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Historia de La Virgen De La Medalla Milagrosa

La historia nace en Francia en la capilla del convento de las hermanas de la Caridad, en 1830.
Catalina Labouré fue elegida por la Virgen María para que difundiera la Medalla Milagrosa.
Era una joven novicia de la Compañía de las Hijas de la Caridad. Siendo las virtudes de la Congregación: sencillez, humildad y caridad.
Las apariciones de la Virgen María a sor Catalina fueron 3:
La primera: la noche del 18 al 19 de julio de 1830.
La segunda: en la tarde del 27 de noviembre de 1830.
La tercera: en una tarde de diciembre de 1830
Estas apariciones sucedieron en la capilla del convento en París, Francia, en 1830.

Primera aparición.
El ángel custodio, despertó y guió a sor Catalina hacia la capilla, donde se encontró con la Virgen María, quien la nombró su embajadora para Gloria de Dios. La Virgen le habló de los males del mundo, de la renovación de las Hijas de la Caridad y de la Eucaristía, como fuente de todas las gracias. “Venid al pie del altar. Aquí se os darán todas las gracias si lo pedís con confianza”.

Segunda aparición.
Fue en la capilla de las hijas de la Caridad a las 17:30 horas mientras hacía meditación, juntamente con sus hermanas de la comunidad. La misma sor Catalina cuenta esta aparición: “En medio de un gran silencio, me pareció oír como el roce de un vestido de seda. Miré hacia el altar y vi a la Santísima Virgen, estaba parada y apoyaba sus pies sobre una esfera y aplastar la cabeza de una serpiente”. María triunfa sobre las fuerzas del mal. Aparecía vestida de blanco aurora y resplandeciente. Un velo blanco descendía desde la cabeza a los pies. El rostro aparecía descubierto y era de tal belleza que me sería imposible describirlo. En sus manos sostenía una esfera, coronada con una pequeña cruz. Catalina oyó: “este globo representa al mundo entero y a cada persona en particular”. En los dedos de la mano vi unos anillos revestidos de piedras preciosas, que despedían destellos de luz. Sus ojos estaban dirigidos a lo alto, en actitud de oración. El globo de las manos se desvaneció, y éstas se inclinaron hacia la tierra, en actitud maternal. Ella bajó sus ojos y quedó mirándome. Oí su voz que me decía: “os rayos de luz, simbolizan las gracias que derramo sobre las personas que me las piden con confianza”. La Virgen me hizo comprender con cuánta generosidad derrama sus gracias sobre los que oran; qué alegría siente concediéndoselas. Los rayos sin luz representan las almas que no rezan a la Virgen. Se formó un cuadro ovalado y rodeando a la santísima Virgen, vi escritas estas palabras con letras de oro: “¡OH MARÍA SIN PECADO CONCEBIDA, RUEGA POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A VOS!”. Un momento después, el cuadro dio media vuelta y vi la letra “M” y encima, apoyada en la letra M, la Cruz. Al pie de la letra M el corazón de Jesús coronado de espinas y el corazón de María, traspasado por una espada; y todo el contorno rodeado de doce estrellas. Son figura de los doce apóstoles y representan a la Iglesia, luz para el mundo. Pensaba en mi interior, si había que escribir también algo. Se me respondió: “bastante dicen la letra M y los dos corazones”. Oí una voz que me decía: “Haz acuñar una medalla según este modelo. Cuantas personas la lleven con confianza recibirán grandes gracias”.

Tercera aparición
En diciembre de 1830, durante la oración en la capilla a las 17:30 de la tarde, Catalina escuchó el suave roce de un vestido de seda. La santísima Virgen se presentó en el altar. Ella le dijo: “Ya no me verás más”. Fue la última aparición.

Catalina confió todo al Padre Aladel que era su confesor y guía espiritual. Y pasó el resto de su vida, 46 años más, al servicio humilde y silencioso de los pobres: ancianos del hospicio, miserables de barrios, heridos de las revoluciones y las guerras.

