y el concretar propósitos para vivir como verdaderos cristianos, la pasión, muerte y resurrección adquieren un sentido nuevo, profundo y trascendente, que nos llevará en un futuro a gozar de la presencia de Cristo resucitado por toda la eternidad.

Fuente: www.encuentra.com 

Reflexión Cuaresmal

Nos regala la Santa Madre Iglesia el santo tiempo de la Cuaresma para que -ejercitados en la oración, el ayuno y la limosna lleguemos a la conversión- tengamos con Cristo la Pascua y pasemos del pecado a la Vida de la Gracia.

Tiempo oportuno para la meditación del misterio de la Cruz, para la mirada con los ojos del alma del misterio de nuestra Salvación. Por esto te invito a que juntos volvamos nuestra mirada hacia el monte Gólgota, hacia aquel Calvario en el que se alzan tres cruces. En el centro Nuestro Señor, el Cordero Inocente que paga con su vida y su sangre el rescate de la esclavitud tuya y mía del pecado.

Cristo toma para sí «la muerte y muerte de cruz», afirma San Pablo, la más terrible y degradante de todas las muertes, pues era la de aquellos que cometían los más terribles delitos. Sin embargo, la asumió Él, el más inocente de todos, cargando sobre sí nuestros pecados y nuestras culpas y pagando así el precio de nuestra Salvación.

Él está allí, en medio de dos malhechores, «uno a su derecha, y el otro a su izquierda» (Lc. XXIII, 33). Ellos, crucificados por sus culpas y delitos, mientras Él por las tuyas y las mías. ¿Al ver a los tres, no puedes contemplar al Señor y a nuestra propia imagen en los ladrones?, ¿nuestro pecado no nos hace merecedor de la más dura pena?, ¿acaso no rezas en el Pésame «pésame por el infierno que merecí»...?

En efecto, sabemos por experiencia propia y ajena, que en la vida se sufre, se sube al Calvario. ¿Y cuál es nuestra actitud? Tú y yo somos crucificados. ¿Nuestra actitud será la de aquel ladrón que «blasfemaba» en contra de Cristo, que le pedía que se baje de la cruz y que los bajará a ellos increpándolo como si la misión del Mesías fuera para el tiempo «¿No eres acaso Tú el Cristo?» ?(Lc. XXIII, 39). ¿No te identificas en el momento del pecado con él, pues a pesar de saberlo lo niegas y te zambulles en las cosas de esta tierra, en el mundo y en tus pasiones? ¿Acaso no es en nuestra oración que muchas veces buscamos sólo la salvación del aquí y ahora, olvidando la Salvación del alma?

Dime, lector amigo, ¿no es verdad que en este tiempo que nos ha tocado vivir ha sido uno de los mayores tiempos donde se ha negado, más aún se desprecia, la cruz de Cristo, aún en ambientes cristianos? Recuerdo que hace un tiempo me contaron de un Sacerdote que al hacerse cargo de su Parroquia el único cambio inmediato fue colocar un Crucifijo sobre el Altar, la reacción de un feligrés fue «Mis hijos no irán a una Iglesia donde haya un Cristo crucificado», a lo que acertadamente contestó el Sacerdote, entonces no irán a una Iglesia verdaderamente Católica. Pues sólo en la Cruz de Cristo está la Salvación y en ella la Iglesia, con Pablo, sólo se gloría.

¡Que distinto ha sido San Dimas, el buen ladrón! Contemplemos la escena junto a San Lucas: «Contestando el otro lo reprendía y decía: ¿Ni aún temes tú a Dios, estando en pleno suplicio? Y nosotros, con justicia; porque recibimos lo merecido por lo que hemos hecho; pero Éste no hizo nada malo» (Lc. XXIII, 40-41). Nos detenemos brevemente, para ver en estas palabras notas interesantes: 1- El temor de Dios. 2- De alguna manera el reconocimiento de la inocencia del Señor. 3- Reconocimiento de su culpa y aceptación de su pena. 4- El testimonio ante el otro ladrón a quien manda a callar.

Sigamos, pues: «Y dijo: Jesús acuérdate de mí, cuando llegues en tu reino» (Lc. XXIII, 42). Dimas reconoce al Rey que está en el Madero, y, como ya dijimos, sabiéndose indigno de alcanzar el Reino de Dios por sus propios méritos se zambulle en la Misericordia de Dios pidiéndole a éste que tan sólo se acuerde de él en su reino.

