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La vocación de seguir a Jesús


Las enseñanzas de Jesús. Nada debe ponerse por delante del amor de Dios. 

Continuando el camino acuden a Jesús tres hombres con el ánimo de seguirle. Se ha corrido la voz del Maestro, le buscan y, cuando le encuentran, le manifiestan sus deseos de entrega. El primero es un escriba lleno de generosidad. "Mientras iban de camino, uno le dijo: Te seguiré adonde quiera que vayas. Jesús le dijo: Las zorras tienen sus guaridas y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza"(Lc). Ésta era la situación real de Jesús. Rechazado en Galilea y en Judea es un maestro itinerante sin lugar de reposo fijo ni lugar para enseñar. El que le quiera seguir debe estar dispuesto a esta vida dura, lejana a las ilusiones de un maestro, y menos aún de un rey.

"A otro le dijo: Sígueme. Pero éste contestó: Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre". Ahora es Jesús el que llama, como lo ha hecho en tantas ocasiones. La respuesta es afirmativa pero con reticencias. "Y Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios" (Lc). Coloca la vocación por encima de toda otra obligación. Nada debe ponerse por delante del amor de Dios.

"Otro dijo: Te seguiré, Señor, pero primero permíteme despedirme de los de mi casa. Jesús le dijo: Nadie que pone su mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios"(Lc). El cariño filial es importante, pero el amor a Dios lo es más. A lo largo de los tiempos ¡cuantos discípulos que siguen a Cristo en las diferentes vocaciones de su Iglesia, recordarán que también ellos pusieron la mano en el arado y mirar hacia atrás significa perder todo derecho a la herencia eterna!

En los tres casos, Jesús plantea la radicalidad de un amor total y sin concesiones ni a la vida fácil, ni a posibles engaños revestidos de caridad. Esta va a ser la actitud de Jesús siempre, pero más en aquellos meses.


Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net 



El Buen Pastor


El pastor es una imagen de Dios muy conocida y viva desde el cristianismo primitivo.

El fundamento de toda religión constituye la imagen, la idea que forma de su propio Dios. Cada hombre tiene en su corazón una idea personal de Dios sobre todo nosotros, que somos cristianos. Y nuestra vida cristiana, nuestra fe vital y profunda dependen decisivamente de la imagen de Dios que tengamos.
 

Anhelamos un pastor. Es una imagen de Dios muy conocida y viva desde el cristianismo primitivo. Ya la encontramos frecuentemente en las catacumbas. Pero también hoy en día todos conocemos estas imágenes del Buen Pastor en medio de su rebaño, o con la oveja sobre sus hombros. Parece que a todos los cristianos de todos los tiempos esta persona del Buen Pastor los impresionó hondamente.

¿De dónde viene este anhelo escondido, esta simpatía entre el Buen Pastor y nosotros?
 
Creo que es porque su rostro nos promete cariño y entrega, protección y seguridad. Porque muchas veces nos sentimos solos, desamparados, solitarios. Porque frecuentemente nos sentimos como ovejas perdidas. El peso de nuestras debilidades, de nuestros sufrimientos, de nuestras limitaciones nos dan pena y nos mortifican.

Queremos estar con Jesús, nuestro Pastor, que nos vigila, dirige y nos busca, que conoce a cada uno de nosotros por su nombre, nos llama y, si llega el caso, arriesga su vida por defendernos del enemigo.

Pastor: soledad e incomprensión.
La vida de Jesús fue un gran sacrificio por su misión: un sacrificio de soledad y de incomprensión por los demás. Ni siquiera su Madre lo comprende siempre, si pensamos en el episodio cuando tenía doce años: “¿No sabíais que yo debo ocuparme en los asuntos de mi Padre?” (Lc 2,49).

También la conducta de los apóstoles frente a Él, muestra que no tienen comprensión para con su persona ni para con su misión. Así, un día, Jesús les dice a ellos: “Llevo tanto tiempo con vosotros, y no me habéis conocido”. Y mucho menos que sus discípulos, lo entiende el pueblo.

De modo que Jesús queda, en el fondo, solo con su misión. Y el colmo de su soledad se realiza en su sacrificio en la cruz. Él es realmente el Buen Pastor “que arriesga su vida por sus ovejas”; que la entrega por amor a los suyos. Sólo el mayor sacrificio le basta para manifestar su amor infinito.