La Virgen María quiso entregar a sus hijos el escudo de la fe en la Medalla de la Inmaculada, que el pueblo ha bautizado con el nombre de “Medalla Milagrosa”, por los muchos milagros y conversiones que ha realizado.

“Propagad la Medalla”. Es la consigna de Santa Catalina mientras vivió.

En junio de 1832 empieza la distribución de las primeras medallas en París, autorizado por el Arzobispo de París Monseñor De Quelen.
Antes de terminar el siglo XIX se habían distribuido más de mil millones de medallas. La medalla de la Virgen se ha extendido en todos los continentes.
Esta es la única Medalla en el mundo, diseñada por la santísima Virgen María.

La Medalla Milagrosa llamada el “Evangelio de María”, contiene los dogmas de fe. 
Inmaculada Concepción: “Oh María sin pecado concebida rogad por nosotros que recurrimos a vos.”
Virginidad perpetua: por el velo blanco que vestía María desde la cabeza a los pies, recuerda el velo con que cubrían su cabeza, las mujeres vírgenes de la primera Iglesia.
Maternidad divina: la Cruz signo de Cristo y de su obra redentora, nace y se apoya en la letra M, primera letra del nombre de María, Madre, Mujer.
Asunción gloriosa: María sobre la esfera, aparece llena de belleza resplandeciente y Reina del Universo.
En la Medalla encontramos una invitación a la devoción del Corazón de Jesús y al Corazón de María. La Cruz es un punto fundamental en la Medalla.
Cruz: síntesis del evangelio de Jesús
Cruz: signo del misterio pascual, muerte y resurrección de Cristo.
Desde la cruz, Jesús nos da por madre a María.

Fuente: http://www.medallamilagrosacrl.com.ar

Los Talentos

¿Qué hacemos con nuestros dones?


No creo que la parábola de los talentos, (Mateo 25, 14-30; Lucas 19,11-28), se relacione con el mundo financiero. Ni creo que se preste a una utilización pedagógico-moral, en el sentido de que hay que negociar con los talentos, las capacidades, la inteligencia y la voluntad. Porque pienso que aquí no se trata de dones naturales y mucho menos de dones materiales. Mas bien me parece que Cristo se refiere a aquellas riquezas sobrenaturales que Él mismo nos ha dejado al irse. El oro, las riquezas son sus dones, sus gracias.

Con esto no queremos decir que un artista no deba desarrollar su genio y que cada uno de nosotros no deba hacer funcionar la fantasía y poner a trabajar las capacidades naturales de las que está dotado. Pero no es necesario referirse a la parábola para llegar a estas conclusiones de sentido común.

Aquí se trata del hombre nuevo, del hombre redimido en Cristo. Se trata de su capacidad de aprovechar y hacer trabajar los dones recibidos: su fe, su esperanza, su caridad, su apertura a la palabra de Dios, su vida de oración, su disponibilidad al Espíritu, su amor mismo que caracteriza nuestra relación con Cristo.

Y la pregunta es, entonces: ¿Qué hemos hecho? ¿Y qué estamos haciendo? ¿Dónde hemos sembrado la palabra, a quién hemos contagiado con nuestra fe, a que personas hemos puesto en pie con nuestra esperanza, cuánto amor y amistad hemos dado, de qué actos de coraje nos hemos hecho protagonistas bajo la fuerza del Espíritu?

Cualquier ambiente puede convertirse en lugar donde “se negocie” este oro, estos dones. Hasta los bancos - en la parábola se dice preci-samente que hay que dirigirse a los banqueros. Sí, un cristiano puede y debe entrar también en un banco. Para difundir la palabra, para dar testimonio, naturalmente. No para depositar lingotes de oro. No existen situaciones y lugares cerrados a la presencia cristiana.

El espectáculo más deprimente es el que ofrece un cristiano que esconde su talento, que enmascara su fe, disimula su pertenencia a Cristo, sepulta la palabra sofocándola bajo un montón de palabrería, no la deja convertirse en vida, en amor, en grito de justicia y de verdad.