Misericordia Infinita y Gracia maravillosa que por su conversión y su fe manifiesta aún en el momento en que Cristo era más despreciado y aparece, a los ojos del mundo, vencido y derrotado, le toca escuchar aquellas dulces palabras del Maestro y que le valieron el Cielo: «En verdad, te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc. XIII, 43).

Ojalá nosotros que no sabemos ni el día, ni la hora, vivamos siempre como si nuestro final estuviese cerca, zambullidos en el Mar de su Misericordia, y así podamos escuchar de Cristo las mismas palabras que el malhechor converso: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso

Fuente: www.catolicidad.com

10 consejos para descubrir tu vocación

Teniendo claro que Dios nos llama a ser santos ¿Cuás es mi camino para lograr esa meta?

Si estás leyendo esto es porque más de alguna vez te has hecho la pregunta: ¿Cuál es mi vocación? Hacerse esta pregunta significa que te has dado cuenta de que, Dios es tu Padre, te ama y quiere lo mejor para ti y tú, quieres seguirle. O pueda que no sepas mucho acerca de qué es la vocación, no tengas mayor idea o incluso… te de miedo este tema en la vida cristiana, puede que sea hasta un tema tabú. Sin embargo, si estás aquí es porque te ha ganado la curiosidad y has vencido un miedo al leer este texto. No te vayas, seguro Dios quiere decirte algo hoy.

¿En qué piensas cuando escuchas la palabra “vocación”? En efecto, normalmente pensamos en los sacerdotes, en los religiosos, en los consagrados, y ahí está el primer error, pensar que la vocación es solo para los que se consagran. Todos los cristianos tenemos una vocación, la santidad: “Él nos ha salvado y nos ha llamado para una vocación santa, no como premio a nuestros méritos, sino gratuitamente y por iniciativa propia. Esta llamada, que nos concedió en Cristo Jesús desde la eternidad.” (2º Carta a Timoteo 1, 9).
Teniendo claro que Dios nos llama a ser santos, ahí entendemos que ésta se puede vivir de diferentes maneras: vocación al matrimonio, vocación a la vida sacerdotal o vida consagrada, laicos consagrados. También entendemos que la vocación es (1) una llamada de parte de Dios y, al mismo tiempo, (2) una respuesta de amor a Dios para servirle hasta el final de nuestros días, sea cual sea la vocación a la que nos llama Dios.

“¿Qué quiere Dios de mí?” es una pregunta que le compete a todo cristiano.  Por eso, tanto si tienes claro lo que quieres, o si no tienes idea de a dónde te llama Dios, acá te dejo estos 10 consejos para encontrar una respuesta.

1. Asume tus dudas. Pueda que pienses que eres raro por cuestionarte cuál es tu vocación, pero no, no eres raro, eres un enamorado de Dios que quiere agradarle. No te recrimines si sientes que tienes dudas respecto a la vida vocacional. Al contrario, solo asumiendo tu realidad, podrás ser verdaderamente libre. ¡Alégrate, estás en el camino hacia el cielo!

2.  Pide ayuda, busca un director espiritual. Ante tanta confusión, ideas y sentimientos encontrados, es normal no hallar la salida. Es comprensible si te sientes confundido, indeciso… y es por eso que es muy recomendable que busques a un director espiritual, un sacerdote con el que hagas un acompañamiento espiritual. Es por ello que debes pedirle a Dios que ponga en tu camino un director espiritual que te ayude a descubrir cuál es tu vocación. Si ya tienes un director espiritual, dale gracias a Dios por ello. No dejes de rezar por él para que sea un canal limpio de la voz y amor de Dios para ti.

3.   ¡Manos a la obra y a rezar! Asumidas las dudas, junto con tu director espiritual debes empezar el camino llamado “discernimiento”, es decir, pedir un corazón dispuesto y un oído atento para descubrir cuál es la voluntad de Dios para tu vida. Mediante una vida sacramental sólida y una vida de oración constante, Dios te irá revelando cuáles son los pasos por dar. En estos momentos, la lectura de la Palabra es un elemento fundamental. Trata de tener una disciplina en tu vida de oración, porque así el corazón se pondrá en sintonía con la voz de Dios. Pide siempre prudencia para ver todo de acuerdo a la voluntad de Dios.

