La Misa de Gallo está marcada por
un estallido de alegría y júbilo por el acontecimiento cumbre de la Navidad que
es la llegada de Dios Todopoderoso en la forma de un Niño: «Se despojó de
su rango y tomó la forma de esclavo».
«Dios misericordioso,
queriendo salvar a todos los hombres, si ellos no quieren convertirse en
enemigos de sí mismos y no resisten a su misericordia, envió a su Hijo
Unigénito».
Setecientos años antes, ya lo
había descrito con dramatismo y realismo Isaías profeta. Más tarde Jesús en su
primera visita a Nazaret lee del rollo la profecía de Isaías, y termina
diciendo: «Este de quien habla el profeta soy yo».
Isaías describe con rápidas
pinceladas las aportaciones positivas de la misión del Mesías. Al llegar a
nosotros en la Navidad, dichas profecías comienzan a cumplirse en beneficio de
toda la humanidad.
Destaquemos los dones que nos
trae el Salvador para comprender así todo el significado glorioso para nosotros
de la Navidad.
Trae a los pobres el mensaje de
la Buena Nueva: ya que
los considera como hijos del Padre, hermanos suyos, herederos con el mismo
Jesús de los fabulosos tesoros eternos del Reino de los Cielos.
Con qué encanto cuenta San Lucas
en su evangelio, que la primera invitación del Dios nacido fue dirigida a unos
pobrísimos pastores, son pobres, pero su tesoro y su herencia se enriquecerán
sin límites, con riquezas que no se corrompen ni se destruyen al correr del
tiempo. Los pobres son fabulosos ricos en potencia, en una potencia que está en
ellos que se haga realidad.
Nadie puede quedar indiferente,
los pastores «fueron corriendo» a adorar al Niño. Los pobres
pastores son los primeros beneficiados de la Navidad.
Jesús se abaja personalmente
hasta la guarida de los pobres. En su primera predicación en Nazaret, manifestó
que se refería a Él la profecía de Isaías que dice así: El Espíritu del
Señor me envió a traer la Buena Nueva a los pobres.
Es ciertamente significativa esta
revelación de Dios a los desheredados, olvidando expresamente a los soberbios y
poderosos.
Dice San Bernardo:
«Jesucristo, el Hijo de Dios,
nace en Belén de Judá. Fíjate en el detalle. No nace en Jerusalén, la ciudad de
los reyes. Nace en Belén, diminuta entre las aldeas de Judá. Belén, eres
insignificante, pero el Señor te ha engrandecido. Te enalteció el que, de grande
que era, se hizo en ti pequeño. Alégrate Belén. Que en todos tus rincones
resuene hoy el cántico del “Aleluya”. ¿Qué ciudad, oyéndote, no envidiará ese
preciosísimo establo y la gloria de su pesebre? Tu nombre se ha hecho famoso en
la redondez de la tierra y te llaman dichosa todas las generaciones. Por
doquier te proclaman dichosa, ciudad de Dios. En todas partes se canta: El
hombre ha nacido en ella; el Altísimo en persona la ha fundado. En todo lugar,
repito, se anuncia se proclama que Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén
de Judá».
Pobres de todo el mundo, vuestro
día de salvación es la Navidad y Jesús vuestro único liberador.
Segundo: el Mesías anuncia a los
cautivos su libertad. Es la
cautividad del mal, del pecado que ciega la visión de lo noble, que paraliza
los miembros para toda buena acción, que inutiliza al hombre para aspiraciones
elevadas, que porta al mortal a osar en el lodo de todos los vicios. Jesús les
regala la gracia con la que podrán vencer sus inclinaciones perversas,
someterse gustosamente a la Ley Divina y transformarse en auténticos hijos de
Dios.
«Yo, Yahvé, te he llamado en
justicia; te he tomado de la mano y te he guardado; y te he puesto para que
seas alianza con (mi) pueblo, y luz de las naciones; para abrir los ojos de los
ciegos, para sacar de la cárcel a los presos, y del calabozo a los que viven en
tinieblas».