No se trata de guardar, sino de sembrar. La rendición de cuentas ha de hacerse sobre los frutos. No es cuestión de una simple restitución. El dinero guardado intacto se convierte en motivo de condenación, no en elemento de salvación.

Ningún cristiano puede presentarse ante su Señor y decir, como el siervo negligente y holgazán: “Aquí tienes lo tuyo. No lo he tocado para nada. No lo he malversado”. El discípulo fiel tiene que anunciar: “Ha cambiado todo gracias a tu don. Lo tuyo se ha hecho mío, se ha hecho nuestro, se ha hecho de todos”.

Y el “y escondí en tierra tu talento”” ¿acaso no es el miedo al riesgo, el riesgo de creer, el riesgo de luchar, el riesgo de trabajar por el Reino y, sobre todo, el riesgo de amar? Quien ama tiene derecho a exigir mucho. Dios tiene derecho a pedir riesgo, coraje, responsabilidad.

La relación con Dios no es una relación servil, reducida a una miserable contabilidad de números. Siendo una relación de amor, la contabilidad puede ser solamente desproporcionada y ajena a los cálculos razonables.

Queridos hermanos, el Evangelio de hoy nos pide no esperar la vuelta del Señor cruzados de brazos, sino nos invita a trabajar fielmente con los dones recibidos, para que produzcan frutos abundantes, maravillosos. Cuidémonos, por eso, de no ser descalificados al final de nuestra vida por el Juez Divino como siervos flojos, inútiles, cobardes o indiferentes.

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Por: Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt

Faltar a Misa un domingo es pecado mortal (y casi nadie lo recuerda)



La frase que intitula este artículo puede sonar a “sorpresa” para muchos bautizados ya que, en realidad, en muy pocos púlpitos y catequesis se recuerda. Pero es verdad que se comete un pecado mortal (no venial) si se falta a Misa un domingo o día de precepto siempre que no haya enfermedad, imposibilidad física real o cuidado de un enfermo, tal como enseña en catecismo en su punto 2181. Pero ha de recordarse también, en estos tiempos de confusión y relativismo, que este punto de nuestro catecismo está avalado en la ley de la Iglesia Católica cuyo mandato primero dice “Oír Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar” que a su vez se avala por la misma ley Divina ya que el tercer mandato de dicha ley es “Santificarás las fiestas”. Y, aún más, este precepto eclesial se justifica sobre todo en el primer mandamiento de la ley de Dios “Amarás a Dios sobre todas las cosas”, ya que quien sea capaz de faltar a Misa por no restar un poco de tiempo a su ocio o, sencillamente, por no contrariar a otras personas, demuestra con creces que está a años luz de amar a Dios sobre todas las cosas.

Pero en este artículo yo deseo tocar una cuestión muy concreta: el masivo abandono de la Misa dominical se debe, sobre todo, a que desde un principio (catequesis de primera comunión), la inmensa mayoría de los niños/as NO saben que faltar a Misa en domingo es pecado mortal. De hecho la terrible realidad es más amplia: la mayoría de los niños no saben ni siquiera que es pecado. Luego cuando son adolescentes, y van a recibir la confirmación, la inmensa mayoría tras recibirla no vienen a Misa el domingo siguiente porque siguen sin saber que faltar a Misa es pecado mortal. Y hay efectos todavía peores: ya es muy extendida la costumbre sacrílega de faltar a Misa los domingos y luego, cuando hay ocasión extraordinaria de ir a Misa (en funeral, boda, primera comunión…) se asiste y se comulga sin haberse confesado, y sin propósito alguno de volver a la práctica dominical regular. Esto es así: un hecho indiscutible y a la vez tremendo.

