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Una Cuaresma desde Dios

 

Si vivimos la Cuaresma desde Dios, se convertirá en la mejor preparación para la gran fiesta de la Pascua.

Podemos recorrer los 40 días de la Cuaresma desde una perspectiva errónea, sin darles su auténtico sentido.

¿Cuándo ocurre eso? Cuando vemos la Cuaresma como una tradición de la Iglesia más o menos comprensible pero sin mucho sentido en el ajetreado tiempo que nos ha tocado vivir; cuando buscamos maneras de hacer (nosotros, según los propios deseos) algunos sacrificios para tranquilizar la conciencia y "cumplir"; cuando soportamos con paciencia 40 días en los que nos esforzamos por ser más austeros para llegar luego a momentos de mayor fiesta y alegría... Entonces es que no hemos comprendido el verdadero sentido de la Cuaresma.

Pero también podemos recorrer los 40 días que nos preparan a la Pascua desde una perspectiva justa. Si los pensamos como un momento para orar, ayunar, servir, dar; si los vivimos como una invitación de Dios a la conversión, al arrepentimiento, al cambio de conducta; si los aprovechamos para dedicar más tiempo a la lectura de la Biblia... Entonces habremos hecho un buen uso de esos días tan particulares en el calendario cristiano.

La Cuaresma es un tiempo en el que Dios nos invita, nos llama, nos ofrece ocasiones maravillosas para redescubrir nuestra identidad cristiana. Es verdad que Dios actúa siempre, que no hay tiempos sin que nos busque y nos ofrezca su gracia. Pero también es verdad que, como seres humanos, necesitamos estímulos y ayudas concretas para afrontar con más intensidad y esfuerzo lo que deberían ser compromisos constantes de quienes hemos sido tocados por Cristo en el Bautismo.

Ya estamos en Cuaresma. Si la vivimos desde Dios, si la sentimos como un momento de gracia, de mayor compromiso, de lucha contra el mundo, el demonio y la carne, se convertirá en la mejor preparación para la gran fiesta de la Pascua. Entonces la noticia de la Muerte y de la Resurrección de Cristo llegará más dentro y más fuerte a nuestras vidas: nos permitirá vivir los días de Pascua y todo el resto del año como hombres y mujeres redimidos por la Sangre de Cristo, el Cordero inmolado porque amaba al Padre y a los hombres.

Por: P. Fernando Pascual L.C. | Fuente: Catholic.net

MIÉRCOLES DE CENIZA (Obligan el ayuno y la abstinencia)

                    

 Meditaremos cómo la ceremonia de la Ceniza nos convida a santificar la Cuaresma; 1º Por la penitencia y la mortificación; 2º Por el pensamiento de la muerte. 

 — Tomaremos enseguida la resolución: 

  1° De abrazar con gusto las mortificaciones propias de este santo tiempo, el ayuno y la abstinencia, con todas las cruces que la Providencia quiera mandarnos; 2° De acostumbrarnos a hacer bien todas estas cosas conforme a las palabras de San Bernardo: “Si tuvieses ahora que morir, ¿harías esto o aquello?” 

 MEDITACIÓN DE LA MAÑANA

  Adoremos la bondad de Dios, que inspiró a la Iglesia la ceremonia de la Ceniza, para enseñarnos las disposiciones piadosas con que debemos pasar el santo tiempo de Cuaresma. Agradezcámosle tan sabia instrucción y roguémosle que nos la haga comprender y poner en práctica. 

  PUNTO PRIMERO. LA CEREMONIA DE LA CENIZA NOS PREDICA LA PENITENCIA Y LA MORTIFICACIÓN. 

  Desde los tiempos más antiguos, la ceniza puesta en la cabeza ha sido un emblema de penitencia y de dolor. Job, doliéndose de haber defendido la causa de su inocencia en un lenguaje algo menos mesurado, exclamó: —“¡Me acuso, Señor, y hago penitencia de mi falta en el polvo y en la ceniza!”. 