Tercero el Mesías a los ciegos
les inyectará luz, verdad,
ilusión, esperanza, de un futuro feliz, a estos ciegos espirituales les
permitirá que vean la gloria de Dios, su amor, su perdón en la doctrina que les
enseñará.
Cada uno de nosotros es ese ciego
del Evangelio. Somos muchos los ciegos de nacimiento, y por lo tanto sin la
capacidad de curar nuestra propia ceguera, nuestra fe es pobre, débil y corta.
La primera condición entonces para el nacimiento de Jesús en el alma es
reconocer que somos ciegos y dejar entrar plenamente a nuestra vida al Señor
Jesús, que es «la luz del mundo».
Cuarto: a los oprimidos por
Satanás el auténtico enemigo del hombre, les liberará de sus cadenas, les arrancará de sus garras, les dará oportunidad
de poder elegir libremente la libertad de los hijos de Dios.
Dios quiere «arrancarnos del
dominio de las tinieblas», para que vivamos en la Luz de Cristo, iluminados
por su Palabra Salvadora y ante todo por su Presencia.
Y, quinto: proclamará el año de
la gracia del Señor que
ha comenzado, la etapa de la salvación, de la amistad íntima con Dios, de
la posibilidad de recibir una generosa transfusión de la sangre misma de Dios
en los sacramentos y mediante la plegaria.
Por eso la Navidad sin confesión
sacramental y sin comunión eucarística no es verdadera Navidad, es no haber
vivido la intensidad del Adviento que nos va preparando para el nacimiento de
Jesús el Salvador en nuestros corazones.
Cuántos cristianos siguen en una
práctica de pecado, en una permanencia en estado de pecado, como si se tratara
de algo baladí, y no una situación de emergencia que atañe a Cielo y tierra.
Cuando uno lee con atención las
Sagradas Escrituras halla estos cuatro argumentos para comprender la
importancia del pecado:
- Un pecado de rebelión convirtió de ángeles
brillantes en demonios horrendos a quienes se rebelaron contra Dios en el
Paraíso.
- Un pecado arrojó a nuestros primeros padres
del Paraíso terrenal, condenándolos a ellos y a todos sus descendientes al
dolor y a la muerte corporal y a la posibilidad de condenarse eternamente.
- Un pecado y los subsiguientes pecados de los
hombres exigieron la muerte en la Cruz del Hijo amado de Dios para redimir
al hombre culpable.
- Un pecado mantendrá por toda la eternidad los
terribles tormentos del infierno en castigo del pecador obstinado.
Estas cuatro son las más trágicas
consecuencias del pecado, pero existen también otras consecuencias interiores
no menos temibles, como la pérdida incomparable de la presencia y de la acción
de la Santísima Trinidad en el alma que se convierte en morada de Satanás.
Sí, la Navidad es la iniciación
de este poema increíble, demasiado hermoso, pero que se verifica por medio del
Mesías, ya comenzando en Belén, en Navidad, ese poema que culminará en la Cruz
del Calvario, y de la que emanará la Sangre de Cristo que purifica que
fortalece, que anima, que impulsa a la felicidad del Reino, ese poema, cuyo
final será la Resurrección, la Ascensión al Reino del Padre, y el disfrute
pleno de la eterna felicidad.
La palabra Navidad ha de ser
mágica para nosotros en el sentido de que sólo el hecho de escucharla, nos
recuerda que Dios está a la puerta de mi vida, en el umbral de mi alma, en el
vestíbulo de mi corazón. Lo que vivió la historia hace veinte centurias en la
aldea de Belén, en la Navidad, está a punto de realizarse de nuevo en el
recinto interno de nuestro propio ser.
Navidad es palabra, es promesa,
es presencia de lo invisible, es intimidad de Dios que se acerca a quien quiera
recibirle, ya no en la pobre gruta de Belén sino en la pobre gruta de mi alma,
pero sobre todo Navidad es libertad y salvación.
Por: Germán
Mazuelo-Leytón / www.adelantelafe.com