4.   ¡Alto, no corras! No hay por qué apresurarse. Quizá sonará duro lo que te diré, pero: la vocación debe elegirse por convicción, no por decepción. En este discernimiento, la virtud de la paciencia es importante y vital. San Ignacio de Loyola decía: “En tiempos de desolación, no hacer mudanza”. Por ende, si estás pasando quizá una decepción amorosa o una decepción por alguna figura de la Iglesia: detente, respira y pide iluminación a Dios. No tomes decisiones permanentes sobre sentimientos pasajeros.

5.  No dejes que tu historia familiar sea un obstáculo para encontrar tu llamado. Es aquí una de las razones más importantes de un acompañamiento espiritual. Quizá tu historia esté marcada por momentos difíciles a causa del matrimonio de tus padres o quizá tus padres no estén de acuerdo con la idea de que formes una familia basada en el matrimonio o estén en contra de los sacerdotes o religiosos… ¡No desfallezcas! Recuerda que este es un camino donde Dios te llama a seguirle, sea cual sea la vocación. Por eso, es normal encontrar obstáculos o heridas que sanar, pero si te dejas guiar por Dios, y tienes paciencia, Él te irá revelando que, a pesar de cualquier oposición o problema, con Él siempre encontrarás la felicidad.

6.    ¡No te quedes en lo abstracto! Descubrir la vocación que Dios tiene para ti, es un salto de fe, se debe confiar plenamente la vocación y la misión al Señor. No te estanques en el miedo, o en lo idealista… busca, habla. Si tu sientes que estás llamado a la vida consagrada/religiosa habla con sacerdotes y religios@s, que te compartan su carisma. Busca en internet los diferentes carismas existentes. Lo genial de nuestra Iglesia es que, ¡somos ricos en carismas! Si sientes que tu vocación es la vida matrimonial, busca ejemplos de matrimonios virtuosos tanto en la historia de la Iglesia como en la actualidad. Ni el matrimonio ni la vida consagrada es un juego, asegúrate de conocer bien los compromisos de cada vocación. La única manera de quitarte la curiosidad es visitar, ir a la vida real y cotidiana.

7.    ¡Fuera miedos! Sí, quizá es el paso más difícil, pero es el más necesario. Es normal tener miedo, es un gran paso el identificar cuál es tu vocación… pero de la mano de Dios, tu director espiritual y tu corazón dispuesto, las cosas irán cayendo por su propio peso. Desde el momento que te des cuenta que esto es un diálogo de amor entre Dios y tú, ¿por qué tener miedo? Es Dios, tu Padre que quiere salir a tu encuentro. No dudes en pedirle su Auxilio. Él sabe que somos miedosos, sabe cuánto nos puede costar hacerle esa pregunta: ¿A dónde me quieres, Señor? Pero no tengas miedo al compromiso. Este camino es de valientes y si estás aquí es porque Dios sabe que eres capaz de vivir la radicalidad del Amor. Recuerda lo que nos dice San Juan “No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor” (1 Jn 4, 18). No vivas en el miedo, vive en el Amor.

8.    No pierdas la paz. No desistas, el camino de discernimiento vocacional puede ser difícil y hasta un desierto, pero no olvides que Dios está contigo, camina a tu lado y te alimenta como a Elías cuando se rindió (1a Reyes 19, 7). Si ves que no avanzas en el camino, respira, “ten calma contigo mismo y mira a dónde vas”, como dice Martín Valverde. Recuerda a San Francisco de Sales: “Ten paciencia con todas las cosas, pero sobre todo contigo mismo”. ¡Ojo! Tampoco huyas de la decisión. Paciencia no es sinónimo de cobardía. (Sí, sé que es posible que dé un ataque de pánico… pero respira, Dios no se muda. Él te sigue esperando).

9.  Ampárate de María y los Santos. Como te he dicho, no eres el primero con estas preguntas, en Nuestra Iglesia podemos encontrar tantos ejemplos – matrimonios, sacerdotes, religiosas, laicos consagrados – que pasaron por este momento en el que tú te encuentras ahora. No estás solo. Pídele ayuda a nuestra Santa Madre, que te ayude a decir como ella “FIAT”: Hágase en mi según tu Palabra.