Y la causa, vuelvo a repetirlo, es que no se predica de forma concreta este aspecto. Si: la doctrina está ahí, escrita, en el catecismo (punto 2181), pero, ¿de que sirve que la doctrina no se toque si casi nadie la conoce porque casi nadie en la Iglesia la predica o enseña?; y, lo que es aún peor: en realidad en muchas comunidades SI se predica sobre esto pero para decir lo contrario: que faltar a Misa en domingo NO es pecado mortal. Esta barbaridad se enseña en no pocos colegios “religiosos”, parroquias, facultades de teología y lugares similares de “formación”. Y, mientras tanto, generaciones y más generaciones de bautizados crecen en la ignorancia y la indiferencia. Si algún lector cree que exagero, ¿por qué no preguntan?…..si, pregunten a niños de su barrio, de su colegio, de su parroquia…..niños que ya han hecho la primera comunión y que, una vez celebrada la fiesta, sus padres ya no los traen más a Misa los domingos. Es una terrible realidad que abarca a las conciencias de una arrolladora mayoría.

Y, ante esto, los sacerdotes y catequistas que tocamos las conciencias de los fieles para recordarles que es pecado mortal faltar a Misa, ciertamente, nos sentimos muy poco apoyados por nuestros superiores. Pienso que ¡cuánto bien harían cartas pastorales CLARAS en este punto por parte de los Obispos, y hasta por parte del Papa!…….nos servirían para no parecer “guerreros del antifaz” que luchamos contra todos los elementos contrarios (tanto externos como internos de la Iglesia). Desde estas líneas, si algún Obispo me leyera, hago un ruego muy especial en esta dirección: una carta, sólo una carta firmada por un Prelado donde se recuerde a los fieles que es pecado mortal faltar a Misa un domingo o día de precepto. Dicho con claridad, concreción y sin ambigüedades. Todos estamos acostumbrados, si, a mensajes del tipo:

  • El domingo es el día del Señor
  • La familia unida en oración en domingos
  • La necesidad de orar en tiempo de descanso
  • El bien grande que recibimos al ir a Misa………..etc

Pues se hace URGENTE leer, firmado por un Obispo: “Faltar a Misa es Pecado Mortal”. Y punto.

Fuente: Catholic.net

La confesión, el sacramento incomprendido

Muchos católicos han deformado la visión del sacramento de la Reconciliación. 

Desafortunadamente, en la actualidad, millones de cristianos parecen haberse olvidado del sacramento de la Reconciliación, pues se ha convertido en algo impopular, en algo pasado de moda. A cambio de ello, se han puesto de moda los psiquiatras, los mediums, los adivinos, los consultores matrimoniales y los abogados.

La necesidad de sentirse en paz con Dios, con uno mismo y con los demás es innata en nuestra naturaleza y, al no querer aceptar el remedio instituido por Dios, la confesión, el hombre ha tenido que inventarse nuevas formas de salida para sus angustias y preocupaciones.

Constantemente escuchamos frases como:

“yo no me confieso, yo me entiendo directo con Dios”
“no tengo por qué decirle mis pecados a un hombre que es igual a mí, o peor"
“no robo, no mato, .. . etc., así que no tengo porque confesarme”.

En estas expresiones vemos una falta de conocimiento de este sacramento y por consiguiente, se le da poco valor. Es necesario quitar los prejuicios que han hecho que los muchos católicos hayan deformado la visión del sacramento de la Reconciliación.

Esta situación parece ser fruto de tres razones:

1. Muchas personas por ignorancia o porque se les ha presentado una visión errónea de Dios, tienen una idea equivocada sobre quién es Él. Para muchos, Dios es un inspector que se dedica a contar los pecados de los hombres, un juez implacable que espera el momento en que hagamos algo malo para dictar su sentencia. Esta imagen distorsionada de Dios no resulta atractiva y ocasiona que las personas se alejen de Él y no hagan nada para volver a Él.

2. El concepto de “pecado”, parece haber desaparecido en la sociedad. Vemos que la palabra “pecado” se menciona lo menos posible. Aparentemente, ya nadie comete pecados, cuando mucho, se habla de cometer “errores”, o de tener “malos hábitos”. Esto lleva a una tolerancia excesiva de los malos actos y a una deformación de las conciencias.