Esta es una de las leyes del Reino de Dios: ¡Si quieres ser amado, ama! Si quieres ser amado por los demás, entonces tienes que mostrarles tu propio amor, sacrificándote por ellos. Y Dios emplea esta ley de un modo singularmente hermoso y profundamente eficaz. Él quiere nuestro amor, y por eso nos ama con un amor palpable, desbordante.

Sentirnos amados… el inicio de la santidad. Todos los santos comenzaron a escalar las cumbres de la santidad, cuando se sintieron objeto del amor eterno e infinito de Dios. Cuando me creo y siento amado por Dios, entonces se despierta en mí la respuesta del amor. Mientras estamos convencidos de que hay alguien que nos ama, nuestro amor está asegurado.
 
Pase lo que pase, jamás debe abandonarnos la profunda convicción: Él me ama.

Y si nos preguntamos, por qué somos tan poco inflamados para Dios y para lo divino, pues ya sabemos la respuesta: no sentimos ni comprendemos ese amor abundante de Dios. Vivimos como si Jesús no hubiera muerto en la cruz por nosotros.

Hemos de acompañar en la oración a nuestros sacerdotes, religiosos y religiosas, para que sean verdaderos pastores de las almas, llenos de amor desinteresado, reflejos auténticos de Jesucristo, nuestro Buen y Eterno Pastor.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Me siento amado/a por Dios?
2. ¿Rezo por los sacerdotes
?
 

Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Retiros y homilías del Padre Nicolás Schwizer

EL ALMA Y EL CUERPO por Sor Clotilde García Espejel, E.D.



En las nuevas costumbres de la modernidad, encontramos el darle al cuerpo mucha importancia y cuidado.
La vida que poseemos, la empleamos en cuidar el cuerpo en todas sus funciones internas y externas: ejercicio diario, respiración profunda, temor a la enfermedad y a la muerte. Podríamos exponer una lista interminable de acciones, tanto para el hombre como para la mujer, quienes abundan en el cuidado y la reparación del cuerpo.

Lo raro es que, al mismo tiempo, se le envenena con el alcohol, con la droga, desvelos, y placeres que desgastan la salud y, aunque es un verdadero contrasentido: “Cuido mi cuerpo y, al mismo tiempo, lo daño”. Sólo que con estos vicios y excesos mancho mi alma, la debilito… Sin embargo, es notorio que todo es para el placer de los sentidos y el culto al cuerpo.

Ahora, pregunto: ¿Qué se hace por la salud del Alma? ¿Acaso sabes que tienes alma? ¿Ya se te olvido?
La verdad es que, de tanto que la ignoramos, nos hemos olvidado de ella y perdido la luz de su existencia.
Dios crea un alma para cada cuerpo, y el alma vivifica, le da ánimo a ese cuerpo. Sin el alma el cuerpo no tendría vida. Gracias al alma el hombre piensa, conoce, elige, ama… y, sin embargo, hemos dejado en el olvido al motor de nuestra vida y, pregunto: “¿Qué es el alma?”

El alma es una substancia creada por Dios, cuyas cualidades son: simple, espiritual, libre e inmortal. Y la cual, necesita del cuerpo para saber del exterior lo que existe y acontece, y ella, como un laboratorio espiritual, transforma y eleva en su interior, lo que le es transmitido. Y, posteriormente, lo expresa hacia el exterior, en manifestaciones múltiples.

Pero el alma necesita su alimento. Y, ¿cuál es el alimento del alma? El conocimiento de Dios, el estudio de las obras buenas, la asistencia a la Santa Misa, la Oración. Pero como fundamento, la Gracia Santificante a través de los Sacramentos. Incluso el conocimiento de la verdad a través de la filosofía, de la ciencia y del verdadero arte. Mucho hay que darle al alma y será en beneficio de todo el ser humano.

Hombre o mujer: mueve tu cuerpo, con la vida que te transmite el alma, y llega al confesionario; confiésate y, así ungida tu alma por la gracia, sentirás la vida nueva, la vida de Dios, que es la vida sobrenatural, que puede llevar el ser humano a insospechadas alturas que regalan y satisfacen, lo que no puede regalar ni satisfacer la materia, ni el placer de los sentidos.

El alma y el cuerpo, son dos substancias diferentes, pero que unidas hacen la unión substancial, formando un solo ser racional y volitivo.

Cuida armónicamente tu cuerpo y tu alma: “Mi alma para el cuerpo y mi cuerpo para el alma”, siendo una sola identidad, dando sólo gloria a Dios y por ello, lograr la felicidad; ya que para esto hemos nacido.

Sor Clotilde García Espejel, E.D.