10. ¡Mírate al espejo! Sí, te recomiendo que busques el espejo más cercano y te digas:“Soy hijo de Dios y Dios me ama.” Él te conoce, Él te creó con amor y te llamó a la existencia para ser feliz y servirle en santidad. Mírate al espejo y descubre en ti los anhelos más profundos de tu corazón. Si sientes que no te conoces, pídele ayuda al Espíritu Santo para que te enseñe tu alma. Si sientes que te faltan las fuerzas o el valor para dar el paso definitivo, no tengas miedo. Él está contigo. Santa Teresita del niño Jesús dijo: “el buen Dios no puede inspirar deseos irrealizables, por eso puedo, a pesar de mi pequeñez, aspirar a la santidad”. Recuerda que la vocación no será solo para ti, sino para toda nuestra Iglesia. Eres importante para Dios y para la Iglesia. Así como eres, Dios te llama. Con tus dudas, con tus pecados, con tus debilidades, con tus fortalezas. Así, Así te quiere Dios.

Como dijo en una ocasión la Hermana Glenda: “Él te hará desear lo que Él te quiere regalar”. Ten paciencia, pídele con constancia y humildad que te revele sus planes de Amor para ti. Ponte en camino, Dios está enamorado de ti, te quiere en sus brazos y en su Sagrado Corazón. Y ese mismo Amor nos irá diciendo cuál es la vocación que nos llevará al cielo a su lado, para gloria de Él y para salvación del mundo.

Por: Karla Estrada Navarro | Fuente: PadreSam.com 

San José, el santo de la simplicidad, del sentido común, de la sencillez y del silencio


Celebremos el encuentro cariñoso, afectuoso y generoso de este hombre, que Dios llamó a vivir de una manera sencilla. 


José, como padre del recién nacido, le circuncida al octavo día y le impone el nombre de Jesús, que era un derecho inherente a la misión del padre.

José es quien transmite a Cristo su ascendencia y genealogía y con ello la descendencia de Abraham y la de David junto a las promesas del reino mesiánico y eterno. (cf Rm 1,3; 2 Tm 2,8; Ap 22,16).

Hablar o escribir sobre San José suele ser algo paradójico, ya que por un lado resulta ser algo muy simple, y por la misma simplicidad muchas veces se nos complica.

Pero San José es el santo de la simplicidad, el santo del sentido común, el santo de la sencillez, el santo del silencio. Y se podría seguir enumerando los calificativos de su santidad y todos sus atributos, y no se trata de hacer eso en esta pequeña meditación, sino que reflexionemos sobre la fiesta de San José y celebremos el encuentro cariñoso, afectuoso y generoso, de este hombre que Dios llamó a vivir de una manera sencilla y su respuesta total a la realización del proyecto de salvación de Dios.

Para hablar de San José, es necesario hablar del silencio, pues es el santo del silencio, porque desde ahí supo contemplar el misterio del plan de Dios y porque solo en el silencio se encuentra lo que se ama. Solo en el silencio amoroso es desde donde se puede contemplar el misterio más trascendente de la redención, de un Dios que por amor se ha hecho hombre como nosotros.

Bien podemos decir que San José es el santo modelo de la fe, porque supo esperar contra toda desesperanza, por la fe aceptó a María y por la fe aceptó ser padre en esta tierra de Jesús hecho niño.

Llama la atención que no escribió nada, no se tiene referencia que haya dicho algo, simplemente obedeció con gran docilidad. Siempre a la escucha de la voz de Dios, siempre dispuesto a obedecer a Dios, a pesar de que, más de una vez, las cosas que se le mandaban no eran fáciles de aceptar.

La simplicidad de vida, el sentido común vivido con amor, haciendo ordinarias las cosas más extraordinarias… y viviendo extraordinariamente lo ordinario, porque todo lo vivió en referencia al Padre.

Hoy que hemos avanzado en el conocimiento de las ciencias naturales o en las ciencias humanas, parece que hemos perdido el sentido común también en la vida espiritual y nos cuestionamos cómo hemos de vivir el Evangelio, como se puede tener certeza de que estoy obrando bien, y llegamos a reducir la vida del Evangelio con portarse bien… y nos olvidamos que lo importante es amar y como consecuencia del amor está el portarse bien.

Sentido común en la vida espiritual es vivir con docilidad la Voluntad del Padre, es vivir con corazón agradecido por las bendiciones que de Dios hemos recibido, es ser concientes de la misión personal que se nos ha encomendado y ser fieles a ese llamamiento.

Ser cristiano con sentido común, es vivir la fe sin buscar protagonismos, vivir nuestra esperanza con la confianza de las promesas que se nos han hecho y vivir cada instante de vida en el amor, sabedores que solo el amor hace eterno el instante.

Ser cristiano con sentido común, es vivir la simplicidad de vida con la madurez del realismo, que se traduce en esa conciencia de que se es capaz de amar y de ser amado. Para hacer de cada acción, de cada instante, el punto de llegada y el punto de partida de la realización de la promesa.