3. El materialismo y el hedonismo están en el mundo a la orden del día. En la actualidad, se busca hacer un cristianismo a la medida. Se acepta el plan de Dios, siempre y cuando no nos moleste o nos incomode. De ahí, surgen expresiones cómo: “todos lo hacen”, o “yo hago lo que quiero mientras no moleste a nadie”. Es más cómodo seguir viviendo como hasta ahora, aunque no ssintamos mal con nosotros mismos, que pensar en convertirnos,ya que la verdadera conversión implica un esfuerzo y el abandono de costumbres o estilos de vida arraigados.

Debemos redescubrir a Dios como lo que es: nuestro Padre, Aquél que nos ama a pesar de nuestros defectos, nos ama tal como somos. Tanto nos ama, y es tan paciente con nosotros, que es Él mismo quien nos ofrece el perdón para que tengamos vida eterna, pidiéndonos a cambio una conversión, un cambio de vida, un volver nuestra mirada hacia Él a través del sacramento de la Reconciliación.

Podemos leer y meditar en Las parábolas de la misericordia y podemos conocer mejor ese corazón de Jesucristo, que acoge a los pecadores con amor y ternura.

Esta actitud de perdón de Cristo es continuada por la Iglesia, la cual siempre está dispuesta a acoger a los pecadores con un amor de madre.

Fuente: www.catholic.net

¡Dios vive aquí!

El amor verdadero exige que ofrezcamos lo mejor de nosotros a quien es amado

La importancia de tener un templo parroquial lleno de belleza

Un un artículo para la plataforma católica Aleteia, el P. Robert McTeigue, SJ, sacerdote y autor estadounidense, explicó algunos aspectos de la importancia de la belleza en los templos católicos y la urgencia de invertir en el fomento del arte sacro. Como reflexión a los fieles, el presbítero cuestionó: "¿Usted describiría su templo parroquial como bello? ¿Sobrecogedor? ¿Desearía usted tener más tiempo para explorar sus tesoros?". A continuación, dedicó algunos párrafos sobre la importancia de las respuestas a esas preguntas.

"Un sabio jesuita me dijo: '"La presencia de arte católico en un hogar no prueba nada pero dice mucho; la ausencia de arte católico en el hogar no prueba nada pero dice mucho'", recordó el P. McTeigue, quien pidió aplicar este principio a los templos, añadiendo un concepto adicional: El arte sacro no sólo "dice" mucho, sino que "hace" mucho. "Las bellas artes nutren el alma al tiempo que fomentan en nosotros el hambre de Cielo, donde reside la Belleza misma".

Una de las causas de las enfermedades del mundo y las heridas de la Iglesia podría ser la negación de la necesidad de la belleza, afirmó el sacerdote. Citando al converso Dr. James Patrick, lamentó el abandono de los grandes proyectos de arquitectura y arte sacros, raramente emprendidos en la actualidad: "Las grandes Catedrales francesas, tan llenas de belleza e interés, son ahora como ballenas encalladas en una costa extraña, la fe que las construyó ahora una luz parpadeante".
Para resolver un panorama desolador, el P. McTeigue propuso refutar objeciones frecuentes al fomento del arte sacro en las parroquias.

El primero de ellos es económico. Cuestionado sobre si el dinero de los templos bellos sería mejor invertido en los pobres, el sacerdote recordó una perspectiva poco mencionada. "¿Acaso los pobres no tienen necesidad también de la belleza? ¿Debemos alimentar sus cuerpos y no sus almas?", cuestionó a su vez. "No olvidemos que en los Estados Unidos, muchas de las grandes Catedrales fueron construidas con los centavos de los inmigrantes pobres que deseaban trasladar las glorias de su herencia Católica de Europa a América".