  En penitencia del robo sacrílego cometido por Acán en la toma de Jericó, Josué y los ancianos israelitas se cubrieron la cabeza de ceniza. Más adelante, Judit, Ester, Mardoqueo y Judas Macabeo emplearon este medio para aplacar la ira del cielo, Jeremías y todos los profetas aconsejaron esta práctica a los judíos castigados por Dios. En fin, Nuestro Señor Jesucristo presentó la ceniza como un símbolo de penitencia cuando dijo que si los habitantes de Tiro y de Sidón hubiesen visto los milagros obrados por Él en el seno de la Judea, “habrían hecho penitencia con el cilicio y la ceniza”. Eso es lo que explica porqué la Iglesia primitiva distinguía por la ceniza a los penitentes de los fieles, y el primer día de la Cuaresma cubría la cabeza de todos sus hijos, sin distinción ninguna, por la razón de que todo cristiano ha nacido para vivir en la penitencia. 

  La ceremonia de la Ceniza es como un sello que nos lleva a la penitencia, de tal manera que recibir la ceniza en la cabeza sin tener la contrición en el corazón, es aparentar un sentimiento que no se tiene, es una hipocresía. Entremos con gusto en el espíritu de penitencia desde el primer día de esta santa Cuaresma. El interés de nuestra salvación lo exige; Jesucristo lo declara formalmente con estas palabras: “Si no hiciereis penitencia, todos igualmente pereceréis”: y nos lo enseñó aún mejor con su ejemplo, porque toda su vida no fue sino una penitencia continua. Todos los santos, a su imitación, han hecho penitencia, y nosotros ¿con qué derecho nos dispensaríamos de ella? Hemos pecado mucho, y todo pecado, aunque perdonado, exige penitencia. Tenemos pasiones que vencer, tentaciones que combatir, y la penitencia es la defensa más segura contra las unas y las otras. Interroguemos aquí nuestra conciencia: ¿tenemos el espíritu de penitencia que reclama el santo tiempo de Cuaresma?

 PUNTO SEGUNDO. LA CEREMONIA DE LA CENIZA NOS TRAE A LA MEMORIA EL PENSAMIENTO DE LA MUERTE. 

  “¡Mortales, nos dice hoy la Iglesia, acordaos que sois polvo y que en polvo os convertiréis!”. El cristiano que oye estas palabras a los pies del altar, se presenta allí como la víctima que, sometida al fallo, viene a ofrecerse para ser, cuando quiera el soberano Árbitro de la vida y de la muerte, reducida a ceniza y sacrificada a su gloria. Por este acto parece decirle a Dios: “Señor, vengo a cumplir en espíritu lo que acabaréis en realidad. Habéis resuelto, en castigo de mis pecados, reducirme un día a ceniza. Vengo pues yo mismo a hacer el ensayo, porque desde hoy preveo el fallo de vuestra justicia y lo ejecuto”. 

  La Iglesia, haciéndonos principiar la santa Cuaresma por esta aceptación solemne de la muerte, por el gran sacrificio de todo lo que tenemos y de todo lo que somos, nos da a entender que mira el pensamiento de la muerte como lo más a propósito para hacernos pasar santamente la Cuaresma, es decir, en el alejamiento del mal, en la práctica de la penitencia y de todas las virtudes. En efecto, ¿quién puede pensar seriamente en la muerte y no estar siempre pronto para comparecer delante de Dios?, y no velar sobre sus acciones y sus palabras, y no mortificarse para expiar sus faltas pasadas y satisfacer a la justicia divina, y no multiplicar sus buenas obras y acrecentar sus méritos, y no desprenderse de todo lo que puede durar tan poco y tener presentes a cada momento las palabras de San Bernardo: “Si muriera después de esta Confesión, ¿cómo lo haría? Después de esta Comunión, ¿cómo me dispondría? Después de esta conversación, ¿cómo hablaría? Al fin de esta semana, de este mes. ¿Cómo me conduciría?” Pidamos a Dios nos haga comprender esta lección de la muerte y deducir las consecuencias prácticas propias para la santificación de la Cuaresma.

Fuente: www.catolicidad.com