San José es Patrono de la Iglesia Universal porque a él se le encomendó el cuidado de Jesús hecho hombre y el cuidado de la Virgen María, y es patrono de todos los bautizados porque cuida desde el cielo por cada uno de nosotros que le hemos sido confiados.

Si bien es cierto que a Cristo se llega por María, por San José nos acercamos a contemplar el misterio de la Iglesia que a él se le ha encomendado.

Es la presencia de San José en la Iglesia de Dios, destacada por San Mateo, como varón justo, Esposo verdadero de María y Padre singular y virginal de Jesús.

Pío IX lo declaró Patrono de la Iglesia Universal el 8 de diciembre de 1870; aunque la fiesta fue suprimida más tarde. Actualmente le recordamos y celebramos el 19 de marzo.

Oración

¡Glorioso Patriarca San José!, animado de una gran confianza en vuestro gran valor, a Vos acudo para que seáis mi protector durante los días de mi destierro en este valle de lágrimas.

Vuestra altísima dignidad de Padre adoptivo de mi amante Jesús hace que nada se os niegue de cuanto pidáis en el cielo.

Sed mi abogado, especialmente en la hora de mi muerte, y alcanzadme la gracia de que mi alma, cuando se desprenda de la carne, vaya a descansar en las manos del Señor. Amén.

Por: P Idar Hidalgo | Fuente: Catholic.net 

Para encontrarnos con Jesús en la oración


Debemos dejarnos encontrar por Dios. Nuestro Dios Padre es paciente, siempre quiere nuestra conversión y comunión con el amor de su Hijo, que nos transforma en luz y sal del Evangelio. Él sale al encuentro de los que aún no le llaman Padre y cuando nos disponemos a su encuentro o reencuentro, el cielo se alegra. Estemos atentos a lo que nos tiene el Plan Pastoral para este año.

A través de la historia todos hemos sido dotados del espíritu y de la mente para percibir y conocer a Dios, sin embargo, los cristianos tenemos la bendición de conocerle a través de su Hijo Jesús, quien nos enseñó a llamarle Padre (Mateo 6, 9), a confiar en su misericordia y de compartirla. Él nos conoce por nuestro nombre y nuestro corazón (2 Corintios 2, 19), nos llama a participar y practicar su misericordia (Juan 6, 65) y dar buen testimonio. 

Nos encontramos con Jesús cuando oramos, escuchamos y vivimos su Palabra, hacemos la voluntad del Padre en los sacramentos, practicamos el bien y evitamos el mal, corregimos los errores, perdonamos y pedimos perdón. Algunas veces el encuentro es a través del santo testimonio de un hermano.  ¿Para quién seremos instrumento del encuentro con Jesús este año? 

Jesús sale a nuestro encuentro, como en el camino a Emaús, en los momentos tristes, de soledad, de aridez, de pereza, de tentación, igual en las alegrías como en las bodas de Caná, etc.  ¿Cuál es tu experiencia?  Es importante que nos esforcemos en cuidar nuestro templo interior donde hace presencia Cristo, quedándose en nosotros para irradiar su presencia. Tengamos en cuenta:

1. Silenciar el corazón y los oídos del alma: en la vida diaria escojamos pequeños momentos, ejemplo mientras nos transportamos, subimos escaleras o entramos en nuestra habitación, como dice en Mateo 6, 6, para nuestro encuentro con Dios.
2.  Ser consciente de la Omnipresencia de Dios:  Jesús está en todas partes, ¿estará de acuerdo o no, con lo que estoy haciendo ahora?
3.  Tener fe: El Señor nos da fe plena, libre, fuerte, alegre y activa para tener confianza de hijo.
4.  Invocar al Espíritu Santo para que nos dé la gracia diaria y continua.
5. Pedir al Señor que nos enseñe a orar (Lucas 11, 1).  Jesús es Maestro de oración. Tengamos una oración interior continua, rezando jaculatorias, actos de fe (Efesios 6,18).
6.  Querer estar en presencia de Dios, en las alegrías y en las pruebas.
7.  Dar gracias por todo.
8.  Pedir la intercesión de la Virgen María, Llena de Gracia, de San José, Sostén de las familias y de los Santos Ángeles, para que nos mantengamos fieles y perseveremos en este propósito.

Por: Jaynes Hernández Natera, Coordinadora Apostolado María Madre nos reconcilia con Cristo