Además, el fomento de la belleza no significa necesariamente un aumento del costo material . "Hay formas de bello ornato disponibles para nuestros templos que cuestan poco o ningún dinero", indicó el sacerdote. "Un ejemplo es la música". Si bien la música sacra es interpretada con corales y órganos de tubos, la tradición católica "tiene un tesoro de música sacra sublime, fácil de interpretar y que no requiere instrumentos. ¿No podemos adquirir algunas partituras?". Esto supone un esfuerzo humano por parte de los músicos, a quienes el P. McTeigue exhortó: "¿Tiene usted certeza moral de que por amor al prójimo y la mayor gloria de Dios, se ha provisto de la mejor música sagrada católica?"

"Otra forma de belleza que todas nuestras parroquias necesitan desesperadamente y que cuesta nada es la buena predicación", agregó el sacerdote. De igual manera como preguntó a los músicos, el autor pidió reflexionar profundamente si todas las homilías que predican "están marcadas por lo Verdadero, lo Bueno y lo Bello" y si, "por amor al prójimo y la mayor gloria de Dios, usted invirtió sus mejores esfuerzos, su educación y oración, y su dedicación al oficio" para lograr el mejor sermón posible. Cuando enseñaba retórica, el redactor explicaba a sus alumnos que las palabras tenían "sabor" y que eran más creíbles si su "forma y contenido revelan ser una labor de amor". De igual manera, la predicación debe ser perceptible como un acto de adoración a Dios.

¿Le damos lo mejor a Dios?

Comparando el Culto Divino con otra ceremonia de carácter civil, el Cambio de Guardia en la Tumba del Soldado Desconocido en el Cementerio Nacional de Arlington, el P. McTeigue invitó a descubrir en la actitud de los soldados una belleza particular de las acciones. "No puede negarse que algo solemne e importante está sucediendo", describió el presbítero. "Y no se puede negar que aquellos responsables del Cambio de Guardia creen que es el evento más importante de sus vidas. Disciplina, sacrificio, devoción, precisión humildad y reverencia marcan cada aspecto de la ceremonia".

Trasladando esta noción a los templos parroquiales, el redactor invitó a reflexionar si los templos mismos y su contenido (el arte sacro, la música, los muebles, los vasos), y "especialmente nuestro comportamiento, inspiran admiración inmediatamente"."¿Podría imaginar que un niño que entre a su templo por primera vez, mire alrededor con sus ojos maravillados y exclame: '¡Dios vive aquí!'?, concluyó. "El amor verdadero exige que ofrezcamos lo mejor de nosotros a quien es amado. ¿Podemos tener una conversación calmada sobre si estamos ofreciendo lo mejor de nosotros a Dios? ¿Nos atreveremos a hacer un examen de conciencia sobre si le estamos ofreciendo lo mejor a Dios?".


 Fuente: es.gaudiumpress.org / www.catholic.net

Fiesta de todos los Santos: 1º de Noviembre

Este día se celebran a todos los millones de personas que han llegado al cielo, aunque sean desconocidos para nosotros. Santo es aquel que ha llegado al cielo, algunos han sido canonizados (la mayoría no ha sido canonizada) y son por esto propuestos por la Iglesia como ejemplos de vida cristiana.

Comunión de los santos

La comunión de los santos, significa que ellos participan activamente en la vida de la Iglesia, por el testimonio de sus vidas, por la transmisión de sus escritos y por su oración. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquellos que han quedado en la tierra. La intercesión de los santos significa que ellos, al estar íntimamente unidos con Cristo, pueden interceder por nosotros ante el Padre. Esto ayuda mucho a nuestra debilidad humana.

Su intercesión es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero.

Aunque todos los días deberíamos pedir la ayuda de los santos, es muy fácil que el ajetreo de la vida nos haga olvidarlos y perdamos la oportunidad de recibir todas las gracias que ellos pueden alcanzarnos. Por esto, la Iglesia ha querido que un día del año lo dediquemos especialmente a rezar a los santos para pedir su intercesión. Este día es el 1ro. de noviembre.

Este día es una oportunidad que la Iglesia nos da para recordar que Dios nos ha llamado a todos a la santidad. Que ser santo no es tener una aureola en la cabeza y hacer milagros, sino simplemente hacer las cosas ordinarias extraordinariamente bien, con amor y por amor a Dios. Que debemos luchar todos para conseguirla, estando conscientes de que se nos van a presentar algunos obstáculos como nuestra pasión dominante; el desánimo; el agobio del trabajo; el pesimismo; la rutina y las omisiones.

Se puede aprovechar esta celebración para hacer un plan para alcanzar la santidad y poner los medios para lograrlo:

¿Como alcanzar la santidad?

- Detectando el defecto dominante y planteando metas para combatirlo a corto y largo plazo.
- Orando humildemente, reconociendo que sin Dios no podemos hacer nada.
- Acercándonos a los sacramentos.

Un poco de historia

La primera noticia que se tiene del culto a los mártires es una carta que la comunidad de Esmirna escribió a la Iglesia de Filomelio, comunicándole la muerte de su santo obispo Policarpo, en el año156. Esta carta habla sobre Policarpo y de los mártires en general. Del contenido de este documento, se puede deducir que la comunidad cristiana veneraba a sus mártires, que celebraban su memoria el día del martirio con una celebración de la Eucaristía. Se reunían en el lugar donde estaban sus tumbas, haciendo patente la relación que existe entre el sacrificio de Cristo y el de los mártires

La veneración a los santos llevó a los cristianos a erigir sobre las tumbas de los mártires, grandes basílicas como la de San Pedro en la colina del Vaticano, la de San Pablo, la de San Lorenzo, la de San Sebastián, todos ellos en Roma.

Las historias de los mártires se escribieron en unos libros llamados Martirologios que sirvieron de base para redactar el Martirologio Romano, en el que se concentró toda la información de los santos oficialmente canonizados por la Iglesia.

Cuando cesaron las persecuciones, se unió a la memoria de los mártires el culto de otros cristianos que habían dado testimonio de Cristo con un amor admirable sin llegar al martirio, es decir, los santos confesores. En el año 258, San Cipriano, habla del asunto, narrando la historia de los santos que no habían alcanzado el martirio corporal, pero sí confesaron su fe ante los perseguidores y cumplieron condenas de cárcel por Cristo.

Más adelante, aumentaron el santoral con los mártires de corazón. Estas personas llevaban una vida virtuosa que daba testimonio de su amor a Cristo. Entre estos, están san Antonio (356) en Egipto y san Hilarión (371) en Palestina. Tiempo después, se incluyó en la santidad a las mujeres consagradas a Cristo.

Antes del siglo X, el obispo local era quien determinaba la autenticidad del santo y su culto público. Luego se hizo necesaria la intervención de los Sumos Pontífices, quienes fueron estableciendo una serie de reglas precisas para poder llevar a cabo un proceso de canonización, con el propósito de evitar errores y exageraciones.

Categorías de culto católico

Los católicos distinguimos tres categorías de culto:
- Latría o Adoración: Latría viene del griego latreia, que quiere decir servicio a un amo, al señor soberano. El culto de adoración es el culto interno y externo que se rinde sólo a Dios.

- Dulía o Veneración: Dulía viene del griego doulos que quiere decir servidor, servidumbre. La veneración se tributa a los siervos de Dios, los ángeles y los bienaventurados, por razón de la gracia eminente que han recibido de Dios. Este es el culto que se tributa a los santos. Nos encomendamos a ellos porque creemos en la comunión y en la intercesión de los santos, pero jamás los adoramos como a Dios. Tratamos sus imágenes con respeto, al igual que lo haríamos con la fotografía de un ser querido. No veneramos a la imagen, sino a lo que representa.

- Hiperdulía o Veneración especial: Este culto lo reservamos para la Virgen María por ser superior respecto a los santos. Con esto, reconocemos su dignidad como Madre de Dios e intercesora nuestra. Manifestamos esta veneración con la oración e imitando sus virtudes, pero no con la adoración.


Fuente: www.catolicidad.com